Boda con un plebeyo

Mako, la princesa japonesa que renuncia a todo por amor

La sobrina del emperador se casará el 26 de octubre con un plebeyo, lo que ha generado una gran polémica en el país del sol naciente

La novia ha decidido prescindir del millón de euros que le corresponde por abandonar la Familia Real y a cualquier fasto por el enlace

Japón princesa Mako y su novio Kei Komuro

Japón princesa Mako y su novio Kei Komuro

Adrián Foncillas

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La princesa Mako y Kei Komuro, su novio abogado, se casarán cuatro años después de anunciar el compromiso. Será el 26 de octubre, un día al que el budismo atribuye los mejores augurios. Los necesitarán: la pareja llegará al altar castigada por trastornos psicológicos, embrollos económicos, una febril persecución mediática y la oposición de buena parte de la opinión pública.

No sorprende ya que un miembro de la realeza japonesa despose a un plebeyo pero la princesa, de 29 años, va mas allá. También ha renunciado a la dote de 150 millones de yenes (más de un millón de euros) para las mujeres que abandonan la Familia Real y a cualquier fasto: ni la ceremonia de boda ni el encuentro con los emperadores. Son medidas sin precedentes desde la Segunda Guerra Mundial.

La pareja, que se había conocido en la Universidad Cristiana de Tokyo, anunció su compromiso en 2017 y pospuso la boda un año después culpando de las prisas a su “inmadurez”. Recientemente trascendió que la princesa, sobrina del emperador Naruhito, sufría un síndrome de estrés postraumático por el acoso de la prensa y la imposibilidad de disfrutar de “una vida tranquila y feliz”, según el portavoz de la Casa Real.

Libros usados

Su caso devuelve los ecos de la depresión incurable que le ha provocado el encierro palaciego y las expectativas nacionales de parir un varón a la emperatriz Masako, educada en Oxford, políglota y con una frustrada carrera diplomática. Es tan habitual que Naruhito acuda solo a los actos oficiales que las esporádicas presencias de Masako le roban todos los focos. Ya su predecesora, la también plebeya Michiko, soñaba con ser invisible para visitar las tiendas de libros usados de Tokyo, porque un palacio se antoja tan pequeño para sus miembros cosmopolitas como asfixiantes sus antediluvianos protocolos.

La pareja ha atraído la atención de los tabloides japoneses desde que trascendió su noviazgo. A Komuro le han perseguido los periodistas incluso en Nueva York, donde estudiaba Derecho en la Universidad Fordham, y fue recibido por dos centenares de ellos cuando regresó recientemente a Tokyo después de tres años. Incluso su nueva coleta generó sesudos editoriales y amplios despliegues fotográficos.

Años atrás había emergido un confuso capítulo: una disputa legal en la que el antiguo prometido de su madre le reclamaba cuatro millones de yenes (unos 30.000 euros) que habría destinado, entre otros menesteres, a la educación universitaria de su hijo. Se discutía si se trataba de un regalo o un préstamo cuando Komuro se comprometió a devolverlos pero tampoco consiguió que amainaran las críticas. “La mayor crisis que golpea a la Familia Real en un siglo”, tituló la revista mensual Bungei Shunju. La pareja se trasladará a Estados Unidos tras su boda siguiendo la senda del príncipe británico Harry y su esposa Meghan.

Obligaciones protocolarias

La ley sienta que Mako perderá su estatus real tras su boda con un plebeyo pero la historia de una princesa que renuncia por amor a sus privilegios ha dejado fríos a los japoneses. Ocurre que no es la primera vez y la Familia Real ha perdido tantos efectivos que apenas puede cumplir con todas las obligaciones protocolarias y públicas. Una encuesta del diario 'Mainichi' revelaba un empate entre los que apoyaban y se oponían al matrimonio y otra de la revista 'Aera' sentaba que sólo el 5 % la celebraría mientras más del 90 % mostraba su desdén.

Incluso la renuncia a aquella dote millonaria es controvertida porque la ley no contempla su pago en caso de divorcio y sería un oprobio nacional que una princesa se tuviera ganar la vida como una plebeya. También se teme que Japón, y por ende sus contribuyentes, tengan que pagar a la policía estadounidense por su protección. E incluso se debate si a la princesa la ha motivado el amor o la huida de una institución asfixiante.

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