Darse el lote

La cesta de Navidad, aun siendo preconstitucional, resulta muy democrática pues permite a todos los ciudadanos y ciudadanas darse el lote por igual

Barceloneando de Javier Perez Andujar

Barceloneando de Javier Perez Andujar / periodico

JAVIER PÉREZ ANDÚJAR / BARCELONA

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A la cesta de Navidad le pasa como a TV3, que cada vez se la ve menos pero no deja de ser entrañable. La cesta de Navidad viene de aquellos días famélicos en que a los muertos de cuneta siguieron los muertos de hambre. Era cuando los niños se daban porrazos en la cabeza (ahora no les ocurre eso ni nada, porque están todo el día sentados), y se les curaba apretándoles el chichón con una moneda de diez duros o de una peseta, en función de su posición social. En el lenguaje de 'Pulgarcito' (la revista la escribía entera Rafael González, o casi), lo que iba dentro de la cesta recibía el nombre de "reconfortantes vituallas".

Nuestro cómico Cassen (que yace en el cementerio del Poblenou bajo un epitafio que dice mayúsculamente, o sea en mayúsculas: "Quien bien te quiere te hará reír") ha sido el más popular repartidor navideño de la historia del cine, la cual es la más verosímil, comparada con todo lo que se nos cuenta a diario. Era en 'Plácido', es decir, en Manresa, pues allí se rodó la película y allí pusieron a los personajes a vivir en unos urinarios. De las bases de Manresa a aquellos urinarios de Manresa va el mismo puente que lleva del Centro Cultural del Born a los urinarios que colocaron en el Born, y que tuvieron que quitar por unas protestas patrióticas. Nuestro país es tan pequeño que cada vez que se abre una puerta resulta que es el lavabo. 

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La cesta de Navidad, aun siendo preconstitucional, resulta muy democrática pues permite a todos los ciudadanos y ciudadanas darse el lote por igual. Hoy día, existen en los bares de Barcelona dos tipos de cesta navideña: la que toca con el Gordo (como la de la granja bar Charly de la calle Sant Pau, o la descomunal de O Barquiño, de tres niveles, en la zona de Sant Antoni), y la que toca con la Grossa (como la del Bracafé de Fort Pienc). No se sabe si en eso se trasluce una doble alma de Barcelona (a la manera en que se le atribuía al PSC, aunque al final parece más bien que se trataba de un alma de doble filo), o puede que ambas modalidades nos estén hablando conjuntamente de un estado terminal, ya que el éxito en los dos casos depende de acertar con las terminaciones. Ha sido este un año en que, aunque no ha pasado nada porque estamos igual que como empezamos, sí que han terminado algunos que parecían no tener término. En esto, la cesta de Navidad ha mostrado tener más futuro que, por ejemplo, Convergència i Unió. Ya dura más la alianza entre la botella de JB y el jamón del país que entre las citadas formaciones. Y, aunque es cierto que también hemos dejado de decir jamón para señalar que en realidad se trata de paletilla, no va a ser tan fácil dejar de pronunciar Convergència aunque se escriba PDECat. Puede que llamarle a alguien "convergente" connote algo de reproche, pues conlleva cierto pasado oscuro, y por tanto tenga un posible tono peyorativo; pero decirle pedecante o pedecatista no resulta, o no suena, del todo cortés.

UN COCHINILLO VIVO

Los galos de Astérix celebraban la Navidad besándose bajo el muérdago y en vez de un jamón se zampaban el jabalí entero. Barcelona fue también una aldea gala en ese aspecto. En esta redacción, nuestro compañero Ramón Vendrell (a quien, por ser además responsable de la sección donde se publica este artículo, aprovecho para pedirle un aguinaldo) recuerda que en el desaparecido bar Ariño (en Espronceda con Meridiana, en la Sagrera) rifaban cada Navidad un cochinillo vivo, y el animal era exhibido esos días en un pequeño corral que le montaban en sitio privilegiado para que se viera desde la calle. Lo escribió el poeta Li Po en tiempos de la dinastía Tang: "Miro hacia atrás y suspiro; miro hacia adelante y suspiro". Lo nuestro es remar con el cabello al viento (esto también lo decía Li Po, aunque luego lo repitió Gonzalo Suárez en romántico inglés). 

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Los libros, siempre los libros. Barcelona es una ciudad de libros y por eso, asimismo bajo dinastías ya arcaicas, en la televisión municipal, BTV, un año se sorteó una cesta de Navidad hecha con libros. Fue en 'Saló de lectura', el programa literario que dirigía y presentaba nuestro muy estimado Emilio Manzano. Tras una sugerencia improvisada en vivísimo directo, Ferran Mascarell mandó simpáticamente una paletilla para la cesta. Era el concejal de Cultura y estaba a punto de pasar de una dinastía en decadencia a otra en ocaso, como "el navegante de los mares leva el ancla y emprende un largo viaje; pero pronto se pierde hasta su estela, cual pájaro en el cielo", por seguir con los versos de Li Po. Ahora, la única relación entre el Gordo (o la Grossa) y Li Po es la liposucción. Barcelona, eso sí, continúa siendo una ciudad de doble alma. De peluquerías chinas y de barberías 'hipsters', de paletas en paro y de paletillas en cestas.