VELA. MEDALLA DE ORO EN FLYING DUTCHMAN

Primer doblete de oro

Doreste-Manrique, una tripulación de oro. Los regatistas españoles aún no eran campeones a 200 metros de la meta

Doreste-Manrique, una tripulación de oro. Los regatistas españoles aún no eran campeones a 200 metros de la meta / periodico

FRANCESC CUSÍ / Barcelona

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Uno quiere divertirse navegando. El otro aspira a encontrar en la mar un medio de vida. Uno está acabando su doctorado en informática y es profesor universitario y el otro asegura que fuera de la vela no sabe gran cosa. Pese a sus grandes contrastes, han pasado juntos miles de horas, casi todas con otro canario, Manolo Pazos, su entrenador.

El suyo es seguramente el oro más trabajado de la vela española. Sin competidores en este país, se los tuvieron que buscar en el extranjero, después de entrenar en solitario muchos meses seguidos. De estos contactos han nacido grandes amistades. Una de ellas les dejó un barco que ellos creían más rápido que el suyo. Posiblemente tenían razón, porque con este barco prestado por un italiano, Luis Doreste se ha convertido en el primer deportista español en ganar dos medallas de oro.

Pese a ello, este canario deja claro que la vela no es su fin en la vida. El deporte es eso: deporte. Ganar está bien, pero la vida sigue. De acuerdo con esta mentalidad, su familia celebra los triunfos --y en esta familia de campeones han llovido ya tres oros olímpicos además de varios campeonatos del mundo y de Europa-- sin estridencias. Una cena --tras el oro de Barcelona-92 ni siquiera descorcharon una botella de cava-- y a seguir trabajando. Cada uno en lo suyo. Y él a enseñar su nuevo piso a sus padres --se casará en breve--, aprovechando su viaje con motivo de la medalla.

Si Luis Doreste es un genio de la mar, Domingo Manrique es un obrero de la vela. Lo suyo es trabajar en silencio. Ser rápido en las maniobras. Y mantener el barco siempre plano.

Para ello le es imprescindible mantener el peso. Y éste fue su gran problema en Barcelona-92: los nervios no le dejaban comer. Los nervios que lo agarrotaban y que tampoco le dejaban dormir. Por esto en cuanto acababa la re gata, desaparecía como por arte de magia: se iba a comer. Y era Doreste quien debía dar la cara por los dos.

Y Doreste siempre mantuvo la calma. No dio el oro por ganado cuando muchos lo cantaban por anticipado. Y no lo dio por perdido cuando algunos ya colgaban la medalla a sus rivales norteamericanos. Pero puestos a ser el primero, fue también el primero en felicitar a sus oponentes, por haberles puesto tan difícil este oro.