La princesita feminista

LUCÍA ETXEBARRIA

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Había una vez una princesita cuyos padres olvidaron invitar al bautizo a una bruja Maléfica que amenazó con enviar una maldición a la princesa. Por esta razón los reyes la sobreprotegieron. No tenía permitido salir de palacio ni moverse sin un séquito de lacayos guardaespaldas a su alrededor.

Y la princesa creció pensando que era tonta. No sabía vivir sin tener a alguien al lado. Y le daba miedo todo: la oscuridad, las arañas, los perros.

En éstas la princesa conoció al príncipe azul de turno. Pero no fue feliz ni comió ninguna perdiz. El príncipe se reía de ella llamándola tontita en público y, luego, si la princesa lloraba, la acusaba de tener poco sentido del humor. Le interrumpía constantemente cuando hablaba, le gritaba a menudo, y si se enfadaba dejaba de hablarle durante días. A veces desaparecía de cacería durante jornadas enteras y si la princesa le preguntaba a su vuelta dónde había estado, la acusaba de celosa y controladora.

Un día hallábase la princesa llorando desconsolada en su cama con dosel cuando se le apareció El Hada Madrina. Y le regaló un espejito mágico. «Espejito, espejito, ¿dónde está mi príncipe?», preguntó la princesa. Y vio que el príncipe no estaba de caza como había dicho, sino puesto hasta las cejas de hierba de San Juan, estramonio y beleño, en un aquelarre/rave que se habían montado las brujas de la localidad vecina. De paso, como el espejo le permitía ver la realidad sin mentiras, se dio cuenta de que el príncipe era un maltratador psicológico.

La princesa pidió asilo en El Vergel de Hadas Feministas, que en principio la acogieron con gran alegría y alborozo. Como la princesa tenía dos carreras y un máster en informática de gestión la nombraron directora de la Revista 'Hadas Feministas'. La princesa se pasaba el día trabajando. No solo tenía que escribir artículos, también tenía que gestionar los perfiles de Twitter, Facebook e Instagram, y controlar el posicionamiento SEO.

No hacía otra cosa que trabajar, pero las Hadas Feministas no parecían estar contentas nunca. No soportaban que no fuera vegana, ni que fuera de clase alta y blanca. No le permitían decir que un tipo de humor era «blanco» porque pensaban que era utilizar un tono racista. Un día le echaron una bronca monumental porque la princesa citó una famosa frase de la autora feminista Caitlin Moran. «Si tienes vagina y quieres que esté bajo tu control, felicitaciones, eres feminista». Decían que esa frase ofendía a las feministas trans. De forma que la princesa se pasaba el día currando y recibiendo reprimendas.

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Un día hallábase la princesa llorando desconsolada en su futón ecológico (madera reciclada y colchón de algodón cien por cien), cuando se le apareció de nuevo el Hada Madrina.

Y le explicó que las brujas le habían tomado el pelo cuando le habían dicho que una mujer no puede oprimir a otra. Le explicó que la primera lucha de las feministas interseccionales fue la de las mujeres obreras frente al feminismo burgués. Le explicó que cuando Mónica de Oriol dice que en sus empresas no contrata mujeres de entre 20 y 45 años, porque si tienen hijos es un problema, eso es opresión de una mujer hacia otras. Que cuando Esperanza Aguirre, al frente de la Comunidad de Madrid, limitó el acceso a la pastilla del día después, eso era opresión desde una mujer hacia otras. Y que el machismo existe, es una lacra y hay que luchar contra él, pero creer que todas las mujeres son buenas porque sí era de ser muy boba.

«Espejito, espejito, ¿dónde están mis compañeras?». Y vio la realidad: Eran las mismas brujas que montaban aquelarres, y allí estaban con el príncipe, puestas hasta las cejas de beleño, estramonio y hierba de San Juan.

Y colorín, colorado, este cuento aún no ha terminado.