DE LA REVOLUCIÓN A LA GUERRA FRÍA

Cuba, sí, yanquis, no

El inicio del deshielo entre EEUU y el castrismo culmina un largo historial de tensiones que ha atravesado más de medio siglo. Casa Amèrica recorre ahora su reflejo en los carteles propagandísticos del régimen comunista.

Exposición 'Mi tío no se llama Sam'. Abajo, algunos de los carteles exhibidos.

Exposición 'Mi tío no se llama Sam'. Abajo, algunos de los carteles exhibidos.

TERESA CENDRÓS

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A principios de los 60, el combativo cantautor colombiano Alejandro Gómez Roa entonaba por los estadios y macroauditorios de la isla caribeña su «canción con mensaje» Cuba, sí, yanquis, no -un 'hit', que lo fue también aquí, entre progres y obreros, en los años del tardofranquismo-. El contundente estribillo enviaba un recado al pueblo -y más allá-: la guerra fría entre el castrismo y Estados Unidos había empezado. La música afín al régimen ha sido, durante casi 60 años, un megáfono muy efectivo de difusión del discurso antiamericano, pero ni mucho menos el único. Casa Amèrica Catalunya pone ahora el foco en otro, bastante menos conocido fuera del territorio cubano: el cartelismo de propaganda política.

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Una exposición y un libro -a cargo del investigador Alfons González Quesada-, con el esclarecedor título de 'Mi tío no se llama Sam' cruzan visualmente una confrontación que, recuerda González Quesada, «ha condicionado la realidad cubana», convirtiendo al «enemigo» en un icono más del nutrido imaginario revolucionario. Esta suerte de relato gráfico del conflicto tiene sentido precisamente ahora, añade, al convertirse en casi un vestigio. «Dos semanas antes de la toma de posesión de Obama, en el 2008, y a punto de celebrarse los 50 años de la revolución -explica el investigador-, se desmantelaron todas las vallas propagandísticas frente a la Oficina de Intereses de Estados Unidos, la única representación diplomática en la isla. Desde entonces, no se ha levantado ninguna otra con mensaje político en el malecón». Un «gesto de buena voluntad», según él, que, algunos años después, ha dado paso a la recuperación de las relaciones y a la reciente visita de Obama al país.

VALLAS EN MIAMI

Una gran fotografía preside la exposición: es una imagen de mediados de enero de 1959, dos semanas después de la caída de Fulgencio Batista y del ascenso del comunismo. Parece una invitación al turista estadounidense a que derroche sus dólares en los casinos y en los hoteles de lujo de la isla. Pero, advierte González Quesada, estas vallas publicitarias tienen doble lectura: «En primer lugar, la instantánea no está tomada en la costa cubana sino en la de Miami, y dio pie a grandes titulares en la prensa de EEUU que destacó que Fidel Castro admitía que necesitaba el dinero de sus vecinos». En cambio, continúa, «lo que no entendieron en Washington es que lo que está diciendo Castro en realidad es: 'Ahora Cuba es libre'. O sea, soberana». Quizá sea solo una anécdota, apunta el investigador, pero ilustra el desencuentro inicial, que, de algún modo, anticipaba ya el enfrentamiento entre ambos países.

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RETÓRICA DE LA GUERRA

Aunque la presentación de los carteles exhibidos en 'Mi tío no se llama Sam' es cronológica, González Quesada avisa que «la retórica de la guerra contra el enemigo es exactamente la misma desde 1961, cuando EEUU y Cuba rompen y se produce la invasión de playa Girón». Precisamente la victoria de Girón -y sus aniversarios- es uno de los motivos, con contundente carga bélica, que más se repiten en la iconografía castrista, salpicada de decrépitos tíos Sam, cárceles de barras y estrellas y estatuas de la libertad en derribo. En el top, reinciden asuntos como el bloqueo económico, la solidaridad con las luchas «antiimperialistas» de países del Tercer Mundo, la denuncia de las intervenciones militares de EEUU y los tejemanejes de la CIA y, ya en el cambio de siglo, la cruzada para que el niño balsero Elián regresara a casa. En definitiva, medio siglo para la memoria.