Seis semanas de elecciones

La India abre este viernes las urnas con la victoria de Narendra Modi por descontada

En los dos mandatos anteriores, el primer ministro ha alternado la revitalización de la economía con un preocupante nacionalismo hinduista

La India nacionalista de Modi: un desarrollo vertiginoso y desigual

El primer ministro indio, Narendra Modi, durante un acto de campaña en Chennai, el pasado 9 de abril.

El primer ministro indio, Narendra Modi, durante un acto de campaña en Chennai, el pasado 9 de abril. / R. SATISH BABU / AFP

Adrián Foncillas

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Empiezan este viernes las mastodónticas elecciones de la India sin más misterio que la magnitud de la victoria de Narendra Modi. Se da por descontada la reelección del primer ministro para un tercer mandato que lo empatará en longevidad con Jawaharlal Nehru y su hija, Indira Gandhi, representantes de las viejas dinastías. En su década anterior ha alternado cierta modernización del país a lomos de una economía vigorosa con un preocupante nacionalismo hinduista.

Su reto son los 400 asientos, muchos más de los necesarios para reinar en un parlamento con 543. Las cuentas de Modi, que ningún analista se atreve a discutir, suman los 370 escaños del Partido Bharatiya Janata (PBJ) que lidera a los de las pequeñas formaciones de la coalición gubernamental, la Alianza Nacional Democrática. Aquella cifra no es casual: sólo una vez en la democracia india fue superada, y fue por el Partido del Congreso Indio (PCI), la formación hegemónica durante medio siglo. Sería otro hito para un hombre de 73 años que los colecciona desde que irrumpiera como un tsunami en el esclerotizado paisaje político indio.

Al resto de partidos, más de dos millares, les quedan las migajas. Es un rol frustrante para el PCI, el "viejo gran partido" asociado al linaje Nehru-Gandhi. Modi ha descabalgado a todos los candidatos, hundidos por sus calamitosos resultados o encuestas, y ni siquiera la agrupación con otras formaciones le augura un resultado aceptable cuando lleguen seis semanas después. Son estas elecciones la mayor obra de ingeniería democrática del mundo. Unos 900 millones de votantes están convocados a las urnas, desde la cosmopolita Mumbai a ignotas comunidades sin agua corriente ni electricidad. Suman más que las siguientes cinco mayores democracias del mundo combinadas.

Reformas económicas y nacionalismo hindú

Modi sigue aferrado al discurso que le aupó al poder: reformas económicas y nacionalismo hindú. De Modi esperaban los indios 10 años atrás que aplicara al país la receta de inversiones extranjeras e infraestructuras que había proporcionado al estado oriental de Gujarat crecimientos anuales de dos cifras. El PIB indio crecerá este año un 7,3%, la cifra más alta de las principales economías. Modi ha modernizado las infraestructuras, el país ahonda su huella en el panorama internacional y en agosto colocó un robot en la Luna. Hay motivos para entender que, con un 76% de aceptación popular, sea el líder global más valorado del mundo.

Tampoco escasean las sombras. La expansión económica ha traído unas desigualdades sociales mayores que las de la época colonial, el paro juvenil se acerca ya al 50%, las tensiones inflacionistas castigan a los más necesitados y su gestión del coronavirus fue la más inepta de Asia. Lo más inquietante, sin embargo, son sus patadas a la ejemplar laicidad del Estado y a las minorías religiosas, que ven con aversión otro lustro con Modi. Recientemente ordenó que se implementara una ley que priva a los musulmanes del camino a la ciudadanía india. Apenas un mes antes fueron demolidas dos mezquitas en Nueva Delhi y el estado de Uttarakhand. Modi había inaugurado en enero un templo hinduista donde hubo durante medio milenio una mezquita. Los conflictos religiosos integran cíclicamente la crónica negra. Han sido linchados musulmanes que presuntamente comieron carne de vaca, un animal sagrado para los hinduistas. Sus viviendas y negocios han sido derribados por lo que se conoce como la "justicia de la piqueta" y los boicoteos no son extraños.

Modi representa las aspiraciones de millones de indios. Es el hijo de un vendedor callejero de té que creció muy alejado de los cenáculos del poder de Nueva Delhi o Mumbai y no pisó las universidades británicas donde se formaron sus adversarios políticos. Habla el lenguaje de la calle, es tan nacionalista como populista y entiende estos comicios como un trámite para seguir otros cinco años dirigiendo a un país tan prometedor como frustrante.