Emergencia en la capital india

Delhi entra en una casi cuarentena indefinida pero por contaminación

Las autoridades dictaminan el cierre permanente de escuelas y universidades y ordenan el teletrabajo en el sector público

Adrián Foncillas

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La veintena de millones de habitantes de Delhi s viven bajo el manto negruzco que saluda al invierno. La contaminación se acentúa en estas fechas en la capital india, fiel a su tradición, forzando unas medidas excepcionales que ya no lo son tanto porque todos los esfuerzos gubernamentales por embridarla en los últimos años se cuentan por fracasos. El Gobierno había ordenado la capital el cierre de escuelas y universidades el sábado durante una semana y ayer, en un giro realista, amplió la orden de forma indefinida.  

 El plan de choque también ha cerrado cinco de las once plantas eléctricas a base de carbón en los aledaños de la capital en un contexto de escaseces energéticas, se ha prohibido la entrada de camiones que no carguen con bienes esenciales, se ha detenido cualquier obra en Nueva Delhi y las ciudades vecinas, ordenado el trabajo desde casa a la mitad del funcionariado y se recomienda que el sector privado siga el ejemplo.  Parece un cuadro ambicioso pero, en realidad, rebaja la “cuarentena por contaminación” que había recomendado el Tribunal Supremo la semana pasada junto al rapapolvo a gobiernos locales y provinciales por su pertinaz inutilidad. Las autoridades locales argumentaron que la medida sería inútil si no se ampliaba al vecindario porque el grueso de la contaminación llega de fuera. 

Peligrosidad

Las partículas PM2,5 (las más pequeñas y peligrosas porque entran directamente en los pulmones y el riego sanguíneo) superaron la semana pasada los 500 microgramos por metro cúbico cuando la Organización Mundial de la Salud califica de “peligrosa” cualquier lectura por encima del centenar.  

 El cuadro es conocido. En los albores del invierno se solapan factores estacionales a los estructurales. El primero es la quema de rastrojos con la que los pequeños agricultores de las provincias vecinas dejan el suelo listo para la siembra del trigo tras haber cosechado el arroz. La práctica está prohibida desde 2015 y el Gobierno ofrece subsidios del 80 % para la compra de maquinaria que limpia el terreno sin necesidad de quemarlo pero las ayudas llegan tarde o no llegan. El resultado es descorazonador: las imágenes de satélite han descubierto 57.000 fuegos este año en los estados del Punjab y Haryana, el mayor número de la década.  

El segundo son los petardos y fuegos artificiales con los que los indios celebran el Festival de Diwali, tan prohibidos como habituales. Las quemas de rastrojos y los petardos confabulan con el clima seco de las planicies del norte del país para que Nueva Delhi, a pesar de sus ímprobos esfuerzos en los últimos años, sea víctima de un aire que tiende a sólido cuando languidece el otoño.  

Nueva Delhi fue declarada por la OMS como la ciudad más contaminada del planeta en 2014.  Ya sufría en los años 90 del pasado siglo y aprobó criterios más estrictos para los vehículos, el uso de gas natural de taxis y autobuses o el destierro de la industria pesada. No se la puede culpar de desidia pero sus esfuerzos son torpedeados por los estados cercanos. 

Relevo a China

India ha relevado a China como epítome de calamidad medioambiental. El listado de ciudades más contaminadas del mundo, monopolizada un puñado de años atrás por China, muestra ahora a 22 indias entre las 30 primeras. Un estudio de la prestigiosa revista The Lancet cifraba las muertes por causas relacionadas con la contaminación en Delhi en 2019 en 17.500. Otro de la organización ecologista Greenpeace las elevaba el pasado año hasta las 57.000. 

 Las similitudes entre China e India son innegables pero también las diferencias. La degradación del medioambiente en la primera trajo una mejora en las condiciones de vida y un desarrollo que son aún lejanos en la segunda. Y el Gobierno chino cuenta con un plan y, sobre todo, la fuerza y los mecanismos para implementarlo. Los petardos y fuegos artificiales que acompañaban el año nuevo, y que un bregado colega comparó con el cerco de Sarajevo, desaparecieron de Pekín tan pronto fueron prohibidos. Cuesta imaginar en China la desobediencia tozuda de sus directrices.  

 En ese contexto tan delicado, con deberes pendientes en la lucha contra la pobreza, es loable que India se comprometiera en la reciente cumbre de Glasgow a alcanzar la neutralidad de carbono en 2070. Es un horizonte lejano y llega acompañado de comprensibles peticiones al primer mundo de que pague la factura de su transición a las energías verdes pero subraya un cambio de paradigma. Permanecen las dudas, sin embargo, de si el Gobierno cuenta con las armas para cumplirlo.  

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