Polvorín en Asia central

Afganistán: la hiriente doble moral

Estados Unidos y sus aliados combaten a los talibanes y después abandonan a su suerte a la población afgana mientras congenian con Arabia Saudí y otros países del Golfo, regidos también por leyes religiosas del Medioevo

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Kim Amor

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Una invasión comandada por el Ejército más poderoso de la historia de la humanidad, veinte años de guerra, centenares de miles de civiles muertos, desplazados y refugiados. Y todo para volver al punto de partida. Un fracaso más de Estados Unidos y sus aliados. 

Ahora aparecen esos discursos llenos de críticas y lamentaciones, de preocupación por el horror que espera a gran parte de la población afgana ¿Qué ha sido sino para muchos de ellos estas dos últimas décadas? La Unión Europea ha sacado pecho y ha advertido a los talibanes de que no va a reconocer su régimen. “Que ridiculez. Estas declaraciones no sirven para nada. Los talibanes no necesitan este tipo de reconocimiento”, dice Ana Ballesteros, investigadora sénior asociada del Centro de Relaciones Internacionales de Barcelona (CIDOB).

Ni a los islamistas radicales les importa lo que puedan decir o hacer los mandamases de Bruselas ni a los dirigentes de los grandes potencias les ha importado la población civil ni el respeto de los derechos humanos en este y otros países lejanos, convertidos en campos de batalla donde combaten para defender sus propios intereses. “La moral es una palabra que no pertenece al vocabulario de las relaciones internacionales. La moral en estos casos es coste y beneficio”, señala Jesús A. Núñez Villaverde, codirector del Instituto de Estudios sobre Conflictos Armados y Acción Humanitaria (IECAH). “El objetivo de la intervención en Afganistán nunca ha sido proteger a la población. Ha sido un ejercicio de cinismo e hipocresía”, añade. “George W. Bush intentó utilizar argumentos morales para justificar la intervención en Afganistán en 2001, pero es evidente que los derechos humanos nunca han estado en el punto de mira”, apunta Ballesteros.

Nada nuevo, ocurrió lo mismo en la invasión y posterior larga guerra de Irak y en el devastador conflicto armado en Siria, por mencionar los más recientes, en los que se han visto implicados, además de Estados Unidos, países como Rusia, Irán o Turquía.  

Último responsable del desastre

Puras batallas de estrategia en las que prima la ‘realpolitik’, los intereses económicos, geoestratégicos y de poder, donde se mueve como pez en el agua esa hiriente doble moral, la que combate a los talibanes y al final abandona a los afganos a su suerte mientras congenia con la monarquía saudí y otros países del Golfo Pérsico, regidos también por leyes religiosas del Medioevo.

“La guerra de Afganistán ha sido una gran mentira. Nos han hecho creer que todo iba bien, que el Gobierno había consolidado su poder y que las Fuerzas Armadas mantenían la seguridad”, afirma Núñez Villaverde. “Los talibanes no han ganado ni una sola batalla, han aprovechado la retirada de las tropas extranjeras y han pactado con los grupos tribales”.

Para Ballesteros, que considera “precipitado” y “mal hecho” el repliegue de EEUU y la OTAN, el Gobierno “incompetente” afgano es el último responsable del desastre. “Creí que el Ejército afgano iba a luchar más, nadie esperaba que las grandes ciudades fueran cayendo una tras otra tan rápido”. 

¿Y ahora qué? “Los talibanes han llevado a cabo una campaña de imagen que han fomentado algunos expertos y medios de comunicación. Han vendido el mensaje de que han aprendido la lección y de que defenderán los intereses de Occidente. La realidad es que en su avance han perpetrado ejecuciones extrajudiciales, han obligado a las mujeres solteras y viudas a casarse con los combatientes y han cerrado las escuelas y universidades a las niñas y mujeres”, denuncia la investigadora del CIDOB. Otra vez, nada nuevo. “Su objetivo es claro”, añade Núnez Villaverde. “gobernar bajo las leyes más retrógradas del islam y castigar a los que no compartan esa visión”. 

“Pero hay una línea roja”, sostiene, “que Afganistán se convierta en un centro de reclutamiento y entrenamiento de grupos yihadistas”, algo que no solo preocupa a Occidente sino también a Rusia y China. De momento, como dice Ballesteros, reina “la desesperación entre la población” que siente “que nadie les ha escuchado”.

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