CRÓNICA DESDE BELÉN

Alá se hace fotos en la iglesia

Unos novios musulmanes.

Unos novios musulmanes.

RICARDO Mir de Francia

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No deja de ser extraño ver a parejas de novios musulmanes descender por la balaustrada de una iglesia presidida por la estatua de una virgen cristiana. La escena se repite todos los fines de semana en el jardín del hospital de la Sagrada Familia de Belén, un antiguo monasterio de monjas del siglo XIX reconvertido en hospital de maternidad. Allí acuden las parejas para hacerse las fotos y el vídeo de la boda. Posan bajo los olivos, sentados en el césped o erguidos frente a la fachada de la iglesia. Ecumenismo en estado puro.

En la cuna de la cristiandad sobra el cemento y la piedra, pero faltan parques con flores, fuentes y pérgolas. Para ser exactos, no hay ninguno. Y a los palestinos les encantan los paisajes verdes, fluviales y pastoriles. No es difícil encontrar en las peluquerías de Gaza, en los restaurantes de Jericó o en las viviendas de Jerusalén murales de valles alpinos, cumbres nevadas y ríos cantarines. Esta naturaleza boyante y congelada recrea para muchos la estampa imaginada del cielo islámico, un paraíso en las antípodas de los montes mediterráneos y los yermos paisajes desérticos de estas tierras.

Esta escasez de espacios ajardinados obliga a los novios, sean cristianos o musulmanes, a buscar el más mínimo retal verde para hacerse esos vídeos y fotografías tankitscha los que media humanidad recurre para recordar su matrimonio. Los musulmanes solían ir antiguamente a la Explanada de las Mezquitas de Jerusalén, situada a menos de 10 kilómetros de distancia, pero hoy es un viaje imposible para la mayoría. El muro de separación israelí encierra Belén en una caja de hormigón, y muy pocos logran el necesario permiso israelí para atravesarlo.

Así que tienen que inmortalizarse junto a símbolos cristianos, como la iglesia del Hospital de la Sagrada Familia o los pinares del Campo de los Pastores, donde según la tradición cristiana un ángel anunció a los pastores el nacimiento de Jesús. Símbolos cristianos hasta cierto punto, porque no hay que olvidar que el Corán abrazó la tradición judeocristiana, y Jesús, como Abraham, son profetas del islam en toda regla.

Ni en Palestina ni en Israel hay casi matrimonios interreligiosos. En ninguno de los territorios existe el matrimonio civil, de modo que si un judío y un musulmán, o un cristiano y un musulmán, quieren casarse tienen que hacerlo en el extranjero. En algunos entornos esos matrimonios se consideran sacrilegios, motivo de ultraje y deshonor para la familia. Y la respuesta puede ser bárbara en ambas sociedades. En Israel algunos son repudiados por sus familias. Lo mismo ocurre entre los palestinos, incluidos los cristianos. En los casos más extremos las familias árabes llegan a matar a uno de los cónyuges.

Pero, a la hora de buscar el milagro, ni la fe ni la superstición conocen escrúpulos. Muchas mujeres musulmanas peregrinan a la Gruta de la Leche de Belén o a la iglesia de San Jorge, en la vecina Beit Sahur, atraídas por la creencia popular de que ambos lugares son propicios para la fecundidad. Si no hay más que un Dios, debería dar igual que se le conmemore en una iglesia, una mezquita o una sinagoga. No son más que ornamentación.