LA RESACA DE LA FIESTA. LOS PROTAGONISTAS DE LA NOCHE MÁS HERMOSA

"Fui el mentiroso oficial del reino"

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DAVID TORRAS / Barcelona

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Qué llamada más extraña. Juan Antonio San Epifanio rompió su siesta y cruzó la villa bajo un intenso sol. Eran las 4 de la tarde del viernes. En el trayecto hasta las oficinas, intuyó lo que iban a decirle. Había imagina do muchas veces ese momento. Entró en el despacho y enseguida se puso al teléfono. “¿Tendrías algún inconveniente en ser el último relevo de la antorcha?”, le preguntó Josep Roca, responsable de la ceremonia. “¿Qué me estás diciendo?”. Epi cuenta sonriente que en el techo, justo encima del teléfono, hay ahora un buen boquete. Pegó un bote tremendo.

Tardó un rato en hacerse a la idea. Se vio a sí mismo llorando de emoción en Moscú-80 o Los Ángeles-84 o Seúl-88. Recordaba que en alguno de esos tres Juegos los ojos se le llenaron de lágrimas al ver al último relevista. Veinticuatro horas más tarde, él iba a representar ese papel. “¿Por qué yo?”. Nadie puede escapar a ese interrogante. Antes, los encargados de tan difícil elección, se habían preguntado algo parecido: “¿Quién?”. Pudo ser Llopart, Menéndez o Abascal. Pero Epi, considerado como el mejor jugador europeo de la década, reunía más condiciones. Todas. “Muchos deportistas podían estar en mi lugar”.

No se lo dijo a nadie. Bueno, llamó a su mujer. Sólo a ella le desveló el misterio más perseguido. “Me convertí en el mentiroso del reino, en el embustero oficial. En un día, me ha crecido la nariz un poco más”, explica, entre alguna carcajada. Se lo preguntaron una, dos, cien veces. Lo negó ante las cámaras, ante los magnetófonos, incluso ante sus suspicaces compañeros. “Venga, suéltalo ya. No se lo diremos a nadie, de verdad. ¿A que eres tú?”. Jiménez, Villacampa, Jofresa, todos insistían. Tuvo que morderse tantas veces la lengua. “Que no, pesados. Si no voy a ser yo”.

Escapada de la villa

Por la noche, después de la cena, Epi no fue a su habitación. Salió a dar una vuelta. Tuvo que ser muy discreto. Un coche le llevó a escondidas al Estadio Olímpico. Eran casi medianoche. Allí, estaban todos, los elegidos para el máximo honor. Llopart, Abascal, Blanca, Vallduví, lbern y los dos voluntarios Jordi Tabuenca y Dolores Buch llevaban la bandera olímpica. Luis Doreste leería el juramento de los atletas. Herminio Menéndez entraría en el estadio con la antorcha, era el penúltimo relevo. Y él, el último antes de que Antonio Rebollo, el arquero, lanzara su flecha de fuego.

Todo debía estar sincronizado, de acuerdo con la música. Al principio, no fue fácil. Lo ensayaron tres veces hasta que todo salió bien. Correr por ese escenario vacío le produjo una sensación extraña, pero empezó a intuir la emoción que le invadiría 24 horas después. Creyó imaginarlo porque nunca una sensación iba a resultarle tan desconocida. Llegó tarde a la villa, cuando todos dormían. El secreto seguía bien guardado.

Sospechas confirmadas

“Empezamos a sospechar que era él, por algunos detalles. No parábamos de preguntarle cosas, pero siempre decía no a todo. ¡Cómo aguantó el tío!”, recuerda Andrés Jiménez. Pero, en el fondo, todos tenían la certeza de que era el elegido. Epi trataba de mantener el suspense, el secreto más guardado de la ceremonia.

Sobre las 19.30 horas, la delegación española partió de la villa hacia Montjuïc. Estuvieron más dedos horas esperando. Cuando iban a entrar en el Estadio para desfilar, Epi salió de un camerino con el uniforme blanco. Hubo algún insulto cariñoso. Se hicieron fotos juntos, le preguntaron por sus emociones y le desearon suerte. Todos querrían estar en su sitio.

Epi llevaba unos walkman. Escuchó 10 veces la pieza musical que acompañaba su carrera. Herminio Menéndez entró en la pista y empezó a dar la vuelta al estadio. “Iba a toda pastilla, más rápido de lo previsto”. Sería cuestión de no correr mucho para llegar al escenario en el momento justo. “Me sentía transportado, como si estuviera sobre una alfombra mágica”, recuerda.

Ni siquiera vio como Magic Johnson le saludaba. Empezó a cruzar el pasillo, donde los atletas se agolpaban, gritándole, haciendo fotos. Pero no dificultaron su paso, como se había previsto. Escuchaba la música y notaba que iba adelantado. “Casi andaba, las escaleras las subí muy lentamente”. Mostró la antorche al mundo, esperando que la música alcanzara su punto álgido.

Le acercó el fuego a la flecha de Antonio Rebollo --“fue una asistencia bajo el aro”, bromea-- y levantó los ojos. “No me pasó por la cabeza el temor a que fallara. Le vi tremendamente seguro”. Lo estaba. “Si fuera un tiro libre, nadie en el mundo encestaría con esa tensión”, comentó con nerviosismo Andrés Jiménez. El mundo se paralizó unos instantes, los tres segundos que esa flecha de fuego cruzó el aire hasta ilumina Barcelona.

Por la noche, Epi revivió los momentos más emocionantes de su vida. “Creo saber la trascendencia de lo que he vivido”. También sabe que ese valor crecerá con el tiempo.

Empezó a saberlo, cuando se acostó, y una reflexión le vino a la cabeza. “Sólo 22 personas en el mundo han tenido el mismo honor que yo”.