Golpe de estado militar

Las protestas birmanas ya cuentan con su primera mártir

Una joven ha muerto tras haber recibido la semana pasada un disparo en la cabeza

Protestas en Birmania.

Protestas en Birmania. / EFE

Adrián Foncillas

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Las protestas democráticas en Birmania ya cuentan con su primera mártir. Se llamaba Mya Thwate Khaing, tenía 20 años, trabajaba como dependienta y ha muerto tras haber recibido diez días atrás un balazo en la cabeza durante un enfrentamiento entre manifestantes y policía. El hospital, donde había estado ingresada con respiración asistida desde entonces, comunicó su fallecimiento a las 11.00 horas del viernes.

Los manifestantes colgaron un gran retrato de Mya sobre un puente del casco antiguo de Rangún, la principal ciudad birmana, con la leyenda: Opongámonos a la dictadura que mata a nuestra gente. La joven se había erigido en un símbolo del levantamiento popular contra la asonada desde que circularon las imágenes de su cuerpo inerte durante aquel choque en Napydaw. Mya, con camiseta roja y casco de moto, ocupaba el frente del grupo que fue repelido por la policía con balas de goma, cañonazos de agua y munición real. El Gobierno golpista confirmó esta semana que había sido víctima de los disparos, la acusó de apedrear a la policía y prometió que investigaría el caso. La prensa oficial había asegurado que sólo se habían utilizado “armas no letales” pero al menos otra persona resultó herida de gravedad por disparos en los enfrentamientos, según la agencia France Press.

Familia prodemocrática

“Estoy muy triste, no tengo nada que decir”, ha afirmado su hermano, Ye Htut Aung, a la agencia Reuters. El hermano ha revelado que Mya votó por primera vez en noviembre, que toda su familia apoyaba a la Liga Nacional de la Democracia de Aung San Suu Kyi y que intentó prevenirla en las horas anteriores a su muerte del peligro de enfrentarse a los militares. “Pero era su voluntad y no pudo detenerla”, ha añadido.

 Mya es la primera víctima tras dos semanas de protestas que han sido gestionadas con más tacto del acostumbrado en Birmania. El levantamiento de 1988 o la Revuelta Azafrán de 2007, por ejemplo, amontonaron cadáveres. Las persistentes manifestaciones y el enrocamiento de los militares empujan a un horizonte dramático del que han alertado los gobiernos extranjeros y las organizaciones de derechos humanos. Miles de birmanos se han congregado el viernes en los aledaños de la pagoda Sule, en el centro de Rangún, a pesar de que la zona había sido acordonada durante la noche. También en Myitkyina, la capital provincial de Kachin, manifestantes se han enfrentado a las fuerzas de seguridad.

 Las disensiones en el Consejo de Seguridad de la ONU sólo permiten las sanciones individuales. Gran Bretaña y Canadá han abierto la senda, congelando los bienes sobre generales involucrados y prohibiéndoles viajar. Es dudoso que esas medidas afecten a una Junta Militar de voluntad aislacionista y que sobrevivió durante cuatro décadas al bloqueo internacional sin más problemas consignables que la represión de su pueblo.

Mya representa la pulsión democrática de una generación que no quiere regresar a los tiempos oscuros que padecieron sus padres. La asonada de principios de febrero finiquitó una década de precario pero esperanzador Gobierno civil comandado por Aung San Suu Kyi, tan idolatrada en Birmania como desdeñada en el exterior por su tibieza ante el drama rohingyá.