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Martín Caparrós: "En Argentina la tensión y el malhumor están a flor de piel; en España la gente es mucho más amable"

El periodista y escritor argentino repasa su obra, recogida ahora en la Biblioteca Caparrós y presentada en la Feria del Libro de Buenos Aires

Martín Caparrós

Martín Caparrós / Fede Paul

Abel Gilbert

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Martín Caparrós es una referencia ineludible de la mejor crónica y la ficción argentinas, con la novela 'La historia', de 1999, como estandarte. Vivió exiliado durante la dictadura (1976-83), retornó con la democracia y fue un protagonista saliente de la transición. Se fue a vivir a Barcelona, "durante los mejores años de Messi", y ahora reside en las afueras de Madrid. Visita Buenos Aires dos veces al año, y constata su constante que la ciudad siempre cambia para peor. Un problema neurológico lo obliga a utilizar silla de ruedas. "Me cuesta mucho estar parado. Lo que intento hacer es vivir lo mejor posible, sentado", repite este autor de decenas de libros publicados y otros 10 que esperan salir a la búsqueda de sus lectores.  A los 65 años, ha descubierto recursos y una fuerza, dice, que no creía tener. Es el Caparrós de siempre; mordaz, incisivo, polemista, afectuoso. Ante todo, sigue siendo una verdadera máquina de escribir. "Es lo que más me gusta. Después a la noche estoy de mejor humor. Y cuando no escribo, mi mujer se preocupa".

-Random House acaba de comprar parte de tu catálogo y lo ha reunido en una Biblioteca Caparrós, que se ha presentado nada menos que en la Feria del Libro. ¿Cómo ha tomado esa decisión editorial?

-Diría con pudor y, a la vez, gusto. La biblioteca "yo", dije y alguien no entendió la broma. Más allá de eso, me alegra mucho que puedan circular libros que no circulaban, todos juntos.

-Y además, están los títulos inéditos. ¿Cómo se acumularon tantos?

-Es un disparate, lo sé, sucedió durante la pandemia. ¿Qué otra cosa podía hacer? La mayoría fueron novelas, cinco de ellas son parte de una serie que comenzó en 2018 con 'Todo por la patria', donde encontré la posibilidad de construir una ficción en medio de episodios verdaderos y significativos de 1933. Su personaje, Andrés Rivarola, exmúsico y periodista, se repite en las demás historias que llegan, año por año, hasta 1938, y coinciden, entre otros temas con la visita de Federico García Lorca a Buenos Aires, en 1934, y el impacto de la guerra civil española en Argentina. De hecho, mi abuelo paterno era un exiliado republicano. Mi intención es llegar con Rivarola hasta 1957, el año que nací.

-Ha mencionado a su abuelo paterno. Curiosamente tiene un libro que solo se ha publicado en Polonia, 'Dziadkowie' (Abuelos).

-Es el único lugar donde me quieren, me digo como un chiste.Tengo un abuelo polaco, Vicente Rosenberg, cuyos hermanos y su padre murieron en el gueto de Varsovia. Se tradujeron ocho de mis libros allí, pero no había estado nunca hasta mis 55 años. Fue una experiencia imborrable, en un sentido fisonómica: mucha gente se me parece.  Escribí 'Abuelos' en principio para regalárselo solo a mis amigos. Después lo amplié. Mi primo, Santiago H. Amigorena, abordó el mismo tema en 'El Gueto Interior', una novela que tuvo mucho impacto en Francia. Muchas de las cosas que cuenta en su libro, y que tienen que ver con la experiencia de un siuperviviente que llega a Buenos Aires, vienen del mío; de hecho, el suyo está dedicado a mí, y yo lo traduje al español.

-Le faltaría escribir una historia sobre su familia y los libros.

- Mi padre escribió varios textos sobre psicología. Mi madre, Martha Rosenberg, es psicoanalista. Tiene 86 años y acaba de publicar una suerte de autobiografía intelectual, 'Del aborto y otras interrupciones'. Ella fue una de las fundadoras, décadas atrás, de la campaña en favor del Derecho al Aborto Legal, Seguro y Gratuito.

-Entre esos 16 títulos reeditados se ha incluido 'No velas a tus muertos', una obra temprana, valorada en círculos académicos, por el modo en que se exploran las militancias juveniles en los años setenta, antes de la dictadura, y que ahora pueden encontrar otro público.

- Fue escrita entre 1979 y 1981, en el exilio parisino. Mientras escribía pensaba que debía haber muchos otros argentinos abordando el mismo tema, escritores más preparados y mejores. Me dije: "cuando quiera ofrecer la novela nadie la va a querer". Sin embargo, no fue así. Mientras escribía no hablaba castellano. Hacía cuatro años que utilizaba el francés. Sin embargo, me descubrí más argentino de lo que me imaginaba. Eso me generó en su momento cierta inquietud: no sabía cuándo iba a volver a vivir en el país, estaban los militares. Pronto encontré otra respuesta más tranquilizadora. No era en absoluto necesario vivir en Argentina para ser escritor argentino, como lo habían demostrado, por ejemplo, Julio Cortázar y Juan José Saer.

-'Ñamérica' es un ambicioso intento de comprender a la región. "Pensamos que somos un fracaso permanente porque no somos lo que deberíamos, en lugar de pensar que esto es lo que somos", se lee en el prólogo. El libro termina con la expectativa de "cambios imprevisibles". ¿Es pesimista sobre esas posibles transformaciones?

-Registro a pesar de todo un optimismo y tiene que ver con que no nos resignamos tanto. Hay otras zonas del mundo en que la gente ya lo ha hecho. Conocemos los intentos fallidos de transformar la realidad, pero son intentos al fin, como si siempre estuviera presente una idea de que nos merecemos más.

-Uno de sus primeros libros de crónicas de viajes se llamó 'Larga distancia', y la misma que debe recorrer cada vez que vuelve a Buenos Aires. ¿Qué es lo que advierte en cada retorno?

-Creo que el deterioro es constante, aunque se manifiesta por saltos. De repente veo cosas que no había visto. Años atrás me impresionaba la gente durmiendo en la calle.

-Eso ya forma parte del paisaje natural, ¿y en la actualidad que le impacta?

-La tensión y el malhumor a flor de piel. La gente está muy agresiva en la calle. El maltrato que se expresa en el lenguaje. Muchos mensajes en las redes sociales suelen terminar con un insulto. En España eso no es así, la gente es mucho más amable.

-Da la sensación de que no hubo tema sin abordar en sus crónicas. Ha pasado del flagelo del hambre al cambio climático, de la espiritualidad y sus farsantes a un viaje intenso por el interior de su país; ha recorrido el planeta y se desempeñó como corresponsal extranjero. Debe haber sin embargo algo que pudo hacer... o se le escapó de la manos

- La muerte de Fidel Castro fue mi mayor fracaso periodístico. Estaba una semana de paseo, no había vuelos La Habana-Miami, me fui a la región Santa Clara, donde tomé el avión a las seis de la tarde. Aterricé en Estados Unidos una hora después, cambié de vuelo y partí a Madrid. Cuando aterrizaba, encendí el teléfono celular y leí lo que había sucedido en la isla que acababa de abandonar. Pegué un grito muy estentóreo y todo el avión me miró. No lo podía creer. Seguramente cuando todavía estaba, Castro había muerto. De haber permanecido unas horas más en Cuba…

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