Auge del gigante asiático

Asad viaja a Pekín en busca de reconocimiento y fondos para la reconstrucción de Siria

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El presidente sirio, Bashar Al Asad, y su esposa, a su llegada a la ciudad china de Hangzhou.

El presidente sirio, Bashar Al Asad, y su esposa, a su llegada a la ciudad china de Hangzhou. / Europa Press / Xinhua vía Europa Press

Adrián Foncillas

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Música y banderas en la pista de aterrizaje para otro repudiado por Occidente. El presidente sirio, Bashar al Asad, ha regresado casi 20 años después a China en un viaje donde confluyen dos estrategias: la de Pekín, que pretende ahondar su huella en Oriente Próximo, y la de Damasco, necesitado de apoyo internacional e inversiones para reconstruir el país.

Asad ha llegado a Hangzhou, capital de la provincia oriental de Zhejiang, para asistir este sábado a la inauguración de los Juegos Asiáticos. En el palco coincidirá con el presidente chino, Xi Jinping, y otra docena de líderes asiáticos. De su visita de cuatro días se sabe de su paso por Pekín y otras ciudades y la negociación de los fondos largamente prometidos. Está justificado tildarla de histórica. No se veía a Asad en China desde 2004, cuando mandaba Hu Jintao, en aquel primer viaje de un presidente sirio a Pekín desde que ambos países establecieron relaciones diplomáticas en 1956.

Para China es otro mojón en una región bajo la tradicional influencia estadounidense. En marzo ya apadrinó el acercamiento de Irán y Arabia Saudí, tozudos rivales. A China se la recibe en Oriente Próximo como un nuevo actor más dispuesto al comercio que a las intrigas políticas. "En contraste con Estados Unidos, que tiene la imagen de provocador en Oriente Medio y de eludir las responsabilidades que debería asumir, China se adhiere constantemente a la resolución de conflictos mediante el diálogo y se opone a la interferencia internacional en los asuntos internos sirios", opina Wang Jin, profesor del Instituto de Estudios de Oriente Medio de la Universidad del Noroeste, en el matutino 'Global Times'.

Contra el viejo orden occidental

China persevera con su bienvenida a Asad en ofrecer refugio a los parias globales. Este año habrán pasado por Pekín casi todos: el presidente bielorruso, Aleksándr Lukashenko, el iraní Ebrahim Raisí, el venezolano Nicolás Maduro, y está previsto que en octubre viaje el ruso Vladímir Putin, al que se espera el mes próximo. No se puede atentar más ni mejor contra las directrices del viejo orden occidental.

La relevancia del viaje para Siria es aún mayor. Asad se esfuerza en recomponer sus relaciones diplomáticas arruinadas por la guerra civil. Damasco fue readmitida en mayo en la Liga Árabe y Asad ha sido recibido en los últimos meses en Omán, Arabia Saudí y los Emiratos Árabes Unidos. Con China trasciende el marco regional y refuerza sus lazos con un gigante que mitiga las sanciones aprobadas por su represión violenta a los rebeldes.

Pekín ha aguado la estrategia de la ONU con abstenciones y oposiciones a las resoluciones del Consejo de Seguridad. Su apoyo acaba en la diplomacia. No ha participado en sus campañas militares, a diferencia de Rusia e Irán, sin las que no habría recuperado los dos tercios del territorio nacional. Pero Asad no puede esperar de sus otros aliados el soporte económico para levantar un país devastado por la guerra civil. Sólo el músculo financiero chino puede ofrecerlo y así se entiende la visita actual. Es previsible que Asad discuta con Xi de viejos proyectos como la construcción de embalses y campos petrolíferos o la apertura de otras áreas de cooperación.

China prometió a Siria inversiones por 2.000 millones de dólares en 2017 y el pasado año la incluyó en su nueva Ruta de la Seda, la paquidérmica iniciativa de infraestructuras y comercio global de Xi. Nada se ha concretado. Pekín es reacia a invertir en un país convulso que ofrece escasas garantías y el complicado cuadro económico chino actual dificulta la asunción de riesgos. De la habilidad de Asad dependerá que las promesas chinas se concreten esta vez en algo tangible.