Russell Crowe: "Leo poesía y escribo canciones de amor"

El actor neozelandés se pasa a la comedia en 'Dos buenos tipos', en la que da réplica a Ryan Gosling

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NANDO SALVÁ

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No ha tenido tiempo Russell Crowe (Wellington, Nueva Zelanda, 1964) de hacer ejercicio esta mañana. “En algún momento del día, en cuanto acabe de hablar con la prensa, tendré que sudar un poco”, comenta mientras echa un vistazo a los jardines del Du Cap, uno de los hoteles más lujosos de la Costa Azul. 

Lo cierto es que a sus 52 años cumplidos en abril, se le ve francamente en forma. Nada que ver con la figura barriguda y desastrosa que luce en la película que acaba de presentar en el Festival de Cannes, 'Dos buenos tipos', una comedia de acción ambientada en los años 70 que coprotagoniza junto a Ryan Gosling y que llega ahora a los cines. Engordó específicamente para rodarla –en la pantalla, el contraste entre ambos actores es un chiste en sí mismo–, y desde entonces ha perdido 24 kilos. “Engordar es muy fácil. No hay más que comer mucho y hacer el vago”, explica dándose golpecitos en la panza. “El problema es que no hacer ejercicio provoca una falta de endorfinas y eso te tiene todo el día de mala leche”, añade. Le ha llevado ocho meses soltar el lastre adiposo. “Empecé a hacer ejercicio y decidí no parar hasta que, cuando mirara hacia abajo, pudiera verme el pene”, bromea. “Misión cumplida. ¡He vuelto!”.

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En 'Dos buenos tipos', interpreta a un matón de poca monta que se asocia con el detective privado encarnado por Gosling para investigar la desaparición de una joven. Nunca antes había hecho un personaje tan gracioso. “Es una historia trivial e idiota, cierto. Pero, ojo, también muy seria. Transcurre en un mundo corrupto y retrata situaciones de vida o muerte, y luego lo recubre todo de un irresistible sentido del absurdo”, explica. La imagen que ofrece en la película, y la que da ahora mismo mientras habla de ella, de algún modo desautoriza su reputación de hombre hostil y bronco, al menos con la prensa. “Quien piense eso de mí es que ha leído las historias equivocadas”. 

"Nunca he golpeado a un fotógrafo"

Bien, pero que su relación con la prensa no siempre ha sido cordial es indudable. “Nunca he golpeado a un fotógrafo. Sí que me he encarado con algunos de esos tipos que me persiguen por la calle con una cámara y los he insultado. No me arrepiento”. Russell Crowe es uno de los pocos actores cuya entrada en Wikipedia tiene una sección llamada Altercados y controversias, en la que por ejemplo se relata cómo en el año 2005 le arrojó un teléfono a la cara al conserje de un hotel neoyorquino.

“No siempre he sabido gestionar la fama”, lamenta ahora sin tapujos, sobre todo por el efecto que ello haya podido tener en sus hijos, Charles (12 años) y Tennyson (9). “Entran en Google y leen opiniones y comentarios sobre quién es su padre, o lo que ha dicho, y entonces se les tiene que explicar que muchas de esas cosas son falsas”. De momento, sus niños tienen prohibido 'googlear'.

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Es en buena medida esa actitud dominante y agresiva la que, trasladada frente la cámara, le ha llevado a ser considerado un intérprete comprometido e insobornable. “Cuando me implico en un papel, igual que cuando estrecho la mano de alguien mientras le miro a los ojos, puede estar seguro de que cumpliré mi parte del trato. Es así de simple”. Y sin duda eso ha contribuido a la cantidad de grandes papeles que componen su carrera. 

