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La India nacionalista de Modi: un desarrollo vertiginoso y desigual

Controversia por una invitación del G20: ¿va a cambiar la India de nombre?

¿Por qué se enfrentan Canadá y la India?

Pasajeros indios se aferran a un tren en una estación de las afueras de Nueva Delhi, India. 

Pasajeros indios se aferran a un tren en una estación de las afueras de Nueva Delhi, India.  / AFP / PRAKASH SINGH

Georgina Higueras

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“India es Modi; Modi es India”, volvieron a corear sus incondicionales el 3 diciembre cuando se conoció la victoria aplastante del BJP (Bharatiya Janata Party, Partido Popular indio en castellano) en el gran cinturón de habla hindi del norte del país, donde viven 500 millones de personas. El triunfo de los nacionalistas hindúes en Rajastán, Madhya Pradesh y Chhattigarh asesta un duro golpe al opositor Partido del Congreso, controlado por la dinastía Nehru-Gandhi, que solo ha ganado en el sureño y rico estado de Telangana, cuya capital Hyderabad es un centro neurálgico de la pujante industria tecnológica. 

En menos de una década, Narendra Modi ha cambiado la faz del país. No solo por impulsar su economía -la tercera mayor del mundo por paridad de poder adquisitivo y una de las 10 que más creció el año pasado y este- sino por la eclosión religiosa que tiñe toda India de azafrán, el color del Bharatiya Janata Party. Llegó al poder en 2014 después de hacerse con un tercio del voto popular y conseguir para el BJP una holgada mayoría parlamentaria. Ningún partido había obtenido una mayoría absoluta desde 1984. A partir de entonces, “la magia de Modi”, como cantan sus acólitos, gana elección tras elección en la mayor democracia del planeta. 

Los comicios de noviembre en esos cinco estados, incluido el pequeño Mizoram, donde venció un partido local, son la antesala de las generales del próximo año, cuando mil millones de indios estarán convocados a las urnas. Sus resultados dan alas a Modi, antes humilde vendedor de té, que gobernó con puño de hierro Gujarat (2001-2014), su estado natal, y cuya participación en el pogromo antimusulmán de 2002 llevó a Washington a prohibirle la entrada en Estados Unidos hasta que se convirtió en primer ministro

Hoy, en plena era geopolítica y con China como la gran rival a batir, EEUU se ha rendido a India, quinto exportador del mundo en servicios digitales, que emplean a cinco millones de personas, incluido un ejército de ingenieros y programadores. “Dos grandes naciones, dos grandes amigos, dos grandes potencias”, dijo Biden a Modi el pasado junio en el brindis de la Casa Blanca, durante la visita de Estado del líder indio.

Apple: de China a India

Demócratas y republicanos defienden el traspaso a India de las inversiones estadounidenses en China, como Apple, que ha trasladado parte del ensamblaje de su Iphone, con una inversión de 7.000 millones de dólares, que planea multiplicar por cinco en lo que queda de década. India, que ya en 2023 es el país más poblado del mundo, necesita atraer capital e impulsar su sector manufacturero para dar trabajo a los millones de jóvenes que entran cada año en el mercado laboral. 

La manufactura es su talón de Aquiles. Apenas exporta el 2% del total mundial de mercancías. Las expectativas son enormes, pero muchas de las empresas occidentales que tratan de instalarse allí aseguran que las dificultades, también. No solo se enfrentan a la falta de infraestructuras y a una de las burocracias más inoperantes del mundo, sino también a la actitud proteccionista del Gobierno, que quiere reducir las importaciones “por motivos de seguridad”, sobre todo las procedentes de China, lo que dificulta la cadena de suministros. 

