Más de la mitad de los huidos de la Mina por la amenaza de los Baltasares han vuelto a casa

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La Mina de los clanes_MEDIA_1 / FERRAN SENDRA

GUILLEM SÀNCHEZ / BARCELONA

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La cólera de los Baltasares amaina y la grave crisiscrisis que vive el barrio de la Mina comienza a ver su final. Más de la mitad de las familias gitanas que huyeron por miedo a la venganza de este clan han regresado ya a sus hogares, al citado vecindario de Sant Adrià de Besòs y al de Sant Roc, en Badalona. El exilio de estas 300 personas ha durado más de dos meses. Siguen en el exilio otras 200, los parientes más cercanos de los implicados en el asesinato del joven baltasar, el crimen que desató la diáspora.

Comenzó por culpa de una pelea en la discoteca Nirvana del Port Olímpic, la madrugada del sábado 23 de enero. En la pista de baile de este local fue asesinado un gitano baltasar de 27 años a manos de ocho miembros de otros clanes, que le clavaron una botella rota. El presunto asesino, ya detenido por los Mossos d’Esquadra y encarcelado provisionalmente a la espera de juicio, es hijo de una madre del clan de los Pelúos y de un padre del clan de los Zorros. Entre el resto de los integrantes del grupo de agresores había también miembros emparentados con los Cascabel y con los Manuel. Sobre todos estos clanes, sin importar qué tipo de parentesco mantenían con los agresores, recayó la amenaza de los temidos Baltasares. 

Las leyes gitanas, de transmisión oral, dejan claro que “un muerto se paga con otro muerto”. Es decir, que la familia de la víctima consumará su venganza cuando logre matar a la persona que ha dado muerte a uno de los suyos. Dice también que los parientes más cercanos del asesino (padres, hijos, tíos y primos) deben marcharse como una muestra de respeto a la familia de la víctima. Esta dispersión ha sido tan grave porque los Baltasares han ampliado las responsabilidades. Entendieron que debían culpar a los ocho agresores y exigieron bajo amenaza de muerte que se fueran todos. La Mina y Sant Roc se fueron vaciando durante los días siguientes.

MEDIACIÓN DE LOS MOSSOS

Los Ayuntamientos implicados y la Generalitat llevan desde entonces haciendo malabares para tratar de resolver un conflicto incómodo. Tratando de evitar un enfrentamiento entre clanes sin ofender a los Baltasares ni olvidares de los exiliados. Sobre los Mossos d’Esquadra ha recaído la triple misión de proteger al barrio de la Mina, detener a los culpables que mataron al joven baltasar y, sobre todo, tratar de reconciliar posiciones entre todas las familias implicadas en la afrenta. El principal problema de entrada fue que el órgano más reconocido por esta comunidad, el Consejo Gitano -que agrupa a patriarcas de los distintos clanes-, se inhibió porque uno de sus pesos pesados es un Baltasar.

Por eso los policías de la unidad de mediación tuvieron que comenzar desde abajo hasta encontrar nuevos interlocutores válidos. Lo hicieron gracias a los contactos de la Oficina de Relaciones con la Comunidad (ORC) de Badalona. Los mediadores arrancaron primero el compromiso de los Baltasares de dejar que regresaran todos los familiares más alejados en línea parental con los agresores y ahora trabajan para lograr que puedan volver los más próximos. Según ha podido saber este diario, las fechas más pesimistas que se manejan ahora para cerrar definitivamente esta crisis hablan de “seis meses”.

LA SOSPECHA DE LA DROGA

Todo el proceso de diálogo ha sido complicado no solo por la ausencia de interlocutores consistentes. También lo ha sido por la sospecha de que algunos miembros del poderoso clan de los Jodorovic, emparentado a través de diversos matrimonios con los Baltasares, podrían estar interesados en que la diáspora se alargara indefinidamente para quedarse con el control del tráfico de droga en La Mina. Una estrategia oportuna tras las dos macrooperaciones policiales recientes activadas por la policía catalana en la Mina, que han permitido arrestar a 115 traficantes y han dejado este mercado de la droga sin un dueño claro. La dispersión de familias interesa a los traficantes por otro motivo: los pisos vacíos de estos edificios a menudo se convierten en ‘guarderías’, espacios que los traficantes usan para guardar y vender la droga. Una crisis como la desatada por el asesinato del Port Olímpic ha dejado muchas casas vacías.  

A la espera de que los padres, los hijos, los tíos y los primos de los ocho jóvenes que asesinaron al joven Baltasar puedan regresar a su casa, la Mina y Sant Roc comienzan a recuperar la cordura. Que vuelvan todos también ayudará a evitar que se descontrole nuevamente el narcotráfico. 

{"zeta-legacy-despiece-horizontal":{"title":"El medio millar de gitanos exiliados optaron por ocupar casas en urbanizaciones de varios municipios de\u00a0la corona metropolitana. Tanto la Generalitat como los ayuntamientos han tratado estas ocupaciones como un caso especial. Tratando de entender que su destierro era forzoso y que tolerar a esos inquilinos\u00a0era un mal pasajero.\u00a0A los vecinos de Can Teixid\u00f3, una urbanizaci\u00f3n acomodada de Alella (Maresme), les ha tocado lidiar con una cuarentena de exiliados que han recibido el apoyo del consistorio aunque la convivencia en el barrio se ha visto afectada.\u00a0Para resolver este nuevo conflicto, otra derivada del crimen del Port Ol\u00edmpic, el alcalde de Alella ha convocado un pleno municipal para el mi\u00e9rcoles a las siete y media de la tarde. \u201cEl pleno ser\u00e1 caliente\u201d, avanza uno de los vecinos, hartos de convivir con estos nuevos inquilinos que adem\u00e1s los \"amenazan\u201d si osan recriminarles su conducta.\u00a0","text":null}}