Diario de a bordo (IV): La perversa política europea que condena a los náufragos en el Mediterráneo

EL PERIÓDICO se embarca con Open Arms y navegará en el barco 'Astral' durante 10 días en busca de personas a la deriva en medio del Mediterráneo

Más de 1.200 personas han muerto este año tratando de llegar por mar a la UE, más que el total del año pasado

Bruselas externaliza el control de sus fronteras mientras los países mediterráneos reducen sus medios para el recate

Un barco de Médicos sin fronteras encuentra a 10 migrantes muertos en una barcaza con 100 personas

Un barco de Médicos sin fronteras encuentra a 10 migrantes muertos en una barcaza con 100 personas. /

Ricardo Mir de Francia

Ricardo Mir de Francia

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Está habiendo rescates, me cago en todo”. La frase recorrió el puente de mando del Astral como un torpedo. Tres días de amarre en puerto han hecho que la impotencia y la frustración sean cada vez más patentes entre la tripulación de Open Arms porque esta sigue siendo una época caliente para el cruce de migrantes sin papeles por el Mediterráneo Central, la más letal de todas las rutas migratorias del mundo. Octubre y noviembre fueron el año pasado los meses con mayor tránsito, de acuerdo con la Cruz Roja. Y en esos viajes sigue muriendo gente ante la indiferencia generalizada. Este miércoles, mientras el capitán del Astral volvía al taller para comprobar el estado de la reparación de la caja de cambios del barco, llegó una alerta de Médicos Sin Fronteras (MSF). La clase de alertas que ponen los pelos de punta. 

El barco Geo Barents de la oenegé francesa había rescatado a 99 personas hacinadas en un bote a 30 millas náuticas de las costas libias, casi todos originarios del África subsahariana. Pero en la quilla del barco encontraron también a otras diez personas muertas, asfixiadas tras inhalar durante horas el combustible del motor fuera borda. Era el tercer rescate que MSF hacía en 24 horas. Todos en aguas internacionales. Tanto en la demarcación libia de búsqueda y rescate (SAR, de sus siglas en inglés), como en la maltesa. Pero, como sucede a menudo, la alerta no llegó de los países técnicamente encargados de asistir a las embarcaciones en peligro dentro de su zona SAR, sino de otras oenegés que vigilan esta catacumba acuosa con avionetas y teléfonos de emergencia a disposición de los barcos a la deriva.  

Crece la cifra de muertos en el Mediterráneo

La frenética actividad de estas organizaciones civiles es producto de la incomparecencia de la política europea y sus Estados miembros. En lo que va de año más de 1.200 personas han muerto ahogadas en el Mediterráneo, frente a las 984 que murieron en todo 2020, según datos de Naciones Unidas. Una cifra que se suma a los 22.653 fallecidos desde 2014 mientras trataban de alcanzar la Unión Europea huyendo de la guerra, la persecución, los desastres naturales o la falta de oportunidades. 

Los más paradójico de todo es que los flujos migratorios a través de este mar de poetas se han desplomado desde 2015, cuando más de un millón de personas llegaron a las costas europeas (frente a las 95.000 de 2020), pero el índice de mortalidad se ha duplicado. Concretamente en la ruta desde Libia a Italia, la más utilizada. Un desenlace que se explica por las políticas comunitarias y de sus Estados miembros. Operaciones como Sofía o Tritón, coordinadas por la Agencia Europea de Fronteras y Guardacostas (Frontex) para vigilar las fronteras y limitar la inmigración, sirvieron también para rescatar a más de 300.000 personas en el Mediterráneo Central, según datos de Frontex. 

Pero han sido desmanteladas y reemplazadas por la primera misión sin atribuciones explícitas para el rescate, exclusivamente centrada en labores policiales. Dicho de otra forma, Europa se lava las manos y mira para otro lado mientras niños, mujeres y hombres se ahogan en sus dominios. “La verdadera tragedia de tanta muerte y sufrimiento en la ruta del Mediterráneo Central es que son evitables”, dijo en marzo la Alta Comisionada de la ONU para los Derechos Humanos, Michelle Bachelet, tras acusar al bloque de “indiferencia letal”.

Externalización del control de fronteras

Desde el 2014 Bruselas se ha dedicado progresivamente a externalizar el control de sus fronteras, dejando el trabajo sucio a una miríada de regímenes autoritarios africanos como Níger, Estados fallidos como Libia o países de dudoso pedigrí democrático en los Balcanes o Turquía. Financia centros de detención y promueve en el endurecimiento de las leyes migratorias en una veintena de países, según ha documentado el Transnational Institute. Y todo ello mientras sigue dando lecciones sobre los derechos humanos en el mundo. 

Especialmente sangrantes son sus acuerdos con Libia, un reino de taifas donde distintas milicias y caudillos se reparten el control del país. Italia y la UE equipan y forman a sus guardacostas, lo que ha permitido al país transalpino reducir enormemente los efectivos que destinaba a las operaciones de búsqueda y rescate en el Mediterráneo desde la entrada de la ultraderecha en su Gobierno en 2019. El problema es que los migrantes interceptados por los guardacostas libios sufren toda clase de vejaciones en sus centros de internamiento, debidamente documentada por la ONU. 

Terror en Libia

Desde tortura a abusos sexuales, explotación laboral o desapariciones forzosas. Y nada parece importarle a las autoridades europeas mientras las víctimas sean musulmanas o negras, la práctica totalidad de los que pasan por allí. El año pasado 10.532 inmigrantes fueron devueltos a Libia después de ser interceptados en el Mare Nostrum por sus patrullas, casi 2.000 más que en 2019. 

Y, entre medio, quedan las oenegés, las únicas firmemente volcadas en prevenir el drama en un entorno crecientemente hostil, tras haber sido criminalizadas por muchos de los países europeos de la cuenca mediterránea, que les acusan de promover el 'efecto llamada'. Oenegés como Open Arms, que este jueves está de enhorabuena. La avería del Astral ha sido reparada y, si nada se tuerce, partirá en las próximas horas hacia el Mediterráneo Central.

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