Las entrañas de Venus

El deterioro del bloque de La Mina se refleja en el pésimo estado de sus pisos y zonas comunes tras años de falta de inversión e incivismo

Transformación 8 Uno de los edificios nuevos, en la calle de Mart.

Transformación 8 Uno de los edificios nuevos, en la calle de Mart.

VÍCTOR VARGAS LLAMAS / SANT ADRIÀ DE BESÒS

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Sin la aspiración de competir con el glamur del Empire State Building de Nueva York o el vanguardismo de la torre Agbar, pero con idéntica capacidad para significarse como icono con denominación de origen. Una vez atisbado el edificio Venus, no queda duda: bienvenidos a La Mina. Es uno de esos inmensos bloques miméticos que se distinguen desde la Ronda Litoral, el que mejor representa el 'skyline' del barrio, escenario inigualable para 'Perros callejeros' y otros títulos insignes del cine quinqui de los 70. Una mole imponente desde la distancia que, por dentro, se hace añicos en la misma proporción en que se agiganta su oscura leyenda.

La degradación del inmueble se comprueba antes de traspasar el desvencijado portal. En cualquier detalle que alcance la vista se palpa la magnitud de una tragedia arquitectónica y social. En la cocina de Apolonia Queró, por ejemplo, y en la docena de ladrillos totalmente desprendidos, que usa para tapar los tremendos agujeros que amenazan con dejar todo a la intemperie. «Es por la humedad. No puedo pagar obras y los pongo para no morirnos de frío y que no nos invadan las ratas de kilo que merodean», se justifica. «Un día mataré una para que la asistenta me crea», dice con retranca. El parte de siniestros es inacabable: baldosas reventadas, cables eléctricos desprotegidos, marcos de puertas hinchados y un lavabo en el que los escapes han desprendido azulejos y destrozado el calentador.

Apolonia reclama al alcalde, Joan Callau, unos días de cambio de familia, «como en la tele», para que muestre más sensibilidad con los afectados. «¿Cómo pago alquiler en el realojo con los 426 euros que cobro de excarcelación [hace poco que salió de prisión]. En cuatro meses no tendré ni eso... ¿Cómo íbamos a comer?», proclama.

Paco Hernández comparte la «impotencia» mientras guía al visitante por los espacios comunes del número 7 de Venus. Paredes desconchadas y llenas de pintadas, barandillas deformadas, escapes de agua, escombros en el patio interior... Afuera, solo la ropa tendida brinda un reflejo arcoíris a un nubarrón inmenso de gris uralita. No hay duda: bienvenidos a Venus.

Barracas verticales

«Las cosas se hicieron fatal desde el principio, cuando el calor desprendía el hormigón de la fachada. Tuvieron la ocurrencia de recubrir el bloque con chapas metálicas, un paraíso para las ratas, y hacer de los edificios barracas verticales», explica Paco. Y detalla que la situación va empeorando, «sin inversiones, sin mejoras, sin nada». «Solo intervienen en los ascensores y por seguridad. Al morir un niño por seccionarse el cuello, pusieron puerta interior. Si no, aún serían montacargas», dice.

«Si tenemos que quedarnos, reclamamos que rehabiliten todas las viviendas, no solo los espacios comunes. ¿O es que la degradación no está más allá del rellano de la escalera?», inquiere Paqui Jiménez. Joaquina Amaya, de 70 años, asiente recostada en su silla de ruedas junto a un acceso a Venus. Su hermano José retrata un vecindario «sin ingresos o con pensiones mínimas», que sobrellevaba la situación «pensando que llegaría el realojo». «Muchos venimos del Campo de la Bota y sabemos qué es vivir en barracas -dice Joaquina-, pero ya estamos demasiado mayores. Merecemos pasar la última parte de la vida con un poco más de dignidad».