CENTENARIO DE UNA OBRA FARAÓNICA

Un siglo y dos océanos

TONI CANO
MÉXICO

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En plena ampliación del canal de Panamá, el reciente conflicto monetario entre el consorcio internacional encabezado por la constructora española Sacyr y el organismo panameño que administra el paso interoceánico casi ha hecho olvidar que hace cien años la grúa flotante Alexander La Valle navegó por primera vez del Pacífico al Atlántico por el istmo centroamericano. La reciente amenaza de paralizar las obras de ampliación, la disputa sobre los sobrecostes y el tercer juego de esclusas aún en construcción han ensombrecido el aniversario, que se cumplió ayer.

Algunos panameños murmuran estos días despectivamente «ay, gallegos, gallegos», como se conoce a los españoles en América Latina. Solo los descendientes de los emigrantes recuerdan como «auténticos héroes» a los más de 8.000 españoles (6.000 gallegos), que a principios del siglo pasado sobresalieron por su calidad y tesón, pero también por sus protestas y huelgas. Unos 45.000 obreros unieron los océanos por encima de las montañas.

Según el historiador Enrique Rodríguez los «héroes anónimos de la emigración» trabajaban 10 horas, siete días a la semana, «bajo un ardiente sol, con temperaturas de 42 grados, con una humedad de 85%, bajo torrenciales lluvias ocho meses del año, hacinados en toldos y luego en barracas de madera, frustrados y resentidos al ver hechos añicos sus sueños y esperanzas tras la cruda realidad, luchando contra la muerte que acechaba en la explosión de un barreno, el paso de una locomotora, el derrumbe de una ladera o la picada de un mosquito». A partir de 1910, muchos gallegos y otros extranjeros abandonaron. «Los negros antillanos lograron adaptarse mejor al medio y ser más productivos a menor costo».

Hombres decisivos

Dos hombres fueron decisivos para que los empleados culminaran la obra iniciada en 1904. El médico cubano Carlos Finlay, que descubrió por fin que el culpable de las mortandades selváticas era un mosquito, el Aedes Aegypti, y el militar cirujano estadounidense William Gorgas, que le ayudó a sentar las bases de la prevención a gran escala y las aplicó como jefe de sanidad del proyecto del canal: agua potable, drenaje de estanques, fumigación, mosquiteros. Tras su muerte, el presidente panameño Belisario Porras diría: «Gorgas destruyó los pantanos de la muerte y nos dio agua y aire puros de nuestra exuberante vegetación tropical. Gorgas redimió los trópicos».

Muchos proyectos se estrellaron en la selva desde que el rey Carlos I señaló en 1524 que, para evitar las demoras y los peligros del Cabo de Hornos, sobre todo con los barcos cargados de oro, había que unir los océanos en la parte más estrecha de la llamada Tierra Firme. La vieja senda de los nativos, transformada en Camino Real, se combinó poco después con la navegación del río Chagres, por el que las cargas llegaban hasta el Caribe para almacenarse en Portobelo. Una ruta que aún era utilizada en el siglo XIX en medio de la fiebre del oro de California. Los sucesivos proyectos de la Corona fueron naufragando. Un intento escocés de establecer una colonia, Caledonia, y una ruta  con Oriente acabó en centenares de tumbas.

El naturalista alemán Alexander von Humboldt recuperó la idea del canal a principios del siglo XIX. Pero lo que resultó más fácil de construir, a mitad de siglo, fue el ferrocarril, aun a costa de más de 12.000 muertos de cólera y malaria. En 1879 y tras excavar el canal de Suez, el ingeniero Ferdinand de Lesseps presentó su proyecto panameño. España se había desentendido del asunto y Francia llevaba años estudiándolo, mientras EEUU no ocultaba sus intenciones. Gustave Eiffel sumó al proyecto las imprescindibles esclusas, los escalones de agua para superar el relieve de la región, pero el presupuesto se agotó en 1988, tras siete años de trabajos y unos 25.000 muertos.

EEUU tomó la batuta. Firmó un tratado con Colombia -de la que formaba parte esa zona- y creó Panamá en 1903, «un país partido y a un canal pegado». EEUU asumió «a perpetuidad» la soberanía de un área de cinco millas a cada lado del canal (donde se formarían después los militares derechistas del subcontinente) y en 1904 reinició las excavaciones. Se removieron 183 millones de metros cúbicos de tierra. Se hizo un canal de 80 kilómetros, 13 metros de profundidad, un ancho de 91 a 300, tres juegos de esclusas gemelas de 33 metros de anchura y un gran lago artificial.

Lucha por la soberanía

La lucha por la soberanía panameña del canal la iniciaron los estudiantes en 1964. El Ejército estadounidense mató a 23 cuando intentaron «sembrar la bandera» panameña en el canal. Siete años después, el general Omar Torrijos prometió: «O nos colonizan del todo, o tienen que llevarse su tolda colonialista. ¡Y se la van a llevar, señores!» Al escritor Gabriel García Márquez le dijo: «Lo mejor será que nos devuelvan el canal por las buenas; si no, los vamos a joder tanto y tanto que terminarán por decir: ¡Coño, ahí tienen su canal y no jodan más!» Y refrendó el tratado Torrijos-Carter con la amenaza de volar las esclusas. En 1999, Panamá conquistó su «quinta frontera».

En 14 años, el canal ha aportado al país 6.600 millones de euros, cinco veces más que los beneficios del paso de 700.000 naves en 85 años de administración de EEUU. Pero la vía se quedó pequeña. En la ampliación trabajan 200 españoles y bajo dirección de una empresa española. Y ante sus exigencias, muchos murmuran quizá por fin con razón: «Ay, gallegos, gallegos».