Cuaderno de bitácora

Diario de a bordo (VIII): Cumbre en Lampedusa: el Astral decide volver a casa

EL PERIÓDICO se embarca con Open Arms y navega en el barco 'Astral' en busca de personas a la deriva en medio del Mediterráneo

Las malas previsiones climatológicas para los próximos días obligan a la embarcación de Open Arms a acortar su misión

Open Arms

Open Arms / RICARDO MIR DE FRANCIA

Ricardo Mir de Francia

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Quizás fueron los inquietantes rayos de la madrugada, que iluminaron el horizonte con sus espasmos eléctricos cuando el Astral encontró vacía la barca que rastreaba. O quizás fueron las muchas horas que su tripulación pasó después dando tumbos por el Mediterráneo en busca de un segundo objetivo que nunca llegó a aparecer. Pero la resaca del primer rescate realizado por el barco de Open Arms durante esta misión fue como mínimo extraña. La satisfacción por haber ayudado la víspera a más de un centenar de personas a recalar en un puerto seguro de Italia dejó paso a una pesada indigestión. Callaron de pronto las llamadas de auxilio por radio y, durante muchas horas, dio la sensación de que era el Astral el que navegaba a la deriva, sin más compañía que algún delfín. 

Todas sus correrías acabaron el lunes en balde. Tras seis horas de travesía por la zona de búsqueda y rescate (SAR, de sus siglas en inglés) italiana, sorteando la tormenta eléctrica que barría sus aguas, el Astral encontró finalmente la barca de madera que horas antes había localizado a la deriva una avioneta de la oenegé alemana Sea Watch. Eran las 03.00 de la mañana cuando su tripulación insomne apuntó con un foco a la patera. Estaba vacía. Ni rastro de sus pasajeros. Tampoco en el agua, barrida entonces por el oleaje. Se hizo el silencio y más de uno pensó en lo peor, hasta que los miembros más experimentados del equipo vieron las referencias pintadas en el casco de la patera, que revelaban que la guardia costera italiana había recogido a los pasajeros. 

Los guardacostas transalpinos siempre acuden a las llamadas de auxilio, según Óscar Camps, fundador de Open Arms. La cuestión es si actúan con rapidez o demoran al máximo la respuesta, como sucede con cierta frecuencia. Otra cosa es Malta. Simplemente ignora las llamadas de las oenegés. Y en su zona SAR estaba el segundo objetivo del día. “Mayday, mayday”, gritó por radio un barco de Sea Watch recurriendo a la señal internacional de socorro. “Hay muchos bebés en la cubierta y también muchas mujeres. Necesitamos ayuda”. El carguero alemán había localizado una embarcación de madera con unas 120 personas a bordo, pero no podía hacerse cargo de ellas porque ya llevaba en en su interior a 400 refugiados y migrantes rescatados en los últimos días. 

Frustración patente

El Astral acudió en su ayuda, pero nuevamente resultó en vano. Apenas veinte minutos antes de llegar a destino, Sea Watch informó de que había optado finalmente por acoger a los pasajeros de la patera. “1.500 euros de combustible tirados por la borda”, dijo alguien desde el puente de mando del Astral. La frustración era patente. Desde que partiera de Badalona el 14 de noviembre, nada había salido según lo previsto. Primero fue el problema mecánico que dejó al barco varado en Menorca durante cuatro días. Y luego los positivos de covid-19 a bordo del Open Arms, la embarcación hermana que venía a reforzar los esfuerzos del Astral y que tuvo que dar media vuelto cuando navegaba ya hacia el Mediterráneo central. 

Pero faltaba una última sorpresa, anticipada machaconamente por la previsión meteorológica de la estación marítima de radio: una borrasca con fuertes vientos para los próximos cuatro o cinco días. Camps y el capitán Savvas optaron por convocar a la tripulación. Afuera, un atardecer sedoso, ciñéndose sobre los acantilados cortados a cuchillo de Lampedusa, que más que una isla parece un viejo dinosaurio retozando sobre el mar. “No vamos a poder avanzar porque tendremos olas de hasta cuatro metros”, dijo el capitán. Sobre la mesa, tres opciones: buscar refugio en algún puerto de Sicilia para capear el temporal; resistir a la borrasca en alta mar sabiendo que probablemente no saldrán pateras desde Libia por el mar tiempo o regresar a Badalona tres días antes de lo previsto. 

Decisión unánime

“Irse siempre es doloroso porque nunca sabes si alguien se atreverá a cruzar, pero tenemos que pensar que este barco es nuestra herramienta y la tenemos que cuidar. Meterle cinco días de golpes es una temeridad”, terció Camps en el puente de mando. Entre la tripulación, novata casi toda ella, las reflexiones fueron en la misma dirección. “Si nos quedamos es para intentarlo todo y arriesgar mucho”, expresó la doctora Caterina Ciufegni. “A mí cinco días de mala mar me quedan grandes”, confesó la socorrista Ana Squarza. 

Llegó el turno de votar: “¿Quien se quiere ir?” Una por una las cabezas asintieron con la gravedad que exigía el momento. Decisión unánime. El Astral vuelve a casa tras nueve días de camaradería y múltiples peripecias. Hizo lo que venía a hacer, por breve que fuera su misión: demostrar a aquellos que se juegan la vida para atravesar el Mediterráneo que a Europa todavía le queda algo de humanidad.

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