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Estar atento al latido

JAUME Subirana

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Ante según qué dramatismo y según qué sabelotodo siempre recuerdo que hay sonidos que los humanos no podemos oír y que ciertos animales, en cambio, perciben bien: hechos que están ahí aunque algunos no nos enteramos. Como pasa con los adolescentes que se entretienen, alborozados, en hacer sonar en sus móviles un sonido lo bastante agudo para que los adultos no lo podamos oír. O como críticos y programadores que continúan repitiendo el sonsonete de que en la literatura catalana no pasa nada. Que haya quien no lo oiga no significa que el sonido no exista.

Lo digo, por ejemplo, porFrancesc Serés, que el viernes estrenó en el SATNo som res, unaroadmovie teatral. O porLolita Bosch, que ha imprimido un espléndido acto de confianza (mucho de ella, poco del país) en forma de antología:Voces. Antología de narrativa catalana contemporánea (en Anagrama y Empúries). Y porJordi Puntí, que durante meses ha instalado susMaletes perdudes encabezando la lista de ventas, y ahora ha sido sustituido por el últimoSergi Pàmies. Lo digo porVicenç Pagès, que acaba de publicar la versión castellana deEls jugadors de whisten la editorial Juntando Palabras, con prólogo deEloy Fernández Porta (un catalán que escribe en castellano y lee y apuesta por los que usan la lengua de Rodoreda: ¡toquemos campanas!). O porJordi Galceran, que reestrena en Barcelona y presenta ademásSis comèdies (Edicions 62), porEva Piquer yLa feina o la vida (Columna), porMarc Pastor conL'any de la plaga (La Magrana, traducido al castellano en RBA) porMàrius Serra reeditando 10 años despuésVerbàlia 2.0, ahora con un juego de tablero a cargo de Devir.

Quiero decir que la literatura catalana pasa una cuarentena (por la edad de los protagonistas, no por ningún aislamiento) más que benigna en el mismo momento en que triunfan los Manel pero también hay sitio para Mishima y Els Amics de les Arts, en la que se ha estrenado con buena acogida de públicoPa negre. Nuestras letras viven un relevo tranquilo con una tendencia al alza en diversidad, calidad y buen humor. Pero no se fíen de mí, si no quieren: los poetas solemos exagerar. Más vale que lo comprueben ustedes mismos. Hallarán estos nombres y otros en librerías, bibliotecas y clubs de lectura. Afinen los oídos: el latido es constante. Y crece.