CRÓNICA TEATRAL
Espléndida Mercà Aránega en el Goya
La actriz deja huella de su enorme magisterio en el conocido monólogo de 'Shirley Valentine'
José Carlos Sorribes
Periodista
José Carlos Sorribes
Hay intérpretes con la capacidad y credibilidad para atraer la atención del espectador aunque se pongan en el escenario a leer el listín de teléfonos o una tesis doctoral de vuelo bajo. Es el caso incuestionable de Mercè Aránega. Actriz de las grandes, despacha con magnetismo el conocido monologo de ‘Shirley Valentine’, del dramaturgo británico Willy Russell. Estrenado con gran éxito en Londres en 1986, tuvo también versión cinematográfica y Amparo Moreno lo estrenó en la Sala Villarroel en 1994 y siete años después en el mismo Goya, adonde ha regresado para abrir la temporada.
Aránega interpreta una madura ama de casa de Liverpool que lleva una vida rutinaria, como tantas otras de su generación. Tiene dos hijos que ya han abandonado el nido familiar y un marido que solo espera de ella que tenga el plato a punto en la mesa cuando él regresa del trabajo. A Shirley solo le queda buscar el refugio de alguna amiga y dialogar con un interlocutor muy respetuoso con ella: la pared de su cocina. Nunca le falla cuando le cuenta sus penas. Pero un día le llega una oferta tentadora. Esa amiga cuyo matrimonio se quebró de forma inopinada le propone una escapada a las paradisíacas islas griegas, un filón para estas aventuras como bien nos recuerda sin ir más lejos la triunfal ‘Mamma mia’. Las vacaciones serán iniciáticas, la conducirán a su emancipación, a la liberación de ajadas ataduras vitales y a la reafirmación de sueños juveniles.
El texto de Willy Russell ya no tiene el eco de su estreno, hace más de tres décadas, pero sigue funcionando
gracias a una escritura fluida
Las tablas y carisma de Aránega impulsan un texto que, sin duda, ya no tiene el eco de los días de su estreno, hace más de tres décadas. Hoy, su proclama tiene aire de cuento más que de una reivindicación feminista propia de estos tiempos de empoderamiento de las mujeres. Aun así, funciona porque la escritura de Russell es fluida en el narrar de las peripecias vitales de la protagonista. Miquel Gorriz es, además, de los directores que no quieren molestar, que no busca dejar su huella y que prefiere ponerse al servicio de sus actores con un trabajo siempre medido y eficaz. Como hizo con Xicu Masó en ‘El metge de Lampedusa’ o con el trío Pere Arquillué-Francesc Orella-Lluís Villanueva en 'Art'. El espacio escénico, con dos grandes paneles para la cocina, primero, y después con una imagen de una playa griega, también es igual de sobrio.
Porque todo queda en manos del enorme hacer de Arànega, capaz de transitar sin ningún esfuerzo de la monotonía de Shirley Valentine en su día a día, salpicada con anécdotas muy divertidas, al brioso renacer que supone librarse de rancias ataduras matrimoniales y encontrar su lugar en el mundo muy lejos de la cocina de una casa de Liverpool.
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