Suárez, el pistolero

El delantero resuelve el ataque más largo del mundo contra un Atlético encerrado en su guarida con dos disparos a bocajarro

Suárez recoge el balón de la portería tras marcar el empate.

Suárez recoge el balón de la portería tras marcar el empate. / periodico

DAVID TORRAS / BARCELONA

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El ataque más largo del mundo lo resolvió un pistolero, como se han resuelto siempre los asuntos de vida o muerte. Nadie como Suárez para cerrar un duelo eterno, minutos y minutos desafíándose, con el Atlético  encerrado sin querer salir a la calle, esperando a que se hiciera de noche, y con el Barça intentando entrar por todas partes en un acoso terrible. Hasta que el 9 le pegó una patada a la puerta, entró en aquella guarida y se lío a tiros. Pim pam, y listos.

El duelo no ha acabado. Nadie sabe quién quedará en pie. Pero el Barça salvó el pellejo después de estar un buen rato con la soga al cuello. Se libró de un pelo. Antes del doble remate del pistolero apareció un ángel de la guarda, alemán, una mano salvadora que le mantuvo sobre el taburete que ya se tambaleaba. Ter Stegen le dio una vida más y el Barça se agarró a ella con toda su fe, empujado por un Camp Nou infernal.

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Fue un episodio bipolar del Barça, tal que fuera doctor Jekyll y mister Hyde, y que se cerró con la mejor cara, con la más reconocible, enterrado el engendro del primer tiempo. Suárez fue un ejemplo de esa doble personalidad. Estuvo una hora sin tirar a puerta, perdido y enredado. Pero a alguien que lleva toda la vida peleándose para sobrevivir en el oeste, un buscavidas del gol, nunca hay que darle por muerto. Nunca hay que darle la espalda. Ni que sea un uruguayo como Godin. A la que se giró, ya era tarde. Ya había disparado. Una bala de rebote y otra de matón. Son ya 45 goles en 45 partidos.

No disparó solo. Le acompañó el equipo entero, y casi 90.000 pistoleros, que no dejaron de disparar desde la grada, incansables, sin mostrar ni pizca de miedo por más que lo sintieran. Pero costó. Inexplicablemente, cuanto mejor aspecto ha ofrecido el Camp Nou, peor ha sido la puesta en escena del equipo, lejos de la intensidad, la alegría y el empuje de la grada. Ocurrió en el clásico con el homenaje a Cruyff y se repitió anoche, como si unos y otros hubieran tomado caminos distintos y fueran incapaces de ir todos a una. Frente al ruido ambiental, frente a las ganas de los culés de hacer oir su voz, ya antes de empezar, lanzándole el mensaje al Atlético de que estaban listos para el combate y que ellos también iban a pelear, el equipo se quedó en silencio, más apagado que nunca, como si de repente no recordara quién era, mudo sordo. Desconocido.

PITOS CONTRA LA UEFA

La noche empezó entre pitos. A la que sonó el himno de la Champions, el estadio lo silbó con ganas, alzando las estelades, en un desafío que continúa y que habrá que ver cuándo y cómo acabará. No había echado a rodar el balón, y en Múnich ya celebraban el gol del Bayern, un vertiginoso fogonazo impensable cuando anda por medio el Atlético del Cholo. Llegó el minuto 14 y volvió a sobrevolar el recuerdo de Cruyff, en una salva de aplausos llena de emoción, a los que se sumó Simeone, pugnando con las malas sensaciones que algunos ya albergaban viendo cómo estaba el patio. El partido no tenía buena pinta, y los aplausos llegaban por citas concertadas, del minuto 14 al 17, de Johan a las proclamas por la «independencia», y algún arranque esporádico para intentar romper ese aire distante del equipo.

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Solo faltó que Torres cumpliera esa tradición que le lleva a marcarle al Barça los goles que suele fallar ante el Madrid. Después, eso sí, se comportó como un niño tonto y el árbitro lo sacó de clase. El Atlético apeló entonces al gen más cholista. Solo le faltó esconder todos los balones del campo para que no se pudiera jugar más. En cada saque de puerta, en cada saque de banda, en cada falta, se reunían para escribir una instancia, pasándoses la pelota unos a otros, como si nadie quisiera ponerla en juego. Minutos y más minutos a la basura.

Y entonces, tras el descanso, apareció otro Barça, el campeón, el del triplete, el que quiere seguir camino de Milán, con el reto de repetir lo imposible.Y empezó el ataque más largo del mundo, interminable, bajo una intensidad que aceleraba el pulso y la respiración, con disparos y más disparos, ráfagas constantes que el Camp Nou alentaba con rugidos. Una grada animada natural. El Atlético salió más vivo de lo que merecía. Con las botas puestas. La batalla no se ha acabado. Continuará el miércoles en el Calderón. Harán falta más pistoleros.