LA YIHAD EN EUROPA

«Un minuto de tiros»

CARLOS MÁRQUEZ DANIEL / PARÍS / ENVIADO ESPECIAL

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Ha tenido que irse de París porque quedó colapsada tras presenciar el ataque terrorista en el restaurante La Belle Equipe, la noche del viernes, en la calle Charonne. Laurie Navarro, nieta de españoles, está ahora en Pau, en el sur de Francia, a escasos 160 kilómetros de San Sebastián. Su padre voló a la capital francesa el sábado para recogerla, hecha un flan. Cenaba en el local contiguo al que fue tiroteado. «Estaba con tres amigas, a una de ellas hacía seis años que no la veía», explica, ya más tranquila.

«Estuvieron disparando durante un minuto, el minuto más largo de mi vida. Nos tiramos todos al suelo, nos cubrimos con las mesas. Yo fui la única que consiguió llegar a la parte trasera del restaurante. Me refugié donde pude. Creo que una persona recibió un tiro porque siguieron disparando desde la calle». Dedicará los próximos días «a intentar desconectar». Ella, como muchos, vio los cuerpos en el suelo. «Pasé la noche y parte del sábado en estado de choque». 

UN BAR SOLIDARIO

Tuvieron que avanzar despacio porque iba con ellas una amiga que necesita muletas para andar. «La gente no corría, pero sí se notaba que había nervios porque no se sabía qué pasaba». Marta Marí estudia 5º de Medicina en París, y la noche del viernes estaba cenando a un par de calles del Bataclan. Deambularon hasta que llegaron a la zona de Les Halles, ya algo alejada de la sala de conciertos. Nadie sabía nada con certeza. Ellas tampoco. Pasaron junto a un bar y un hombre las invitó encarecidamente a que se metieran dentro. Cerró la persiana detrás suyo. «En el interior había unas 20 personas. Serían poco después de las diez y media de la noche. No teníamos tele ni radio, solo nuestros móviles. Cada vez que intentábamos salir, a alguien le llegaba una información de que los terroristas podían estar por nuestra zona. Nos quedamos en el bar hasta las dos de la madrugada».

La teoría de los seis grados, aquella que defiende que todo el planeta está conectado a través de un máximo de cinco intermediarios, es aquí una exageración. Bastan dos conexiones, a lo sumo, para que un parisino sepa de alguien que resultó herido o muerto. En el caso de Marta, es un compañero de la residencia el que está en el hospital. En el que ella estudia y a la vez trabaja, el Pitié-Salpêtrière, el más grande de la ciudad, están ingresados la mayoría de los 352 heridos. Ella está en la planta de enfermedades infecciosas, así que el asunto no le ha tocado directamente. Pero sí indirectamente. «La dirección nos ha pedido que vaciemos camas porque es probable que las necesitemos para los heridos que salgan de cirugía». Aquí llegó la primera oleada de víctimas de los ataques, y según cuenta esta joven, «todo el personal sanitario vino al hospital para echar una mano». Ayer habían pasado dos días y el centro seguía colapsado, con muchos pacientes que requerían de una misma intervención que debía organizarse en función de la urgencia. Por eso la dirección solicitó que los estudiantes a partir de cuarto curso se implicaran en la ardua tarea de tratar heridas insólitas en una gran ciudad europea. Un inesperado máster. «He tenido que ir a Urgencias a ver un paciente y he podido comprobar que el personal está desbordado de trabajo». Marta tiene una amiga en maxilofacial que le ha hablado de «heridas espectaculares», de «arañazos y desgarros causados por la metralla», de muchos «impactos de bala». «Es lo mismo que en Afganistán», definió el viernes el jefe de Urgencias de otro gran hospital de la ciudad, un médico que en el 2008 sirvió con las tropas de la OTAN sobre terreno en guerra.

VÍCTIMA DEL PÁNICO

A Marta le tocó este domingo revivir las malas sensaciones del viernes en uno de los ataques de pánico registrados en la ciudad . Estaba en un bar en la Rue de Rivoli y de golpe empezó a entrar gente a la carrera. «Ya están aquí», repetía una de las personas que accedieron al local a toda prisa. Se tumbaron en el suelo. Un camarero le hizo señas para que se acercara al lugar en el que estaba él, más alejado de cualquier posible peligro que viniera de la calle. Acabó con sus amigos en una vivienda particular del quinto piso. En la televisión vieron que era una falsa alarma. Y bajaron de nuevo, a la realidad.