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Las protestas de los activistas obligan a cerrar el aeropuerto de Hong Kong

El aeropuerto de Hong Kong suspende los vuelos a causa de las protestas

El aeropuerto de Hong Kong suspende los vuelos a causa de las protestas. / periodico

Adrián Foncillas

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El aeropuerto inutilizado, jóvenes y policía bordeando la tragedia en las calles y Pekín hablando ya de terrorismo. Hong Kong corre hacia el abismo tras las diez semanas más convulsas de su historia y con la sospecha de que lo peor asoma a la vuelta de la esquina. No aflojan los bandos, cada día más enrocados y coleccionando reproches, sin margen para el optimismo y en firme rumbo de colisión.

El aeropuerto cayó al cuarto día. Las concentraciones se habían sucedido desde el viernes sin disfunciones reseñables hasta que las autoridades los cancelaron todos a media tarde. El aeropuerto hongkonés no es uno cualquiera. Es el primero del mundo en mercancías y octavo en pasajeros, atiende a 75 millones de viajeros anuales y más de 200.000 diarios, ejerce de nudo asiático y global y da la bienvenida a uno de los territorios más cosmopolitas del mundo.

Unos 5.000 activistas lo han ocupado desde la mañana y colapsado horas más tarde. Las carreteras de acceso, los aparcamientos y el tren que lo une al centro han quedado desbordados por el caudal humano. Es el segundo torpedo al funcionamiento de la capital financiera después de la huelga general de la semana pasada. Será necesaria una mirada más larga para calibrar el impacto económico pero por ahora ya se sabe de la caída del turismo, la ocupación hotelera y las ventas de los comercios.

Escenas de violencia

Los activistas han llevado al aeropuerto su pliego de cargos contra la policía por su actuación en las manifestaciones de anoche. Algunos se han colocado un parche ensangrentado en la cara para solidarizarse con la joven que fue herida en el ojo y corre peligro de perderlo. La ciudad se ha despertado impactada por las escenas de una violencia desconocida hasta ahora. 

Ambos bandos han finiquitado la fase de tanteo y ya se zurran de lo lindo, ampliando su arsenal con olímpica irresponsabilidad. Los activistas, que hasta ahora atacaban a la policía con barras de hierro, adoquines y todo lo que tenían a mano, utilizaron por primera vez los cócteles molotov. Y la policía respondió con una fuerza inusitada: gases lacrimógenos en estaciones de metro, balas de goma disparadas a corta distancia y detenciones con gratuita rudeza. La dinámica se desliza sin remedio hacia la tragedia.

La policía ha abandonado ya la contención. Durante las primeras semanas minimizó las detenciones, soportó el acoso a las comisarías e incluso permitió la toma del Parlamento. Es probable que pretendiera eludir las acusaciones de brutalidad policial y esperar a  que el tiempo agotara el brío de los jóvenes.

Camisetas negras

Confirmado su doble error y con la paciencia agotada, ahora se esfuerza en explicar a los jóvenes que el vandalismo no sale gratis. Son ya 600 detenciones y nuevas técnicas como la infiltración de agentes con camisetas negras y cascos que generan el comprensible pánico entre los activistas. Detrás está el reciente nombramiento de Alan Lau, un oficial de policía que se había retirado tras gestionar la Revuelta de los Paraguas cinco años atrás.

También Pekín ha afilado su discurso. La prensa nacional ignoró durante semanas las protestas para evitar el efecto contagio y después ha hablado de disturbios, radicales y las fuerzas extranjeras. Hoy ha mencionado el terrorismo tras los cócteles molotov que anoche hirieron a un agente. “Los manifestantes han utilizado frecuentemente armas extremadamente peligrosas para atacar a la policía, lo que constituye graves crímenes y brotes terroristas”, ha dicho la oficina de enlace de Pekín en Hong Kong.