Cuaderno de bitácora
Diario de a bordo (III): Las mujeres expatriadas del Astral
EL PERIÓDICO se embarca con Open Arms y navegará en el barco 'Astral' durante 10 días en busca de personas a la deriva en medio del Mediterráneo
Tres tripulantes de la embarcación reflexionan sobre los motivos que las llevaron a embarcarse como voluntarias en la misión de salvamento marítimo
Ricardo Mir de Francia
Periodista
Especialista en política internacional y reportero. Fue corresponsal en Washington durante una década, donde cubrió las presidencias de Obama, Trump y los inicios de Biden. Antes estuvo otros seis años en Oriente Medio. Licenciado en Periodismo por la Pompeu Fabra y con estudios de posgrado en Derecho Internacional, se ocupa actualmente de la guerra en Ucrania. Interesado también en temas de investigación, geopolítica de la energía, cambio climático y economía.
Caterina Ciufegni no olvida las historias de las personas que ha conocido en los rescates. De aquel chico africano que vio morir torturado a su amigo en un centro de internamiento libio. De la mujer camerunesa que fue violada mientras esperaba para embarcarse en una patera. De los sirios o afganos que sobrevivieron al incendio en el campo de refugiados griego de Moira. “Cuando el barco logra desembarcar, la gente estalla de felicidad, nos abrazamos y lo celebramos, pero yo pienso en todo lo que les queda por delante, en que no será fácil, en que su camino no ha hecho más que empezar... Y esa es quizás la parte más difícil de este trabajo”, dice esta doctora italiana de 37 años que lleva casi una década viviendo en Berlín.
Como muchos de los tripulantes del Astral de Open Arms, atracado desde el lunes en Maó por una avería mecánica que le obligó a cambiar de rumbo cuando se dirigía al Mediterráneo Central para realizar labores de salvamento marítimo, Caterina ha vivido parte de su vida como inmigrante lejos de su tierra toscana. O como mínimo como expatriada. Por más que sea consciente de los privilegios que le concede su pasaporte europeo y el color de su piel. Ella se marchó a Berlín para acabar el MIR sin hablar una palabra de alemán. Aprendió la lengua y encontró trabajo en un hospital. Pero acabó quemada por unas jornadas de más de 12 horas que no le dejaban tiempo suficiente para aprender.
Por entonces, Mateo Salvini era ministro del Interior de Italia, el hombre que blindó sus fronteras, cerró los puertos y declaró la guerra a la migración irregular. “Como italiana me sentía muy responsable de lo que estaba pasando en el Mediterráneo. Yo no era activista ni estaba metida en política, pero fue mi forma de comprometerme”, dice ahora Caterina, una de las tres mujeres voluntarias del Astral, cuya tripulación se completa con otros siete hombres. Dejó atrás su trabajo en 2019 y se embarcó en cinco misiones con la oenegé alemana Sea Eye y la francesa SOS Mediterranée, que al igual que Open Arms, se dedican a rescatar personas en aguas internacionales del Mediterráneo. En las pausas se iba a Lesbos o Tesalonika para atender a los refugiados en tierra.
"Me ha abierto los ojos"
“Me ha cambiado mucho la vida. He salido de mi jardín y mi zona de confort y me ha abierto los ojos. Y por el camino, he reencontrado mi propósito vital”, dice en el comedor del Astral, donde las horas de pausa en el puerto empiezan a pesar. Andrea Merino ha hecho el camino a la inversa. Regresó a Barcelona justo antes de la pandemia tras dos décadas viviendo en París y Londres, donde trabajó en el sector turístico. Amante del mar desde siempre, aprendió sus rudimentos empleada en los ferris de Balearia y en yates de recreo, una experiencia que le ha servido para embarcarse por primera vez como marinera en el Astral.
Como el grueso de la tripulación, tampoco viene del mundo del activismo. “La inmigración es un tema complejo, pero Open Arms hace un trabajo necesario y me siento afortunada de poder involucrarme en lo que creo”, afirma mientras los mecánicos sacan con una grúa la caja reductora del barco para arreglarla en el taller. Su experiencia como expatriada le ha ayudado a empatizar con el otro. “En el Reino Unido sí sentí un trato distinto por ser extranjera, pero al final siempre encontré a alguien dispuesto a ayudarme. Esa experiencia te enseña a entender, que más allá de nuestras circunstancias, todos somos iguales”.
"Desde tu casa es muy fácil juzgar"
Desde que volvió a casa, Andrea trabaja en una fundación que ayuda a los enfermos terminales y crónicos. “A la gente que critica a los inmigrantes, les diría que se embarquen o se vayan a una frontera para ponerse en la piel del otro. Desde tu casa es muy fácil juzgar. Pero lo cierto es que hay un problema y necesita de soluciones”. El más inminente para el Astral son las pateras y cayucos a la deriva que, de cruzarse en su camino, tendrán que rescatar socorristas como Ana Squarza, una uruguaya de 39 años.
Ferviente admiradora de Pepe Mújica, quien pasa por ser una de las conciencias vivas del mundo, llegó a Barcelona con su pareja en 2019 con ganas de conocer la riqueza multicultural que escasea en Montevideo. Trabajó de cocinera y socorrista, un trabajo que le hizo conectar con el entorno de Open Arms, una oenegé nacida inicialmente como empresa de 'guardavidas', como llaman los uruguayos al socorrismo. “Todo ser humano tiene derecho a buscar una vida mejor, a tener otras experiencias y vivir en lugares distintos de donde nació”, dice Ana tras pasar parte de la mañana haciendo ejercicio en el puerto. “No puede ser que solo la gente con dinero pueda cruzar las fronteras con libertad. Eso se tiene que acabar”.
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