muy seriemente
'Modern Love', para los que una vez amamos Barcelona
Nacida en la sección de local de 'The New York Times', esta maravilla se supone que versa sobre Cupido, pero es en verdad una lección sobre qué hace que una ciudad esté viva
La pereza de echarle un vistazo a ‘Modern Love’ (Amazon) iba camino de ser uno de los mayores errores seriófilos que esta modesta sección, 'muy seriemente', podría haber cometido este año, así que, antes de proseguir, toca dar las gracias a Xavier González, fotógrafo, compañero de trabajo y extraoficialmente prescriptor de series. Todo el mundo tiene o debería tener uno, como un frutero que te dice qué melones saldrán buenos. La pereza era por la materia que maneja esta brevísima serie de ocho capítulos inspirada en una columna periódica que publica con el mismo título ‘The New York Times’, el amor, un fruto al que le basta muy poco azúcar para destilar pegajoso almíbar. No es esta una de esas ocasiones. ‘Modern Love’ es un compendio de magníficas interpretaciones, perfectos diálogos escritos al compás de un metrónomo y, aunque no lo parezca, una lección de buen periodismo de la sección de local de, en este caso, ‘The Gray Lady’, que es como algunos aún llaman a ‘The New York Times’, la dama gris.
Ante de ser serie, esta maravilla fue columna en la sección de local de 'The New York Times'. Ejemplar
Daniel Jones, poco conocido a este lado del Atlántico, es el encargado desde hace más de 10 años de leer las historias que los neoyorquinos envían a la redacción, con Cupido a veces como motor de la acción, aunque no siempre. Recibe unas 8.000 cada año. Como si fueran hojas de té, Jones selecciona las mejores y las publica. Que ese paciente trabajo haya alumbrado al final una serie estupenda es solo una feliz consecuencia inesperada. El propósito fundacional de tal sección parece que era reforzar los lazos vecinales de una ciudad de ocho millones y medio de habitantes, que parecerán muchos, pero como dice uno de los más sabios personajes que aparecen en la serie, Guzmin, Nueva York en verdad solo es un pueblo grande.
‘Modern Love’ merecería la pena aunque solo fuera por las soberbias actuaciones de Anne Hathaway, Andrew Scott y Tina Fey, por destacar tres protagonistas y podrían ser más, e incluso por descubrir, por fin, que Andy García es realmente un actor. Los capítulos son autoconclusivos, pequeños cuentos independientes unos de otros, pero lo interesante e imperceptible es cómo se teje en ‘Modern Love’, en su versión de papel y en la televisiva, el sentimiento de pertenecer o ser parte de una ciudad, que no es ni de lejos comparable a un nacionalismo o a un patriotismo, es mucho más o mucho menos, allá cada cual con su punto de vista, pero es, sin duda, un intangible de gran valor. ‘The New York Times’ y ‘The New Yorker Magazine’ lo saben y lo fortalecen desde sus páginas. A veces no hace falta ni siquiera tener un portaviones periodístico para despegar. El fotógrafo Brandon Stanton puso en marcha hace 10 años el proyecto ‘Humans of New York’ (un simple cóctel de retrato y biografía de gente elegida al azar por la calle) y suma ya más de 10 millones de seguidores en Instagram.
La mejor foto de esta Barcelona en barbecho por el coronavirus tal vez sea la de esos niños jugando a pelota delante de la Catedral
Todo esto viene al caso porque ‘Modern Love’ es una oportuna bocanada de aire fresco en esta Barcelona que accidentalmente está en barbecho vacía de turistas, lo cual ha sido maravilloso para comprobar que, como también diría Guzmin, solo es un pueblo grande. Del Madrid de 1981 dijo Joaquín Sabina, antes de cantar uno de los himnos de Antonio Flores en un concierto de La Mandrágora, que era “una ciudad invivible pero insustituible”, lema que sería perfecto para otra sección de este diario (‘barceloneando’ si no la conocen, se la aconsejo, aunque renquea un poco desde que comenzó la pandemia, pero pronto se repondrá) en la que a veces se siente el calor cercano de los vecinos de este pequeño gran pueblo encajado entre dos ríos de corto caudal, una sierra pelona, cuatro playas y un puerto. Sucede cada vez, por ejemplo, que una tienda adorable echa el candado por última vez y se oficia una misa periodística por ella, y ese luto colectivo en el que participan los lectores es pese a todo una buena señal, un indicio de que aún no ha llegado ese momento en que nos han conseguido convencer de que solo somos figurantes de un parque temático y que nuestra única misión es sonreir. Hay esperanza.
Estos días en que los niños vuelven a jugar a pelota delante la de la Catedral (para mí, la mejor imagen del barbecho antes de que regrese el intensivo monocultivo turístico) son una buena ocasión para reconsiderar lo sucedido estos últimos años y darnos una oportunidad para querer de nuevo a esta ciudad invivible pero insustituible como la primera vez que nos enamoramos de ella, porque, visto con perspectiva, que hermosa era cuando decían que era un 'Titanic', siempre algo mejor que el 'Costa Concordia' que ha sido después. Habrá que contarlo.
Pues eso. Gracias, Xavi, por tan inspiradora recomendación.
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