CRÓNICA DE ÓPERA

Un réquiem por los náufragos de las pateras

Romeo Castellucci escenifica el oratorio 'La balsa de la Medusa' de Henze en Amsterdam

Un momento de la representación de 'La balsa de la Medusa' en Amsterdam

Un momento de la representación de 'La balsa de la Medusa' en Amsterdam

Rosa Massagué

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En junio de 1816 la fragata francesa ‘Medusa’ que viajaba a Senegal embarrancó antes de llegar a su destino frente a las costas de la actual Mauritania. En la nave viajaban 400 personas, pero en los botes salvavidas solo cabían 250. El resto, casi 150 personas, se apretujaron en una balsa construida a toda prisa que debía ser remolcada por los botes, pero las amarras no resistieron y se soltó. El capitán, cuya inexperiencia ya había contribuido al accidente, dejó a balsa y balseros a su suerte con apenas agua y comida. Trece días después fueron rescatados. Solo quedaban 15 supervivientes. Los demás habían se habían arrojado al agua, habían sido asesinados o habían muerto de hambre.

Cuando la noticia llegó a París, fue un escándalo mayúsculo. Pese a que la monarquía había sido restaurada, hacía solo 27 años desde el estallido de la Revolución francesa con su lema de ‘libertad, igualdad y fraternidad’. En medio de tanta indignación el arte se hizo eco de la tragedia. Géricault pinto su gran óleo ‘La balsa de la Medusa’.

Hace 50 años el compositor alemán Hans Werner Henze retomó el tema de aquel desastre para un oratorio con el mismo título del cuadro, ‘Das floss der Medusa’, en alemán, y libreto de Ernst Schnabel. El músico veía en los náufragos de la fragata a los oprimidos y hambrientos del tercer mundo, víctimas del poder y la riqueza de unos pocos. Como comunista convencido, el autor quiso dedicar la obra a Che Guevara. Hoy, con un Mediterráneo convertido en un ‘mare mortum’, el oratorio de Henze adquiere una dimensión igualmente universal, pero mucho más lacerante por estar acotada en el tiempo y en el espacio que nos son cercanos.

El director de escena Romeo Castellucci ha dado este contexto a la versión escenificada del oratorio en una producción estrenada en Amsterdam por la Ópera Nacional de Holanda bajo la dirección musical de Ingo Metzmacher, con las voces de Bo Skovus, Lenneke Ruiten y Dale Duesing. La obra es ahora un réquiem por las víctimas y también por las de las pateras que han muerto a miles ante nuestras costas.

Castellucci siempre impacta, no por la aparatosidad de sus puestas en escena sino por la profundidad de las mismas. Intenta siempre ahondar en el alma y en el sufrimiento humano ya sea en ‘Moises und Aron’, de Schönberg (Madrid), o ‘Jeanne d’Arc au bûcher’, de Honneger (Lyon). Para esta ‘Medusa’, ha recuperado un recurso que ya había utilizado en ‘Orphée et Euridice’ (Bruselas), una pantalla gigante que ocupa todo el escenario, con unas imágenes de video que presentan una realidad contemporánea. En este caso ha recurrido a un actor/nadador para crear la atmósfera de lo que puede ser naufragar, aunque ésta debe ser una experiencia indescriptible. El senegalés Mamadou Ndiaye permaneció en el agua 24 horas durante cuatro días cerca del punto donde embarrancó la Medusa.

La obra tiene solo tres personajes solistas, Charon, el barquero Caronte que guía a los difuntos al reino de los muertos; La Muerte, personaje que no requiere mayor explicación, y Jean-Charles, uno de los náufragos que consiguió llamar la atención del barco que les rescataría con un paño rojo a modo de bandera. Si los solistas son pocos, por el contrario, el coro es muy numeroso.

En la pantalla traslúcida aparece la figura de Ndiaye que camina primero hacia el mar y se sumerge en él. Detrás, están los solistas y el coro. El movimiento de las plataformas hidráulicas en el que están montados así como el maquillaje y la iluminación, consigue dar la sensación de que están todos en el mar. Solo se ven sus cabezas. Es una sensación de oleaje que alcanza también a los espectadores.

Henze renunció a las vanguardias alemanas de posguerra, pero su música no es fácil. Es siempre densa, llena de colores, como en esta ‘Medusa’. El director Metzmacher es un experto en su música. Ha estrenado varias de sus obras y es el director que llevó a Hamburgo, en el 2001, la primera interpretación del oratorio después de un tumultuoso e inconcluso estreno en aquella ciudad en 1968. En Amsterdam llevó a muy buen puerto la partitura. Orquesta y coro superaron con nota las muchas dificultades que contiene la obra. Duesing, en su papel de narrador, iba desgranando los hechos con la frialdad de un notario. Ruiten era La Muerte que pasaba con sus pulcros agudos de la ternura y la seducción a la dureza del personaje.

El papel de Jean-Charles, el más largo, tiene muchas dificultades tanto por el mucho texto como por la densidad musical. Skovus mantiene su voz en un estado perfecto para afrontar con éxito una partitura de tales características. El coro también debe superar enormes dificultades. En este caso, al de la Ópera Nacional se sumaron la Cappella Amsterdam y el infantil Nieuw Amsterdams Kinder–en Jeugdkoor. Juntos mostraron un drama colectivo que hoy, a diferencia de la indignación causada cuando ocurrió en 1816, se desarrolla diariamente ante nuestros ojos vendados.

‘Das Floss der Medusa’ inauguraba el Festival Opera Forward dedicado muy especialmente a los jóvenes con entradas para este público a 15 y 20 euros.  El festival continua, entre otras obras, con ‘Avventure di Anima e di corpo, de György Ligeti; ‘Trouble in Tahiti’, de Leonard Bernstein; ‘Passages aus Licht, de Karlheinz Stockhausen, y ‘La morte de Orfeo’, de Stefano Landi, con una puesta en escena de Pierre Audi con la que se despide de la Ópera Nacional de Holanda de la que ha sido director artístico durante 30 años.