Pulso en EEUU

Circo, división y caos en Nueva York

La enorme polarización que vive el país se materializa en las manifestaciones a favor y en contra de Trump ante la sede del tribunal en Manhattan

Máxima expectación en Estados Unidos por la declaración de Donald Trump ante el juez

Máxima expectación en Estados Unidos por la declaración de Donald Trump ante el juez / Stephanie Keith

Idoya Noain

Idoya Noain

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Circo, división, caos y tensión son conceptos que han rodeado la vida política de Donald Trump desde que hace ahora cerca de ocho años bajó las escaleras de su torre en la Quinta Avenida y anunció que entraba en la carrera para lograr la nominación republicana, que no solo logró, sino con la que batió en 2016 a Hillary Clinton para llegar a la presidencia de Estados Unidos. Esos mismos elementos han vuelto a desplegarse con toda su potencia, y con dosis considerables de esperpento, en las inmediaciones del edificio de tribunales en el bajo Manhattan donde Trump se convierte este martes en el primer ocupante del Despacho Oval imputado por lo penal.

Collect Pond, el pequeño parque frente al número 100 de Centre Street, es el escenario donde las divisiones y la polarización de EEUU se están desplegando en esta jornada histórica. Lo hacen de forma literal, con el espacio dividido en dos por vallas policiales para acoger a un lado a quienes se manifiestan en favor de Trump y quienes han acudido a celebrar su imputación. Pero como en la vida diaria, las barreras físicas no son impermeables. Y a lo largo de la mañana se están viendo cruces de argumentos, con voz calma o a gritos, y también momentos de enfrentamiento entre dos facciones que, al menos aquí, se muestran irreconciliables.

Con toda la calle Centre, donde está el edificio del tribunal, tomada por instalaciones de prensa y cámaras, en la plaza hay más periodistas que manifestantes, a favor o en contra de Trump. También, un imponente despliegue de policías uniformados. 

La sensación de estar en una representación del absurdo se hace por momentos inevitable. Y quizá un momento paradigmático para expresarlo sea lo que ha sucedido cuando ha llegado a la protesta pro-Trump la congresista republicana y radical Marjorie Taylor Greene. Como cuando antes ha aparecido brevemente por la plaza George Santos, su colega de filas salpicado por el escándalo de sus incontables mentiras, ella también se ha movido envuelta por un denso enjambre de fotógrafos, cámaras y periodistas. 

Cuando la representante de Georgia ha hablado, a través de un megáfono, sus palabras denunciando que la imputación de Trump “es un asalto a la democracia”, han sido acalladas por los constantes pitidos de unos silbatos. Los había repartido, paradójicamente, otro manifestante Pro Trump. Y ha tenido que ser luego, dando entrevistas a la prensa en el asiento trasero de su todo terreno, cuando Taylor Greene ha podido lanzar sus mensajes comparando al expresidente con Nelson Mandela y con Jesucristo, “arrestados y perseguidos por poderosos gobiernos corruptos”.

“Es todo un espectáculo que se alimenta a sí mismo”, describía la escena Robin, una diseñadora gráfica neoyorquina, judía y vecina del Lower East Side, que votó por Alvin Bragg, el fiscal demócrata que ha convencido a un gran jurado para imputar a Trump y que se movía por el lado de los defensores del presidente para tratar de argumentar sobre los méritos de que incluso un expresidente se siente ante la justicia.

Hablaba sin demasiado éxito con un grupo de mujeres, vestidas con toda la parafernalia del movimiento MAGA (Make America Great Again), que habían llegado desde Long Island, un feudo republicano en Nueva York, y aseguraban que lo que se vive hoy en Nueva York es “una desgracia”, “asqueroso”, “antiamericano”. “Si se lo pueden hacer a él nos lo pueden hacer a nosotros”, decía Christine, una de las mujeres, que aseguraba que los cargos están “inflados”, defendía también que Trump “está haciendo esto por nosotros” y replicaba los mensajes del expresidente y candidato de 2014 contra el fiscal Bragg y definiendo lo que sucede como “absolutamente una persecución política”. “¿Dónde están los cargos contra Hillary Clinton por sus correos, contra Hunter Biden, contra Nancy Pelosi?”, planteaba.

Conatos de racismo

Cuando a Christine se le preguntaba por el asalto al Capitolio y los miedos que disparó de que se produzca violencia para defender a Trump, buscaba distanciarse de aquel momento. “Estamos simplemente agitando banderas, vamos sin máscaras, es todo muy pacífico”, defendía. Pero minutos después, justo cuando llegaba Santos, se producía un altercado entre un manifestante pro-Trump y un cámara de televisión negro. Y una de las mujeres del grupo de Long Island espetaba al cámara, sin importarle que el resto de la prensa estuviera filmando: “no queremos a los de tu clase aquí”. Hay expresiones que no son siquiera los silbatos de perro racistas.

Ha habido otros momentos de cruces tensos, intercambios de palabras subidas de tono, incluso alguna escaramuza en la que ha intervenido la policía. Pero para muchos de los reunidos en la plaza que no son seguidores de Trump era un momento de fiesta. “Hemos venido no a manifestarnos, sino a celebrar”, decían Nadine Sealer y Karen, dos de las primeras en llegar esta mañana. “Esta imputación puede ser el primer paso”, decía Karen. “Normalmente los hombres ricos blancos no rinden cuentas ante la justicia. Y hay que recordar que este es un país muy joven, y no digo que este experimento vaya a funcionar, pero es ese primer paso”.

Con una pancarta que decía directamente “Fuck Trump” (que le jodan a Trump), Karen también estaba convencida de que acabarían siendo más en la plaza. Como asegura que son más en las urnas. “Hay gente que piensa en no venir hoy o no salir para no dar oxígeno a los trumpistas, para que no ganen atención. Pero así llegó Hitler al poder. Ya hemos demostrado que no tenemos miedo. Y definitivamente tenemos los números”.