balance de UNA MADRUGADA DE FIESTA en barcelona

El largo puente favorece la verbena más tranquila de los últimos años

DESALOJO TRAS LA FIESTA 3Arriba, una joven discute con dos mossos durante el desalojo matinal de la playa de la Barceloneta. Unas horas antes, varias chicas posan en plena verbena en la avenida de Icària.

DESALOJO TRAS LA FIESTA 3Arriba, una joven discute con dos mossos durante el desalojo matinal de la playa de la Barceloneta. Unas horas antes, varias chicas posan en plena verbena en la avenida de Icària.

CARLOS MÁRQUEZ DANIEL
BARCELONA

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La tragedia de Castelldefels deja en nimiedad cualquier relato sobre una de las verbenas más tranquilas que se recuerdan en Barcelona. La ciudad vivió una noche de Sant Joan previsible, marcada por la omnipresencia policial, el botellón, los incidentes menores pero no por ello menos desagradables y la enorme capacidad del ser humano por generar basura y, lo que es peor, no recogerla.

Las playas fueron un año más el epicentro de la fiesta, sobre todo Nova Icària, Bogatell, Sant Sebastià y la Barceloneta. Cerca de 75.000 personas –7.000 menos que en el 2009– ocuparon el litoral en nombre de la fiesta, el baile y el baño nocturno. No fue nada difícil encontrar alcohol más allá de las once de la noche, horario de ley seca comercial. Los lateros trabajaron con total libertad –nótese que algunos han empezado a subir el precio en fechas señaladas– y algunos supermercados, como un Spar Express situado en la plaza del Mar, seguían despachando botellas de vodka entrada la madrugada.

Las 300 papeleras de cartón instaladas para la ocasión fueron insuficientes. Sobre las 2.30 horas ya estaban a reventar, lo que genera dudas sobre si la gente es poco cívica o si realmente no tenían dónde desechar su porquería. Los 275 baños químicos echaron humo, pero muchos hombres optaban por desalojar detrás de un seto o, directamente, dibujando una cara deforme sobre la arena.

LA MADRUGADA DEL MAL MENOR / La Guardia Urbana y los Mossos d'Esquadra no eran ajenos a las continuas patadas a la ordenanza de civismo. Así lo confirmaban varios agentes consultados por este diario, que admitían que hacían la vista gorda porque los delitos menores que presenciaban habrían acabado con su talonario de multas en cinco minutos y habría generado situaciones violentas. «Es una de esas noches en las que sabes muy bien lo que te vas a encontrar», relataba uno de ellos. Aun así, nunca el dicho mucha policía, poca diversión fue tan falso. Caminabas dos minutos y ya coincidías con otro coche patrulla o con una pareja uniformada cargada de paciencia y sermones.

En total, 501 agentes recorrieron calles y playas, y su sola presencia sirvió para que hoy se hable de fechorías menores. Se decomisaron cerca de 7.500 bebidas destinadas a la venta ambulante (la mitad que el año pasado), 13 conductores dieron positivo en 169 alcoholemias realizadas y 12 personas fueron detenidas por delitos como robo con violencia o agresión. En la Rambla no faltó la postal perenne de prostitutas de origen africano, situadas en la parte norte por el descanso de un vehículo de los Mossos frente al Liceu.

«COSAS QUE PASAN» / Los fenómenos más estrafalarios se sucedieron a partir de las tres, cuando el alcohol ya había llegado a la sangre en cantidades industriales. A las 3.45 horas, dos grupos de chicas suramericanas se liaban a puñetazos por los favores de un taxi. Pocos minutos después, otro taxi arrollaba a un peatón que caminaba sin destino claro. La luna delantera quedaba destrozada pero, para sorpresa de todos, el joven se iba andando por su propio pie como si nada. Seguro que no despertó tan campante. A las 4.30 horas, una joven cegada por las drogas parecía ver dragones mientras dos agentes intentaban reducirla. «Nada, son cosas que pasan», decía el más joven.

A las seis empezó el dispositivo de desalojo y limpieza de playas. Policía y personal de Medio Ambiente formaron dos líneas y fueron avanzando. La arena fue vaciándose hasta que entraron los tractores que peinan todo el litoral. A las diez, los veteranos de la Barceloneta y Sant Martí pudieron darse su baño matinal, mientras algún que otro listillo buscaba metales con ese chisme que parece una escoba mal acabada.

El alcalde Jordi Hereu bajó a Nova Icària a las siete de la mañana para chequear el amanecer de la ciudad. Visto que todo fue «con absoluta normalidad», tomó rumbo a Castelldefels para expresar la solidaridad de Barcelona con las víctimas.