Con una renta per cápita de 2.400 dólares anuales, India cuenta con más mano de obra que China -la mitad de la población tiene menos de 30 años- y mucho más barata. Los críticos aseguran que eso no es suficiente para atraer inversión extranjera, porque falta educación, formación y disciplina. Según la OCDE, casi un cuarto de la población india sigue viviendo bajo el umbral de la pobreza y más del 30% de los jóvenes son NEET (sin empleo, sin educación y sin formación).

Ciudades poco habitables

Cuarta potencia agrícola mundial, más del 42% de la población sigue empleada en el cultivo de la tierra, que representa menos del 17% del PIB. De ahí que, para impulsar su crecimiento, India necesite estimular el sector industrial y hacer un enorme esfuerzo por urbanizar parte de la población rural y, sobre todo, por hacer habitables sus ciudades. Según Naciones Unidas, la mitad de los 800 millones de urbanitas viven en chabolas sin agua corriente, ni saneamiento; en barrios en los que faltan servicios médicos, escuelas, transportes públicos y zonas de recreo.  

El sector servicios es el más dinámico de esta potencia del subcontinente asiático. Produce casi la mitad del PIB, pero solo emplea al 31% de la población activa. La creciente industria de software ha impulsado la exportación de servicios informáticos y modernizado la economía. La ventaja con respecto a China reside en que buena parte de la población habla inglés, único idioma de la mayoría de las universidades indias. Esto ha facilitado los servicios de subcontratación de empresas, atención al cliente y contratación de trabajadores de software.

Los más radicales del BJP, sin embargo, apuestan por impulsar el hindi. La polémica saltó en plena cumbre del G20, que Modi quiso presentar como el escaparate de un país moderno y abierto al mundo. La invitación a cenar de Droupadi Murmu a los líderes extranjeros la describía como “presidenta de Bharat”, el nombre en hindi de India, que recoge la Constitución en su artículo 1º, aunque luego continúa con la denominación India, que los nacionalistas consideran impuesta por los ingleses.

Modi alimenta un populismo embelesado con su nacionalismo, su osadía, su disposición a utilizar la violencia cuando lo cree necesario y su defensa a ultranza del hinduismo que profesa el 80% de la población. El maltrato a quienes profesan otras religiones, en especial a los musulmanes que suponen unos 200 millones de personas, es creciente. Su Gobierno ha prohibido el velo islámico en colegios y universidades y la llamada a la oración de los minaretes. El BJP desprecia la enmienda constitucional de 1976, que califica la república de “socialista y laica”. 

Hogar de un tercio de los desamparados del mundo

El liberalismo económico de las tres últimas décadas ha disparado de forma escandalosa las desigualdades. El 1% más rico posee el 53% de la riqueza del país, mientras que, según la ONU, un tercio de los desamparados del mundo malvive en India. Ellos y otros muchos sobreviven en la economía informal, con subsidios gubernamentales que se multiplican en época electoral. 

Modi se deja querer no sólo por Washington sino también por la Unión Europea, Rusia, China y el Sur Global. Para cada uno de ellos tiene un traje distinto y se vanagloria de no tener alianzas con ninguno. En 2019 abolió el estatus especial, reconocido en una adenda de la Constitución, de Jammu y Cachemira, un estado de mayoría musulmana por el que ha mantenido dos guerras y múltiples enfrentamientos con Pakistán. La medida estuvo acompañada de detenciones masivas, toque de queda y bloqueo total de las comunicaciones telefónicas y de Internet, está última durante seis meses. Occidente, siempre preocupado por los derechos humanos, pareció no enterarse. Solo alzó la voz China, pero porque una de sus disputas fronterizas con India, Aksai Chin, está situada en el extremo oriental de Cachemira.

