El cierre del Mundial 2022
Messi descansa en paz
Messi atrapa por fin a Maradona consiguiendo el título mundial y despoja a Francia de su corona, que se resistió con un formidable Mbappé, autor de tres goles antes de los penaltis.
Ya está. Ya es el más grande de todos los tiempos. ¿No quedan dudas, no? Ligas, copas, sextetes, 'pichichis', botas de oro, balones de oro, un Mundial, el Mundial… Dio todo lo que estuvo en su mano, consiguió lo que pretendía, entregó todo lo que le exigían… ¿Ya acabó la letanía?
Ya. Lionel Andrés Messi Cuccitini puede descansar en paz. Vivo y feliz, campeón del último título que le faltaba, atrapó al espectro que agitaban ante sí para discutir algo que tiene mucho que ver con la nostalgia, con lo atávico, incluso con la ficción, aunque sucedió. Messi fue siempre más que Maradona en términos absolutos y numéricos hasta obtener lo único, lo último, que le faltaba: la copa de oro. Lo definitivo. Le avanzó marcando dos goles en la final. Ni Diego lo hizo en 1986.
La concha de su madre
«Vamos Argentina somos campeones del mundo, la concha de su madre», vociferó Leo agarrando el micrófono de la megafonía general, mientras el equipo celebraba el título en la portería albiceleste, los franceses estaban en el vestuario y la organización montaba el escenario con la forma del logotipo del Mundial. Ese símbolo del infinito que es Messi. No volverán, no volveremos, a ver algo semejante. El infinito es él.
Venció al mito Leo en la mejor final de todos los tiempos, con un 3-3 que negó la neoteoría de que el fútbol aburre y no atrapa a los jóvenes. Seis goles en un duelo apoteósico, un formidable toma y daca, que lo tuvo ganado Argentina con el 2-0, que se lo arrebató Francia empatando dos veces y que desembocó en los penaltis por tercera vez en la historia. Imposible mayor agonía ni mayor dramatismo ni tanta concurrencia de héroes: la aparición de Di María, la de Kolo Muani, los dos goles de Messi, los tres de Mbappé, el pie y la mano de Dibu Martínez...

El gol de Messi de penalti en el 1-0 /
Maradona fue un proto Messi. Un antecedente más humano, con sus imperfecciones, en una época más dura por las salvajes entradas que le asaltaban pero menos exigente, con muchos menos partidos. Un anuncio de lo que vendría con el nuevo siglo.
Otro referente, con distintas formas, también imperfecto es Messi, porque falla penaltis de vez en cuando (uno de cinco en Qatar), tan ambicioso como aquel, líder indiscutible de un grupo de humanos sedientos de gloria, capaces de cualquier cosa para entronizarse en un país que solo palpita, que solo ríe, que solo es rico con el fútbol.
Orgulloso y vociferante, cantarín, que solo calló con los dos goles de Mbappé, luego con el tercero, con el corazón encogido hasta que Montiel, el lateral derecho del Sevilla, colocó el 'inempatable' 4-2.
Messi se había elevado a la cabeza de todas las estadísticas y colocó una guinda casi imposible de superar, solo al alcance, se intuye, de Mbappé. Messi se convirtió en el primero de toda la historia en marcar en todos los partidos eliminatorios. Desde octavos a la final. Y dos. Mbappé marcó un triplete (más un cuarto, de penalti) que sólo le sirvió para postularse como el sucesor.
La guinda definitiva
Tal vez se trate de justicia divina el triunfo de Messi, que no siempre comparece en el fútbol. Acaso sí sea la justicia poética del trabajo, de la ambición de su capitán por levantarse siempre después cuatro finales perdidas, por ir constantemente más allá. Y en ese más allá, le colocaron a Maradona, al que ha acabado rebasando. Primero en los títulos, luego en los récords, ahora en el reconocimiento unánime.

El primer argentino que pisó el podio fue Nery Pumpido, el portero de Maradona del 86. Luego subieron a él Dibu Martínez, el mejor portero, Enzo Fernández, el mejor joven, y Messi, el mejor absoluto, con la intromisión de Mbappé, el mejor goleador. Representó Maradona la argentinidad más pura: la eclosión desde la pobreza y la falta de medios a partir de un talento innato y único, hasta erigirse en el líder del pueblo que replicaba a las élites y mucho más amado y mucho más puro que estas. Maradona estuvo lejos de Argentina mientras jugaba en Europa (dos temporadas en el Barça, ocho en el Nápoles, uno en el Sevilla) pero siempre lo sintieron cercano.

Lionel Messi, ataviado con la prenda del emir, posa con el trofeo de la Copa del Mundo junto a el presidente de la FIFA Giovanni Vincenzo y el emir de Qatar.
/La distancia, en cambio, fue un inconveniente para Messi, que se marchó a los 12 años sin haber sido descubierto y, por tanto, sin la posibilidad de ser amado. Y cuando empezaron a darse cuenta de que era Maradona modernizado, mejorado, vieron que no era como el recuerdo del mito. Ni tenía el verbo ni tenía el carisma que habrían podido ayudarle a promocionar sus superiores virtudes futbolísticas.
Messi lo tiene todo. Y tiene, al fin, la copa que coloca el mundo a sus pies. Al Thani se la entregó a Messi en presencia de Gianni Infantino, el presidente de la FIFA, que permitió el extraordinario gesto del emir, por inhabitual dado que la FIFA no tolera intromisiones en sus ceremonias, y por significativo que Messi exhibiera el ropaje del emir, como si fuera un igual, como si admitiera que Messi tiene tanto poder en el planeta como él.
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