El Gran Wyoming

No calla ni a palos

Dice lo que quiere desde el púlpito de 'El intermedio'. Pero su libertad tiene peajes: pullas de los afines al PP, alguna demanda y más de un golpe que nunca ha denunciado.

EL INSURGENTE. El Gran Wyoming dice que aprovecha su fama para pedir justicia.

EL INSURGENTE. El Gran Wyoming dice que aprovecha su fama para pedir justicia.

NÚRIA NAVARRO

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Es la pesadilla del Gobierno del PP. Cada repaso que José Miguel Monzón (Madrid, 1955) les pega desde la tribuna de El intermedio, en La Sexta, les pone los pelos de punta. Saben que tiene más de dos millones de seguidores y una reputación que ha saltado las fronteras (el diario Libération lo ha apodado «la cara y la voz de los indignados»).

Tanto ralla Wyoming a la derecha en general que ha sido citado en el Parlamento -«varias veces», dice-; los tertulianos afines al PP lo trinchan -«por primera vez en la historia me he convertido en un radical antisistema al que derrocar»-; airean hasta el aburrimiento sus 16 inmuebles -«llevo 30 años en televisión y si hubiera ganado lo que la media de presentadores de prime time, tendría 10 veces más»-,

y hasta le han tachado de camello. «A día de hoy estoy convencido de que voy a pagar un precio más alto», se huele. ¿Piensa en ácido sulfúrico o similar? «No, no. Aunque ya me han dado más de una hostia, pero me maquillan y a otra cosa -confiesa-. No hago como otros, que les pegan en bares y van diciendo que han sido sicarios mandados por no sé quién» (el periodista Hermann Tertsch, al que pegaron en un bar, le demandó sin éxito por vulneración de su honor).

«Soy de los pocos que se puede permitir el lujo de hablar -reconoce-y ellos van y dicen: 'Con la pasta que tienes, cállate'. ¡Pues con la pasta que tengo digo lo que me da la gana!». Representar el papel de bálsamo contra la impotencia general le proporciona otro tipo de riqueza. «Para mí la vida tendría mucho menos sentido si estuviera jugando en un casino de Las Vegas -cosa que podría hacer-, pero tengo un compromiso con la gente que me ha dado lo que tengo».

«Síntoma de opresión»

 

Gente machacada por recortes y acogotes varios que, explica, le paran por la calle y le dicen: «Gracias por dar la cara». Basta verle un par de minutos rodeado de fans para percibir que le escuchan como al paladín de la justicia. «Eso es síntoma de la opresión», deduce él. «Nadie está en posición de dar la cara porque se juega el pan de sus hijos. Así que solo digo lo que la gente sabe pero no se atreve a verbalizar». En este sentido, no puede evitar recordar la purga de los artistas que se manifestaron en contra de la guerra de Irak. Cuenta que incluso tiene recopilados todos los artículos que se escribieron sobre ellos, a los que se calificó de «parásitos subvencionados» y «titiriteros proetarras»«Toda esa gente se cuida hoy mucho de decir nada, pero yo no, yo ya tengo la carrera hecha», justifica su paso al frente.

 

Lo curioso, dice, es que él, que aprendió que se podía pedir lo imposible del mayo del 68 y curtió un progresismo desacomplejado en la Transición, no se ha movido una baldosa de donde ha estado parado siempre. «Es el mundo el que cada vez se aleja más de mí. Mi sentido de la equidad y la justicia no han variado, solo que antes era normal y ahora es algo estrambótico y radical».

 

Puestos a asumir un papel estrambótico, ¿por qué no poner los tirantes al servicio de la política? Wyoming admite que ha recibido ofertas. «Ya me la hicieron con la UCD -se remonta-. Lo gracioso es que les dije: 'Verá, es que yo milito en las antípodas de la UCD'; y me respondieron '¡y eso qué tiene que ver!'». También reconoce haber estado en alguna reunión previa de Podemos, porque le seducía el momento fundacional. Pero no milita ni piensa pedir el voto para nadie. Y mucho menos entrar en una lista. «No he nacido para eso, yo lo que quiero es hacer rock'n' roll», jura él, líder de Los Insolventes, una banda muy suelta que tanto surfea por Lou Reed como por Leño.

Y la otra militancia, «la irrenunciable», son sus tres hijos: Marina (22), Miguel (20) y Ángela (19). «Viven conmigo y con eso ya tengo faena», dice el showman, que es padre separado. «Para ellos quiero pan, justicia y libertad, y su emancipación como ciudadanos, que no existe y hay que construir». Y en el andamio anda. Afeando a los corruptos, señalando los abusos y desenmascarando mentiras («intolerable aquella de 'no daré un céntimo de dinero público a los bancos' del señor Rajoy», elige entre el surtido de promesas del jefe de la Moncloa que acabaron en otra cosa).

Santoral laico

En ese frente de albañil de la democracia ha escrito el libro No estamos solos (Planeta), una especie de santoral laico de sus mitos: Ada Colau, los Yayoflautas, Itziar González, Marina Garcés, Morosito y el Eurito, Begoña Piñero, Pedro Uruñuela... «Es gente que no es indiferente al sufrimiento ajeno y hace algo sin esperar nada a cambio, ciudadanos casi invisibles cuyo trabajo es silente, como los trasplantes de órganos», justifica.

 

Mientras ellos continúan la tarea en sus frentes cívicos, y si no se cumple su sospecha de represalia, el Gran Wyoming seguirá siendo martillo pilón del sistema. Y ojo, que algunos votantes del PP ya le empiezan a dar la enhorabuena sin pasamontañas. El acabose para Génova, 13.