Las disputas fronterizas siguen generando mucha desconfianza entre los dos gigantes asiáticos, pese a la mejora de las relaciones a principios de este siglo, cuando India reconoció Tíbet como parte de China, y China, Sikim como parte de India. Nueva Delhi se ha integrado en asociaciones lideradas por Pekín, como los BRICS y la OCS (Organización de Cooperación de Shanghai), pero estrecha sus relaciones con Washington para frenar la presencia china en el Índico

Alianzas a múltiples bandas

En 2013, la relación con EEUU se convirtió en Asociación Estratégica Global Integral y en 2016, Washington otorgó a India el estatus de Socio de Defensa Principal, que facilitó su conversión en segundo proveedor de armas a India, detrás de Rusia. Entre las compras, aviones de transporte C-17, de vigilancia marítima P-8I, helicópteros de ataque Apache, de multimisión MH-60R Seahawk y cañones por más de 20.000 millones de dólares. Mientras, Modi sellaba con Vladímir Putin la adquisición del sistema antimisiles S-400 por 5.430 millones de dólares y, desde el inicio de la guerra de Ucrania, ha multiplicado por 22 sus compras de crudo y gas a Rusia.  

Con enormes intereses en Oriente Próximo, donde trabaja un tercio de los 18 millones de personas que componen la poderosa diáspora india, Modi aceptó en 2021 la invitación de Biden para crear el denominado I2U2 (Israel, India, Emiratos Árabes Unidos y EEUU). El objetivo es reforzar las relaciones económicas entre los cuatro países y poner en marcha un ambicioso plan de conectividad entre India y Oriente Próximo --incluye puertos, carreteras y ferrocarriles--, para competir con la iniciativa estrella de Xi Jinping, la Franja y la Ruta, y contener el avance chino por esa región. 

En 1988, India fue uno de los primeros países no árabes en reconocer el Estado palestino, pero las privilegiadas relaciones entabladas con Israel han llevado al Gobierno indio a condenar de inmediato los ataques de Hamás y a abstenerse en la resolución de la Asamblea General de la ONU que pedía una tregua humanitaria en Gaza. El opositor partido del Congreso reaccionó con furia. “Esto niega el apoyo de larga data de India a la causa palestina”, afirmó tras acusarlo de “ser un aliado subordinado del imperialismo estadounidense”. La masacre de inocentes que Israel está cometiendo en Gaza hará muy difícil a Modi defender su abstención ante el Sur Global, cuya representación disputa a China.

Además de I2U2, India es miembro del Dialogo de Seguridad Cuadrilateral, conocido como Quad, junto con Japón, Australia y EEUU, donde se comparte información y se organizan maniobras militares conjuntas, en una mayor implicación de los cuatro países en el océano Índico para frenar los avances chinos. Busca también reforzar la cooperación tecnológica y económica. 

Entusiasmo de Occidente

India y EEUU se sienten tan interdependientes que los dos Gobiernos han declarado que se encuentran entre “los socios más estrechos del mundo”. Como prueba, Biden se limitó a pedir a Nueva Delhi que investigue la acusación del primer ministro canadiense, Justin Trudeau, sobre que el Gobierno indio está involucrado en el asesinato en junio del activista sij Hardeep Sing Nijjar, en Surrey, Columbia Británica. Nijjar, partidario de la independencia del norteño estado indio de Punjab, fue tiroteado cuando salía del templo. En parecidos términos reaccionó cuando el pasado noviembre un juzgado de Manhattan acusó a un funcionario indio de complot para asesinar a otro separatista sij, el ciudadano estadounidense Gurpatwant Singh Pannun, consejero general de la asociación Sikhs for Justice. Según los fiscales, la conjura fracasó porque el hombre que planeaba el asesinato contrató a un sicario que, de hecho, trabajaba para el Gobierno estadounidense.

El entusiasmo de Occidente con India no tiene parangón. No solo por las expectativas económicas que desata sino también porque es vista como la otra cara de China. Pero la mayor democracia del mundo es cada día más autoritaria y tiene muchas vulnerabilidades que es necesario sacar a la luz para buscar las soluciones más adecuadas. De momento, el gran valor de India está en su capacidad de guardar el equilibrio entre el Este y el Oeste, el Norte y el Sur. 

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