Suicidio del Barça en Vigo

Los errores defensivos condenan la tibia actitud azulgrana ante un Celta más ambicioso e intenso

Luis Suárez cae volteado en una acción de ataque del Barça.

Luis Suárez cae volteado en una acción de ataque del Barça. / periodico

JOAN DOMÈNECH / VIGO

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Desaparecieron los Barça-Atlético del catálogo de partidos espectaculares, pero el Celta sustituye al cuadro madrileño desde que llegó Simeone. Con Eduardo Berizzo, otro argentino, han reaparecido las verbenas futbolísticas: 4-1 el año pasado en Balaídos, 6-1 en el Camp Nou, 4-3 esta vez. Un petardazo sonoro (como el del Madrid con el Eibar) activó el Barça, lo que le impidió acceder al liderato el día en que acababa la ausencia de Messi.

Goles, espectáculo y entretenimiento en un sarao festivalero que ayudó a digerir, que no ocultar, el suicidio del Barça en Balaídos, donde perpetró una actuación lamentable que durante muchos minutos superó el ridículo. Por si no padecía suficientes problemas con el Celta, y baste el recuerdo del año anterior, no tuvo otra ocurrencia que marcarse autogoles, entre Mathieu y Ter Stegen, cuya fama de portero con pies infalibles quedó erosionada, más allá de que le dio otro melón a Busquets como el de San Mamés. No fueron los únicos en prodigarse en errores de un equipo de aficionados; fueron los más llamativos por relevantes en el resultado. Pero la imagen general del Barça fue sonrojante tratándose del campeón. 

PARTIDO PARANOICO

En Piqué se pudo resumir el paranoico partido del Barça. El defensa cedió metros y metros a Aspas para que el delantero marcara a placer el 2-0 que dejaba una herida insubsanable. En el segundo tiempo, Piqué huyó de la zaga.

Jugó de centrocampista subiendo el balón y remató como un delantero, anotando dos goles y cabeceando otros dos centros que abrigaron la esperanza de un apoteósico empate. Mereció el Barça la derrota por muy heroica y encomiable que fuera la segunda mitad, pero insuficiente para corregir el espantoso primer tiempo.

RESPONSABILIDAD COMPARTIDA

Ilusión, agresividad, deseo. eso le faltó al Barça. Actitud, en resumen, más una pésima gestión técnica. Entre jugadores y entrenador pueden repartirse la responsabilidad del desastre. En una lectura generosa, se podría acotar la pájara azulgrana a diez minutos del primer tiempo, cuando el Celta crucificó al Barça con tres goles. Era un margen insalvable, aunque por momentos pareciera que el bicampeón podría conseguirlo. Debía salir todo perfecto. Y la película  se encaminaba a un final feliz que estropeó Ter Stegen. Algún día salvará los puntos que ayudó a perder en Vigo.

Las visitas de Luis Enrique a Balaídos no pueden ser más amargas. Ganó el primer año con un afortunado gol de Mathieu pero los dos últimos encuentros se han saldado con dos sonoros fiascos que le han bajado del pedestal al que le había encumbrado la hinchada celeste. Berizzo le ha sometido a dos afeitados en seco, contundentes, dejándole en muy mal lugar en la asignatura estratégico-táctica.

Por muy claros que fueran los errores individuales de varios jugadores, por muy distinta que fuera la actitud de unos y otros. Acaso radicó ahí la mayor responsabilidad de los azulgranas, que salieron a la cancha elegantes y sin ninguna intención de mancharse. Acabaron por los suelos, primero por los resbalones, luego revolcados por un Celta más agresivo, más intenso y más voluntarioso que agotó las fuerzas en 45 minutos. Suficientes para la gesta.

EL CELTA SÍ PRESIONA

Quizá pensó Luis Enrique que con el equipo de Gijón, y el único cambio de Jordi Alba por Lucas Digne, sería bastante para recolectar tres puntos más. Olvidó lo engañoso que fue aquel resultado, como él mismo dijo. La mano de Berizzo se vio en que los defensas acosaron a los tres delanteros del Barça –no sucedió al revés en la otra área-  y que los dos extremos (Sisto y Bongonda) presionaron a los laterales culés (Sergi Roberto y Alba) para que no se atrevieran ni a una triste excursión ofensiva.

Ni el Celta ni el Barça quisieron utilizar a los centrocampistas. Luis Enrique, además, no pudo, porque jamás tuvo el control del juego. Reaccionó demasiado tarde, cuando el mal ya era irremediable. Quitó a Rafinha e introdujo a Iniesta. Triste día para que el capitán celebrara su partido número 600 con el Barça. Se lo podría haber ahorrado para mejor ocasión. Para dentro de dos semanas, cuando el Deportivo acuda al Camp Nou. Entonces ya está Messi. Pero ni siquiera él habría evitado el fiasco de ayer. Estuvo en la ducha del año pasado.

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