FIN DE LA CRISIS ENTRE LAS SUPERPOTENCIAS

Del puente de los espías a la noria del Prater

Anatoly Sharansky (izquierda) cruza en 1986 el puente Glienicke.

Anatoly Sharansky (izquierda) cruza en 1986 el puente Glienicke.

Rosa Massagué

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En 1962, el puente Glienicke entre Berlín occidental y Potsdam, en la zona ocupada por los soviéticos, fue escenario del primer canje de espías entre Estados Unidos y la Unión Soviética.Rudolf Abel,coronel de la policía política soviética KGB, cruzó la pasarela sobre el río Havel, de oeste a este, mientras que el piloto estadounidenseGary Powers, cuyo avión-espía U-2 había sido derribado dos años antes sobrevolando territorio de la URSS, lo hacía en sentido contrario.

Aquel puente quedó envuelto en la nebulosa de misterio que rodeó los otros canjes que se repitieron en aquel escenario hasta el último ocurrido allí, el del disidente judíoAnatoly Sharanskya cambio de dos agentes del KGB. Pero la imagen más vivida de aquel puente se la debemos aMichael Caineen el papel del espía Harry Palmer enFuneral en Berlín. Gracias a las imágenes de aquella cinta pudimos construir en nuestro imaginario la escena de un canje de espías en la que agentes de EEUU y de la URSS se veían cara a cara en una noche gélida, manteniendo el suspense hasta el último segundo.John Le Carréy su gran creación de George Smiley alimentaría el misterio de aquellos encuentros que en plena guerra fría permitían al mundo dar un pequeño respiro. Pese a las amenazas mutuas, los grandes enemigos podían hablar entre ellos.

BERLÍN FUE un escenario que generó mucha ficción en aquella guerra en la que no había un campo de batalla convencional, pero en Viena, la capital austriaca, había mucha más realidad. Lo anticipóOrson WellesenEl tercer hombre,que tenía por escenario una ciudad todavía dividida en cuatro sectores en la que las cloacas eran las vías por las que circulaba todo tipo de tráficos.

Viena tenía sobre Berlín la gran ventaja de haber sido la capital cosmopolita de un enorme imperio multiétnico que se extendía hacia el este, en el que se hablaban numerosas lenguas. Buena parte de las intrigas que jalonaron la historia europea de finales del siglo XIX y principios del XX se cocinaron en la ciudad de la emperatrizSisí. Lo mismo ocurrió en el periodo de entreguerras cuando aquel imperio desapareció, pero cuando Viena alcanzó el estatus de auténtica capital del espionaje fue durante la guerra fría.

AUSTRIA OPTÓ por la neutralidad absoluta en 1955. Su situación geográfica, a caballo entre este y oeste, no le permitía muchas otras opciones. Al oeste tenía a Alemania y al suroeste a Italia, los dos países europeos del eje que entonces merecían todas las atenciones de los aliados con el Plan Marshall. Pero por el este, el país marcaba la frontera queWinston Churchilldefinió como el telón de acero. Aquella frontera no solo era con Yugoslavia, Checoslovaquia o Hungría. Era la frontera entre la Europa occidental y la oriental, entre el capitalismo y el comunismo.

No es de extrañar pues que Viena, con una gran población de refugiados, se convirtiera en un gran teatro de operaciones para los agentes de la CIA, del KGB o del MI5 que ya durante los años de la posguerra y de la división en cuatro zonas se habían instalado en la ciudad del Danubio compitiendo entre ellos.

La noria del Prater vienés no reproduce el gran misterio que emanaba del puente de los espías berlinés. Menos aún, dos aviones aparcados a plena luz del día en la pista de un aeropuerto internacional en un canje curioso e insólito en estos tiempos en que ya no hay telón de acero. Pero siempre nos quedará Harry Palmer. O sea,Michael Caine.