Guerra de Ucrania
Alekséi Navalni, el opositor guasón e implacable que era inmune al miedo en Rusia
DIRECTO | Alexéi Navalny: última hora y reacciones a la muerte del líder opositor ruso
MULTIMEDIA | Exilio o muerte: el trágico destino de los opositores en Rusia
Muere en prisión Alekséi Navalni, líder opositor ruso y enemigo número uno de Putin
Marc Marginedas
Periodista
Premio 'Cirilo Rodríguez' al mejor corresponsal en el extranjero (2013), Premi Nacional de Comunicació (2013) y Premio Luka Brajnovic de Periodismo (2019). Autor de 'Periodismo en el campo de batalla: 15 años tras el rastro de la yihad'. Protagonista del documental 'Regreso a Raqqa' (2022)
En el documental que lleva por título 'Navalni', centrado en la figura del opositor fallecido, hay una escena que revela la personalidad y el modo en que materializaba su activismo político el más implacable crítico que ha tenido Vladímir Vladimírovich Putin en el cuarto de siglo que lleva gobernando los destinos de la Federación Rusa. Flanqueado por Cristo Grozev, el periodista de investigación de la web 'The Insider', Alekséi Navalni apenas logró contener un estallido de risa cuando consiguió, en una conversación-trampa a través del teléfono, que su interlocutor, Konstantin Kudriavtsev, un agente del Servicio Federal de Seguridad (FSB, exKGB) le confesara que le había colocado en los calzoncillos el veneno del grupo Novichok que casi le mató en el verano de 2020, cuando regresaba en avión de una gira electoral por Siberia. "¿En las costuras externas o internas?", inquirió el activista. "El interior, en la entrepierna", respondió inocentemente el espía, en paradero desconocido desde entonces.
La escena filmada dio la vuelta al mundo, propiciando infinidad de memes, chistes y caricaturas en la prensa. En una de ellas, incluso se podía ver a un agente del FSB lavando a mano ropa interior y quejándose de que cuando ingresó en el (supuestamente) cuerpo de élite de los servicios de inteligencia rusos, se le había prometido una vida muy diferente, repleta de aventuras y viajes, propia de un James Bond. Pero quienes tramaron la broma obtuvieron también otro logro: pusieron al descubierto la mediocridad imperante en las filas de los servicios de inteligencia y, por ende, de toda la élite que gobierna el país, engañando a todo un agente del espionaje ruso y convenciéndole para que revelara, nada más y nada menos que a un desconocido y a través del teléfono, detalles de una operación ultrasecreta para asesinar al principal opositor de Rusia.
Desde las páginas de The Guardian, Simon Tisdall uno de los columnistas estrella, se preguntaba este viernes si esta faceta burlesca del carácter de Navalni, nacido en 1976 en Odintsovo, una ciudad dormitorio de la periferia de Moscú, había sido el desencadenante que acabó con la paciencia de sus captores. Máxime cuando en enero, tras un periodo de desaparición debido a un traslado carcelario, había vuelto a las andadas, mofándose de la reacción excesiva de las autoridades rusas a una fiesta en Moscú a la que acudieron numerosas cerebrities con la casi desnudez como único código de vestimenta, y cuyos asistentes vieron como se iniciaban contra ellos casos criminales e investigaciones fiscales. "¿Tuviste tú también una fiesta? Seguro que tú también tuviste una fiesta como (Nastya) Ivleeva", (la influencer que convocó el acto, NDR), preguntó al representante de la colonia penal IK3, en el lejano norte, durante una comparecencia por videoconferencia en una vista judicial.
Razones para el pitorreo
Dejando al margen la tragedia que supone para millones de personas la actual guerra en Ucrania y la implacable persecución de los opositores rusos, lo cierto es que durante los últimos años, razones ha habido, y de sobras, para el pitorreo en la Rusia de Putin. En enero de 2021, recién regresado a Rusia (y arrestado) tras la obligada convalecencia médica en Alemania por envenenamiento, el equipo de Navalni difundió un vídeo sobre el denominado 'Palacio de Putin', un vasto complejo a orillas del mar Negro de 7.000 hectáreas, equivalente a 39 veces el principado de Mónaco, que en su interior combinaba a partes iguales exquisiteces propias de la dinastía imperial Romanov, como un pabellón de té, salas de lectura con molduras de estuco y águilas bicéfalas coronando puertas y verjas, con entretenimientos más propios del hampa y las mafias peterburguenses en los salvajes años 90 tras la desintegración de la URSS, como una sala de narguile dotada de un pequeño escenario y una barra levadiza para realizar estriptis femeninos. "El vídeo demuestra que el presidente no está mentalmente sano; está obsesionado con la riqueza", denunció entonces Navalni, hurgando en una herida del pasado de Putin, repleto de privaciones, en un típico apartamento compartido soviético, más conocido como komunalka, en el Leningrado de la postguerra, y lidiando a diario con pandillas callejeras.
Sorna aparte, el gran logro de Navalni en vida como opositor político consistió en haber roto barreras y techos de cristal infranqueables para la disidencia en Rusia, circunscrita hasta la eclosión de su figura a las clases intelectuales herederas de la intelligentsyia soviética en Moscú y San Petersburgo. La Fundación contra la Corrupción (FBK), la oenegé creada por él, había logrado implantarse prácticamente en todas las regiones de la Federación Rusa gracias a las nuevas tecnologías, llevando a todos los rincones del vasto país la denuncia contra la oligarquía y la corrupción regional y estatal, y el mensaje de que una alternativa al actual estado de cosas existe y es posible. El evidente respeto e inquietud que generaba su figura entre las autoridades del país se reflejaba en las duras condiciones de su encarcelamiento, donde sufría desde privaciones de sueño hasta falta de atención médica adecuada, presentando en cada aparición pública un aspecto físico cada vez más desmejorado.
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