Conmemoración de un hecho histórico

Portugal 40 años después

Claveles rojos en los fusiles, en abril de 1974, en las calles de Lisboa.

Claveles rojos en los fusiles, en abril de 1974, en las calles de Lisboa.

SUSANA IRLES / Lisboa

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En aquel momento se sentía como la última vez que Europa podía vivir una revolución. Un grupo de capitanes de entre 20 y 30 años tomaron Portugal de norte a sur y derrocaron la dictadura más antigua del continente. Con un minucioso plan, sin violencia y con pocos disparos, los militares obligaron a claudicar a Marcelo Caetano, sucesor de António de Oliveira Salazar, la principal figura del llamado Estado Novo (1926-1974). Cuarenta años después, sumidos en la peor crisis económica de su democracia, los portugueses se esfuerzan hoy en recordar la esperanza que bulló en las calles aquel 25 de abril.

El orgullo de aquel día sobrevive y nadie niega el portentoso salto que dio aquel país de zapatos rotos obligado a sentarse a la mesa de los países "más ricos y sofisticados del mundo", decía Gabriel García Márquez tras una visita como periodista en 1975. Una cuarta parte de la población era analfabeta y las tasas de mortalidad infantil espantaban a Occidente. Hoy, el desarrollo de aquel asfixiado país avanza en línea con la media europea. Sin embargo, sus dos talones de Aquiles se mantienen: la pobreza y las finanzas. El 18,7% de los portugueses viven con poco más que 400 euros al mes.

La esperanza de aquellos años se fue marchitando. Este 25 de abril, el país espera con recelo el final oficial de tres años de rescate, recesión y sacrificios. La peor crisis económica de la democracia ha disparado hasta niveles históricos el desempleo (16%), los impuestos y la emigración. «Los políticos se olvidan de los pobres. Solo cortan a los que menos ganan», lamenta António Inásio, de 80 años, que regenta junto a su esposa Glória una tasca a menos de 30 metros del cuartel del Carmo. Hasta allí llegaron los carros dirigidos por el capitán Fernando Salgueiro Maia para forzar el rendición del dictador, resguardado en el interior. «Lo vimos todo. Vimos a Marcelo Caetano salir. Oímos los tiros», cuenta la señora, de 81 años. «No teníamos miedo. Era tranquilo. Dispararon algunos tiros. Veíamos aquellos tanques tan grandes…», relata António. La pareja coincide en que se ganó mucho aquel día. «El 25 de abril estuvo bien hecho. Antes no se podía hablar, dio libertad», comenta el portugués.

O comida o medicinas

Sobre los días de hoy, la idea de los dos es menos complaciente. El matrimonio vive de una pensión de 600 euros y no tiene previsto cerrar el pequeño local de poco más de 20 metros cuadrados, cuatro apretadas mesas y una cocina de cámping-gas. «Si viviésemos solo con la pensión, o comíamos o pagábamos la bolsa de medicamentos», dice Glória mientras pasa la bayeta al mostrador.

Más de la mitad de los portugueses están de acuerdo en que aquella fecha fue sinónimo de libertad, según una encuesta de la Universidad Católica de Lisboa. Muy lejos quedan otros valores como «revolución» (7 %) o «democracia» ( 3%). La mayoría de los portugueses se sienten poco (55 %) o nada satisfechos (28 %) con el rumbo del sistema actual. Punto final al romanticismo de la libertad, titulaba el miércoles un periódico.

En aquellos días, todo parecía posible. El coronel Vasco Lourenço, uno de los estrategas del golpe, recuerda el 1 de mayo de 1974 como una «borrachera colectiva». El movimiento vecinal se expandió, los barrios obreros organizaban asambleas, el sindicalismo paralizó el país, la fiebre izquierdista llevó a la nacionalización de la banca, la industria y hasta algunos militares alentaron la ocupación de tierras en el Alentejo, región de latifundios en el sur del país.

A Mário Almeida, analista de banca de 52 años, le gustaría que volviera a ocurrir algo parecido, pero «un 25 de abril en serio». «Llegó un momento en que la esperanza se fue desvaneciendo. Como está ocurriendo ahora…», comenta. Nacido en Mozambique, llegó a Lisboa la medianoche del 24 de diciembre de 1975 en el llamado fenómeno de los retornados. Portugueses que vivían en las colonias portuguesas (Angola, Mozambique, Santo Tomé y Príncipe) fueron obligados a regresar a la metrópolis por la inestabilidad del fin de la guerra colonial, la pesadilla de los capitanes de abril y la causa primaria de la revolución. Más de medio millón de personas dejaron atrás propiedades y vida. Almeida tenía 13 años, no quería venir y recuerda con humor la tristeza de aquella partida. «Antes de ir al aeropuerto fui a la playa, había 40 grados en Mozambique. En Lisboa, dos grados cuando llegué», explica. Cuatro décadas después, quiere volver a la que llama «su tierra» porque Portugal «está en un callejón sin salida». «Puede superar la crisis, pero va a entrar en quiebra otra vez», augura.