Complejo relevo en el país suramericano

Lula, atrapado entre los anhelos de cambio y los riesgosos límites que impone la realidad

A una semana de haber asumido el cargo, el presidente de Brasil comienza a administrar como equilibrista las contradicciones de su Gobierno

Lula durante su investidura.

Lula durante su investidura. / Europa Press

Abel Gilbert

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A una semana de haber retornado a la presidencia, Luiz Inacio Lula da Silva no solo intenta borrar las huellas más agraviantes del pasado bolsonarista sino de administrar los desafíos de un presente marcado por la desigualdad en la relación de fuerzas. El tercer mandato del exsindicalista comenzó en Brasilia bajo un sol radiante que permitió iluminar mejor el poder de los símbolos diseminados. Lula recibió los atributos de mando de un niño, un indígena, un negro, una mujer, un trabajador y un discapacitado: parte de los grandes perdedores durante el Gobierno de ultraderecha. "Una buena emoción lava el alma. Incluso sabiendo que puede ser efímera, que hay, detrás de ella, una voluntad de creer en algo que puede no ser cierto", dijo Jorge Coli, columnista del diario Folha de San Pablo, sobre la fuerza inaugural que ha irradiado esa imagen. Todo fue más efímero de lo pensado. La misma escenografía festiva del 1 de enero devino, ocho días después, el territorio de la primera crisis de Gobierno con la embestida de la ultraderecha con banderas verdes y amarillas y carteles que pedían una intervención militar.

La acción vandálicas de los seguidores del excapitán del Ejército bastaron para convertir los aires de optimismo en un soplido de preocupación. Sobre ese trasfondo, el Gobierno se ve obligado a repensar algunos tramos de su hoja de ruta. Los incidentes de Brasilia recordaron el precario equilibrio que sostiene a la democracia de ese país. Porque si bien Lula encabeza el Ejecutivo de una nación federal con mayores inclinaciones programáticas y sentimentales hacia la izquierda, el Brasil federal señala rumbos más sinuosos: trece de sus 27 estados, entre ellos los más prósperos y poblados, San Pablo, Río de Janeiro y Minas, son administrados por la derecha. Algunos de sus gobernadores eran, al menos hasta el 1 de enero simpatizantes de Jair Bolsonaro. Las fuerzas conservadoras también cuentan con sendas mayorías en ambas cámaras del Congreso, lo que obliga al Gobierno a negociaciones constantes y almibaradas con el centro político. En el aire enrarecido de Brasilia flotaba el domingo la pregunta sobre las posiciones que asumirán en adelante los liderazgos conservadores. Por lo pronto, todos los gobernadores repudiaron la tentativa golpista.

Primeros chispazos

Para ganarle al excapitán del Ejército en el segundo turno, Lula contó con la inestimable colaboración de Simone Tebet, del moderado Movimiento Democrático Brasileño (MDB), quien había quedado en el primer lugar en el primer turno. El respaldo tuvo su premio: el ministerio de Planificación y Presupuesto. Al asumir, el pasado jueves, Tebet hizo públicas "algunas discrepancias" con el titular de Economía, Fernando Haddad. Por el momento se ha tratado de una disidencia cordial.

Se estima que 281.000 brasileños viven en la calle, un 38% más que cuando Bolsonaro llegó a la presidencia. Entre 2021 y 2022, el número de brasileños endeudados ha aumentado en seis millones. Casi la mitad de los menores de 14 años es pobre, lo que supone un total de 20,3 millones de personas. El Gobierno ha forzado al Congreso para que abra el grifo del gasto público que permita enfrentar las secuelas más urgentes de las políticas que rigieron los últimos cuatro años. Los analistas creen que existen mayor consenso entre los integrantes de un Gobierno heterogéneo para atender esos lastres. Una de las grandes pruebas más difíciles que deberá atravesar el presidente se relaciona con sus compromisos de revertir radicalmente las políticas ambientales de la ultraderecha y promover la anunciada "deforestación cero".

El papel de Marina Silva

Marina Silva, una heroína de la lucha ecologista, fue ministra de Lula durante sus primeros Gobiernos. Rompió con el líder del Partido de los Trabajadores (PT) en 2008. El peligro de la reelección de Bolsonaro volvió a acercarlos. Ella se hizo cargo de la cartera de Medio Ambiente y Cambio Climático el pasado miércoles. Brasil, dijo, tiene que cumplir el Acuerdo de París. La ultraderecha no solo fomentó la destrucción de los biomas. Su jactancia antiecológica supuso para ese país un enorme desprestigio internacional que Silva se propone revertir lo más rápido posible.

 El rol del ministerio, sostuvo, "no es el de ser un obstáculo a las justas expectativas de desarrollo económico y social de nuestra población, sino el de un facilitador para orientar cómo se pueden satisfacer esas demandas sin perjuicio de la necesaria protección de nuestros recursos naturales", dijo al asumir.  "Marina sabe que, del discurso a la práctica, fluye un río del tamaño del Amazonas", señaló Cristina Amorim, columnista de la revista Piaui.

El frente militar

Bolsonaro había convertido a las Fuerzas Armadas en cogobernantes. Con su derrota, debieron retornar a los cuarteles. La vuelta del PT al Gobierno ha provocado alergia en algunos de los excomandantes. El almirante Almir Garnier Santos se abstuvo de entregar el mando de la Marina al almirante Marcos Sampaio Olsen quien, para colmo, expresó su agradecimiento a Lula por la confianza y prometió lealtad a las nuevas autorides.

Los militares tienen por estas horas un celo especial. Bolsonaro impuso un secreto de 100 años a las acciones realizadas durante su administración por los uniformados. Lula prometió levantar esa restricción, especialmente en lo que respecta al desastroso papel que desempeñó el general Eduardo Pazuello durante la pandemia mientras estuvo al frente del ministerio de Salud. Esos resquemores castrenses parecen ser anecdóticos desde los sucesos del domingo. Lo que se esperaba desde el domingo de las Fuerzas Armadas es un repudio sin ambiguedades de las aspiraciones de la ultraderecha.

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