El dinero va y viene

Russell Crowe se dio a conocer interpretando a un policía de métodos poco ortodoxos en 'L.A. Confidential' (1997), aunque ya antes había rodado en Sídney una película en la que interpretada a un joven homosexual ('Nosotros dos'). Ganó un Oscar como Maximus Decimus Meridius en 'Gladiator' (2001). Volvió a trabajar con el director Ridley Scott en 'Un buen año' (2006), 'American gangster' (2007), 'Red de mentiras' (2008) y 'Robin Hood' (2010). Estuvo magnífico luchando contra la industria tabacalera en 'El dilema' (2000) y, recientemente, como 'Noé', convirtió el diluvio universal en un éxito de taquilla. “Llevo 30 años en este negocio y jamás he lamido traseros ni me he traicionado para complacer a los demás”.

También asegura no tener vanidad alguna. “Mi imagen no me importa en absoluto. No necesito que la gente me vea como un tipo majo, ni que las mujeres se pongan cachondas cuando oyen mi nombre. Me importa que la gente, cuando piense en los momentos cinematográficos que más le han influido, incluyan en la lista alguno protagonizado por mí”.

Un par de zapatos decentes

No cabe duda de que este tipo grandullón y socarrón sabe venderse, quizá porque en el pasado se dedicó a vender para ganarse la vida. También fue músico callejero, camarero, domador de caballos y leyó números en un bingo. “Yo he sido muy pobre y sé que el dinero va y viene, y que por tanto la posesión más valiosa de un hombre es su integridad. Nunca me verá salir por la tele anunciando crecepelos, ni aceptaré un papel solo por el dinero o el pedigrí”. Para ilustrar lo vacíos que tenía los bolsillos cuando empezó, recuerda que la primera vez que estuvo en el Festival de Cannes, presentando la comedia negra 'La prueba' (1991), no podía permitirse ni un par de zapatos negros decentes. “La suela del zapato izquierdo tenía un agujero y, como llovía, a cada paso que daba se me mojaba el pie un poco más. Cuando empezó la película tuve que ir corriendo al baño para poder escurrirme el calcetín”.

Desde entonces, ha llovido muchas más veces. “Aquí estoy de nuevo en Cannes 25 años después, convertido en un hombre de pelo blanco –dice mientras se mesa su barba canosa–. No fui consciente del paso del tiempo hasta que, hará cuatro años, volvía de una 'premiere' y mi esposa de entonces, Danny, me dijo: ‘Debe de ser difícil verte a ti mismo envejecer en pantalla’. Comprendí entonces que nunca más podría hacer una película como 'Gladiator'. Pero, bueno, lo llevo con deportividad”. 

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Crowe se separó de Danielle Spencer en el 2012 después de nueve años de matrimonio. Actualmente corren rumores que lo vinculan sentimentalmente con la artista neozelandesa Gabrielle Pool, pero el romance no ha sido confirmado. En realidad, cuando su agenda se lo permite, el actor pasa el mayor tiempo posible apartado del mundo en su rancho en Nana Glen, a unas horas de Sídney. “Nunca me siento tan feliz como cuando estoy allí con mis hijos durante sus vacaciones escolares. Mi gran temor es que llegará un día, cuando se hagan mayores, en el que ya se aburrirán de montar a caballo conmigo”.

Cuenta que trata de mantener a los niños al margen del tipo de vida que comúnmente se asocia a las celebridades. Para empezar, no firma autógrafos cuando está con ellos. “Sé que para mucha gente es importante que les prestes un poco de atención, y sé que es una falta de respeto ignorarlos. Pero recuerdo un fin de semana que pasé con mis hijos. El primer día me pidieron unos 40 autógrafos, y el segundo incluso más. Decidí que no podía repetirse, porque era un problema tanto para mí como para ellos”. Insiste en que quiere para ellos una infancia normal y que sus privilegios son solo cuestión de suerte. “Aunque los voy a apoyar en todo, quiero asegurarme de que se acostumbran a luchar por las cosas, que no crean que todo les vendrá regalado”. 

Sorprende descubrir que, bajo esa fachada de arrogante masculinidad, se oculta un padre entregado. “Me siguen considerando un tipo duro, y es ridículo. Conozco a unos cuantos tipos duros y, créame, no soy como ellos. Yo leo poesía y escribo canciones de amor. Y cada mañana, antes de empezar a trabajar, me disfrazo y me maquillo. Con eso queda todo dicho”.