DISCURSO DEL presidente EGIPCIO
Mubarak inflama Egipto
Delega sus poderes en el vicepresidente pero insiste en supervisar la transición, frustrando las ilusiones de su dimisión
Ricardo Mir de Francia
Periodista
Especialista en política internacional y reportero. Fue corresponsal en Washington durante una década, donde cubrió las presidencias de Obama, Trump y los inicios de Biden. Antes estuvo otros seis años en Oriente Medio. Licenciado en Periodismo por la Pompeu Fabra y con estudios de posgrado en Derecho Internacional, se ocupa actualmente de la guerra en Ucrania. Interesado también en temas de investigación, geopolítica de la energía, cambio climático y economía.
RICARDO MIR DE FRANCIA
«Que Dios nos proteja». Nunca el cierre de un discurso parece tan apropiado para la situación que amenaza con cernirse sobre Egipto. Tras una larga y tensa jornada plagada de indicios que apuntaban a la dimisión inminente del presidente Hosni Mubarak, muchos de ellos propagados desde el régimen, el autócrata que ha gobernado el país con mano de hierro durante tres décadas compareció ante la nación para afirmar que seguirá ejerciendo el poder al amparo de la Constitución. Otra vez desafiante, no hizo una sola concesión a las demandas de la revuelta que mantiene cercado a su régimen desde hace 17 días.
La reacción en la plaza cairota de Tahrir fue inmediata. Un grito de ira unánime: «Abajo con el régimen», secundado por llamadas de la multitud para marchar hasta el lejano palacio presidencial y una lluvia de zapatos, el más ofensivo de los gestos en esta cultura. Después de dos largas semanas de un civismo extraordinario, únicamente quebrado para hacer frente a los embates del régimen, primero de la policía y después de las turbas de matones vestidos de civil, Mubarak volvió a demostrar ayer que está dispuesto a arrastrar al país en su caída, abocándolo a los infiernos, cueste lo que cueste.
REFORMAS CONSTITUCIONALES / Esta vez no amenazó con el caos como pretexto para demorar su marcha del poder, pero, en tono desafiante, aseguró que no cederá ante «las órdenes dictadas desde el exterior» y continuará en el poder hasta las presidenciales de septiembre. Mubarak aseguró que están en marcha la reformas constitucionales necesarias para limitar los mandatos presidenciales y permitir la celebración de elecciones multipartidistas. Tras expresar su «total compromiso» para responder a las demandas de los jóvenes y de los ciudadanos en general, anunció que ha delegado algunos de sus poderes en su vicepresidente, Omar Suleimán.
Su problema es que a estas alturas apenas le resta credibilidad. Sus opositores, que llenaban la plaza de Tahrir confiando con una euforia contenida que arrojara la toalla, exigen medidas inmediatas, empezando por la abrogación de las leyes de emergencia, vigentes desde 1981. Mubarak, de 82 años, volvió a condicionarla a una situación de estabilidad. La decepción de los millones de egipcios que han reclamado su partida desde que comenzó la revuelta se vio amplificada por las expectativas que se crearon durante la jornada.
El secretario general del oficialista Partido Nacional Democrático, todavía presidido por Mubarak, dijo por la tarde que no pensaba que Mubarak siguiera siendo hoy presidente. «Creo que lo correcto sería tomar una decisión que satisfaga a los manifestantes», aseguró a la BBC.
También el Ejército parecía haberse posicionado ante la situación insostenible creada tras 17 días de contestación masiva y el gravoso impacto económico de una revuelta a la que se han sumado recientemente decenas de miles de trabajadores en huelga. Tras la reunión del Consejo Supremo de las Fuerzas Armadas, en la que no participó Mubarak, como suele ser habitual, los militares declararon en la televisión nacional que apoyaban las demandas legítimas del pueblo y se disponían a tomar medidas para «proteger la nación» y «las aspiraciones del gran pueblo egipcio».
Su jefe del Estado Mayor incluso llegó a decir en la repleta plaza de Tahrir que sus demandas serán satisfechas. Pero ocurrió todo lo contrario. Todo sigue más o menos como estaba, salvo la paciencia de un país que observa con desesperación cómo sus gobernantes siguen mofándose y despreciando su voz.
El dirigente opositor, Mohamed el Baradei, escribió anoche en su página de Twitter que «Egipto va a explotar» y encomendó al Ejército la misión de salvar el país. En la misma idea han estado incidiendo estos dos últimos días algunos dirigentes de la Hermandad Musulmana. Los islamistas han advertido que si el poder no responde a las demandas populares está podría convertirse en una revolución sangrienta. Anoche optaron por guardar un prudente silencio. Su portavoz, Isam al Erian, dijo que su formación se pronunciará oficialmente hoy.
BENDICIÓN DE EEUU / El hombre fuerte del régimen, quien tiene la bendición estadounidense para liderar la transición, pidió a los manifestantes poco después del discurso de Mubarak que se vayan a casa y que trabajen juntos «para forjar un futuro brillante». Suleimán añadió que el presidente le ha encargado «restaurar la paz y la seguridad del país», devolviéndolo a la normalidad y «salvaguardando su economía».
Es pronto para cómo pretende conseguirlo, pero tras los equívocos a los que se entregó ayer el Ejército no debe descartarse la posibilidad de que los militares se dispongan a ejercer de guadaña para el régimen, dejando atrás la pasiva neutralidad demostrada hasta ahora. Anoche, en la plaza, decenas de miles de manifestantes llamaron al Ejército a sumarse a la revuelta. «Soldados egipcios, la elección es ahora entre el régimen o el pueblo», gritaban a los militares desplegados.
Hoy será un día esencial para comprobar el cariz que adquiere la protesta tras el monumental chasco experimentado anoche. En todo el país se han convocado manifestaciones que, antes incluso del discurso del presidente, se esperaban que fueran las más multitudinarias vividas hasta ahora. Durante 30 años Mubarak ha dejado que el país cayera en la basura. Ayer lo condenó a caminar por el precipicio.
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