Crisis cubana
Díaz-Canel, en el ojo del huracán
Tras demostrar lealtad absoluta a los hermanos Castro, el presidente de Cuba se enfrenta a las protestas sociales más graves desde el 'Maleconazo' en 1994
Abel Gilbert
Corresponsal en Buenos Aires
Especialista en América Latina y doctor en comunicación. Ha cubierto los principales acontecimientos políticos regionales durante las últimas dos décadas para El Periódico. Es autor de ocho libros, tres de ellos en colaboración, y se apresta a publicar otros dos.
Terminaron los días de impersonal administración de los asuntos de Gobierno para Miguel Díaz-Canel. Ha quedado, de repente, en el vórtice del huracán político que atraviesa Cuba tras las turbulencias sociales. Había iniciado su mandato presidencial en 2018. A finales de abril asumió como la máxima autoridad del Partido Comunista (PCC). Los dos cargos quedaron en sus manos, las de un hombre leal a Raúl Castro y a todo lo que significa ese apellido. En las calles corearon su nombre, aunque no en términos halagadores. Los acontecimientos lo ponen a prueba.
“La orden de combate está dada, la calle es de los revolucionarios”, dijo al conocerse las primeras movilizaciones. “La Revolución Cubana no va a poner la otra mejilla a quienes la atacan en espacios virtuales y reales. Evitaremos la violencia revolucionaria, pero reprimiremos la violencia contrarrevolucionaria", advirtió dos días después. Su lectura de los hechos no se ha movido un ápice del diagnóstico inicial: existe una "agenda intervencionista" que manipula los sentimientos del pueblo "por las carencias y los rebrotes de covid".
Hijo de una maestra de escuela y un trabajador de la industria cervecera, Díaz-Canel cambió el mundo académico por las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR), en 1982. Se incorporó a la Unión de Jóvenes Comunistas (UJC) y comenzó a una firme carrera en los aparatos de partido, estatales y de Gobierno.
Una crisis vieja y nueva a la vez
Era un funcionario menor en aquel verano de 1994, cuando, tres años después del desplome de la Unión Soviética, la isla atravesaba su "Período Especial en tiempos de paz". La rutina de los apagones y platos vacíos, encendieron la mecha del Maleconazo. El 5 de agosto de ese año tuvo lugar la mayor manifestación de descontento contra el castrismo desde la toma del poder, el 1 de enero de 1959. Hubo saqueos y enfrentamientos con la policía. La tensión menguó con la presencia de Fidel Castro en el corazón de la revuelta.
El recuerdo de aquellas horas de tensión conecta con los desafíos del presente. Díaz-Canel no posee ni oropeles ni el carisma como para desactivar personalmente una protesta que tiene detonadores comunes (los cortes de luz y la escasez) y especificidades de su tiempo: el rebrote de la pandemia. Bajo estas circunstancias Díaz-Canel debe gestionar y resolver una crisis que es vieja y nueva a la vez. El margen de acción es acotado para este ingeniero nacido en Villa Clara, en la región central de la isla, en 1960.
Su ascenso a las cumbres del poder tuvo un rasgo poco común en la historia de premios y excomuniones de los acompañantes de los Castro: supo vencer la ley de la gravedad que afectó a todos los delfines de los hermanos. Antonio Pérez Herrero, el responsable del "sector ideológico" del PCC en los años ochenta, fue el primero en escalar las cumbres para luego caer. Le sucedería lo mismo a Carlos Aldana, quien había crecido bajo el ala de Raúl, y llegó a ser el número tres de la isla, y luego a Roberto Robaina, Felipe Pérez Roque y Carlos Lage. Cada uno de ellos creyó ser el elegido y más tarde fue objeto del escarnio. Díaz-Canel se convirtió en una excepción que confirmaba esa regla de la falta de permanencia. Ofreció lealtad absoluta y cultivó el perfil de un administrador sin vuelo propio hasta convertirse en una pieza vital del engranaje post-castrista. "No es un advenedizo ni un improvisado", lo definió Raúl. El presente le reclama algo más que el culto a la obediencia y la defensa a libro cerrado de la "obra revolucionaria" a través de twitter.
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