CRÍTICA

El hundimiento

Emiliano Monge ha escrito en 'Las tierras arrasadas' una tragedia de dimensiones colosales

RICARDO BAIXERAS

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Con 'Las tierras arrasadas' Emiliano Monge (Ciudad de México, 1978) ha escrito una tragedia de dimensiones colosales. No es solo que haya contado los horrores de un México arruinado por las terribles historias de los migrantes de Centroamérica, esos “seres que padecen los castigos de la patria que se traga los anhelos y sepulta los recuerdos”. No. Es que con este libro ha narrado “la historia pues del último holocausto de la especie”. Un verdadero hundimiento en el que “el pasado está más cerca en la memoria que en el tiempo” y el “dolor está más cerca en la cabeza que en el cuerpo”.

Su escenario es México otra vez, pero su terreno literario el alma humana liderando jaurías espeluznantes: “Cada gota de este ácido aguacero es una aguja que se clava en las costillas, en los brazos, en los vientres, en las piernas y en los rostros de los sinDios que vuelven a tragarse ahora sus lenguas.”

EL INFIERNO DE DANTE

El relato envilecido es un “mar de sombras que aquí todo lo sepulta” porque lo que aquí se relata es el cuerpo convertido en mercancía y el alma de unos seres castigados con una violencia verbal afilada y épica. Las tierras arrasadas de las que habla Monge rasgan la mismísima puerta del infierno convertido en un hueco, una sombra a la que irán a parar “todos los seres cuyo Dios es sordo a ruegos”. No es de extrañar que la mayoría de las cursivas que aparecen en el libro sean citas explícitas de la 'Divina Comedia' de Dante, léase del Infierno.

Pero también hay una historia de amor, la que protagonizan Epitafio, que era “un hombre nítido y entero, aceptando que su mundo ha sido derrumbado y sintiendo cómo cae encima suyo el peso entero de la nada”, y Estela, “Laciegadeldesierto, que además de una mujer, es una historia”. Condenados de antemano al silencio de la muerte tratarán de salvarse del hachazo del destino: la llamada telefónica que nunca llega condena a los amantes a una devastación personal e histórica, consecuencia de una violencia centenaria, que no es si no la suma de cuerpos seccionados y apilados en un escenario dantesco en el que “los perros ya no saben cómo contenerse”.

La devastación recreada escarba en la conciencia del lector hasta decir basta y está escrita en un fraseo exigente. El aliento literario de un texto en verdad virtuoso en lo que al ritmo se refiere es una fiesta del intelecto que no se puede ni debe olvidar.

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