Análisis
¿Para qué está España en Afganistán?
Jordi Vaquer
Director del CIDOB
Jordi Vaquer
Es bien conocido el porqué de la presencia española en Afganistán: iniciada en solidaridad con Estados Unidos tras un ataque terrorista de dimensiones inauditas, fue incrementada a petición americana ante las dificultades crecientes en el país. Las preguntas que quedan en el aire, y que el debate de ayer solo resolvió en parte, no son baladíes: ¿hasta cuándo? y, sobre todo, ¿para qué?
En su intervención, Rodríguez Zapatero reiteró un compromiso de seguir en Afganistán hasta que todos los aliados decidan de modo conjunto dejar el país. A diferencia de lo sucedido en Irak, Haití y Kosovo, esta vez España no se retirará de modo unilateral. La Administración del presidente Barack Obama ya ha dejado claro que la intervención no es para siempre y que, después de Irak, le tocará al turno a Afganistán. El Gobierno afgano ha tomado nota y ya habla de poder tomar las riendas de las operaciones militares en el 2014. España no controla los tiempos, pero los contornos del ¿hasta cuándo? empiezan a perfilarse.
Después de más de ocho años, los niveles de violencia siguen siendo elevados, el desarrollo no despega y tanto la insurgencia talibán como la producción y tráfico de heroína han vuelto a crecer. Tras la pérdida de 92 vidas y un gasto de 1.900 millones en casi nueve años, conviene preguntarse para qué España debe seguir. El objetivo principal está bien definido: estabilizar Afganistán y fortalecer a su Gobierno de modo que no se vuelva a convertir en santuario de terroristas. Las dudas que surgen son más bien en relación al modo de perseguir este objetivo, y a si se puede soñar en alcanzarlo.
Algunos gobiernos europeos
-no solo el de España- se resisten a usar la palabra guerra. En su lógica, no se trata de derrotar a un enemigo, sino de realizar una labor de estabilización, algo que la acción militar por sí sola no puede conseguir. Por ello, el esfuerzo militar viene complementado por una labor de capacitación y de ayuda al desarrollo (nótese, sin embargo, la desproporción de medios: por cada euro allí comprometido por España en cooperación, se han gastado ya 8,6 en lo militar).
La estrategia revisada por los países participantes en la misión internacional ISAF se centra en la llamada afganización: la capacitación de la Administración afgana para asumir progresivamente todas sus funciones, incluida la seguridad. Por ahora, sin el respaldo decidido de la fuerza militar, no solo los cooperantes internacionales, sino sobre todo las poblaciones afganas decididas a mirar al futuro están expuestas al chantaje y las represalias de la insurgencia. La fuerza, sin embargo, genera tantos o más problemas de los que resuelve si se vuelve en contra de la población civil. Ellos deben ser los primeros beneficiados de la acción militar en Afganistán, y la razón de ser de la misión internacional. No se trata de erradicar a un grupo o de ganar una batalla, sino de ayudar a garantizarles a los afganos la seguridad imprescindible para que puedan construir una alternativa sólida a la espiral de agresión que les aflige desde hace décadas y cuyas ramificaciones alcanzan hasta Madrid, Balí o Nueva York.
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