Cuaderno de bitácora

Diario de a bordo (V): Las trabas de todos los colores vividas por el Astral

La embarcación de Open Arms reanuda la navegación tras cuatro días amarrado en Menorca por un problema mecánico

Astral

Astral / Ricardo Mir de Francia

Ricardo Mir de Francia

Ricardo Mir de Francia

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No es en el mar, sino en tierra donde el desasosiego empieza a asomar en la psique de la tripulación. Los cuatro días varados en Menorca se han hecho largos como semanas. No tanto para el capitán y sus marineros, que pasaron días enteros en la sala de máquinas sacando y metiendo la reductora averiada, pero sí para el resto de una tripulación que ha llenado las horas huecas con largas conversaciones, visitas puntuales al bar y paseos por una Maó encapotada y ventosa, en estado de incipiente hibernación. Las dudas sobre el futuro de la misión trajeron también los primeros murmullos sobre aspectos mejorables de la organización, pero no tuvieron más recorrido después de que se confirmara el jueves que el Astral zarparía poco después del amanecer para salvar vidas en el Mediterráneo Central, su única misión.  

La recobrada vida marinera ha hecho desde entonces su función. “La rutina del barco es una medicina excelente para los corazones dolidos y también para las cabezas doloridas. Yo la he visto calmar –al menos durante algún tiempo—a los espíritus más turbulentos”, escribió Joseph Conrad en ‘El espejo del mar’, un libro autobiográfico sobre sus días en la marina mercante británica que sirve de antídoto contra las estrecheces del camarote. “Hay salud en ella, y paz, y satisfacción por la ronda cumplida; porque cada día de la vida del barco parece cerrar un círculo dentro de la inmensa esfera del horizonte marino”. 

La tranquilidad ha vuelto al Astral, disipando la inquietud con sus vaivenes sobre un mar en calma. No tardó en desplegar la mesana y el Génova para navegar a vela tras dejar atrás la bocana del puerto de Maó y sus imponentes fortalezas, viejo testamento de los días en que los ingleses conquistaron la isla, antes pasto de los piratas de Barbarroja o de la dominación islámica. Navegamos a unas 10 millas náuticas por hora, rumbo sureste, con destino a algún punto de las aguas internacionales que separan Italia de Túnez y Libia. 

Incertidumbre y riesgos

El sol ha aparecido por primera vez desde que comenzó la misión, una misión incierta y con riesgos en el horizonte por los caprichos del Mediterráneo y la hostilidad de muchos países de su cuenca hacia las organizaciones civiles dedicadas al rescate de los refugiados y solicitantes de asilo que zozobran en sus aguas. Este mismo viernes comenzó en Grecia un juicio contra 24 trabajadores humanitarios que trabajaron salvando vidas en Lesbos y sus costas entre 2016 y 2018. 

Todos pertenecían a la extinta oenegé Emergency Response Center International (ERCI). Y ahora se les acusa de espionaje y revelación de secretos, cargos punibles con hasta ocho años de cárcel, al tiempo que están siendo investigados paralelamente por tráfico de personas y pertenencia a organización criminal, cargos con penas de hasta 25 años. Esas acusaciones han sido tildadas de “absurdas” y “políticamente motivadas” por las organizaciones de derechos humanos, mientras el Parlamento Europeo ha descrito el juicio como “el mayor caso de criminalización de la solidaridad en Europa”. De momento, el juicio ha quedado aplazado. 

También Open Arms las ha visto de todos los colores desde que iniciara su andadura en 2016. Hasta en cuatro ocasiones tuvo que volver a España después de que ningún país del Mediterráneo Central autorizara su entrada en puerto para desembarcar náufragos. Mateo Salvini llegó a negarles ese permiso durante 20 días cuando llevaban a 147 personas rescatadas a bordo, un caso que ahora se juzga en los tribunales italianos. 

Peor fue lo sucedido en agosto del 2017, cuando una patrullera libia les apuntó con sus cañones y les conminó a volver con ellos hasta el antiguo país de Gadafi, convertido en un gran agujero negro para los derechos humanos. Por suerte para sus intereses, en aquella misión viajaba con ellos la jurista y diputada del PSOE Lola Galovart, que ayudó a movilizar a las autoridades españolas para liberar el barco cuatro horas después. 

88 misiones

“Son 88 misiones, hemos visto de todo”, dice ahora Oscar Camps a bordo del Astral. Incluso ha tenido que lidiar con el hostigamiento en alta mar de la extrema derecha, la misma que acusa a sus embarcaciones de ser “un servicio de taxis” para los refugiados o de fletar “barcos negreros”. Fue hace cuatro años, cuando un grupúsculo neonazi fletó la embarcación C-Star para impedir los rescates en el Mediterráneo. “Su gran hazaña fue ponernos una pegatina en el casco”, recuerda ahora Camps con cierta sorna. La aventura de aquella expedición de la extrema derecha acabó en el puerto de Barcelona con un barco ruinoso y nueve trabajadores ceilaneses “hambrientos” a los que no solo habían engañado para que les acompañaran, sino que los dejaron tirados sin pagarles sus salarios.  

“Con palabras se puede decir todo lo que sea”, dice ahora el capital griego del Astral, Savvas Kourepinis, formado en la marina militar de su país al recordar aquel episodio “Pero si se atreven a poner vidas en peligro, que sepan que les espera un serio problema”. De momento, toda la preocupación del Astral pasa por llegar cuanto antes a la zona de los rescates. Ahora sí, el clima y la mar parecen estar de su parte.

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