TRADICIÓN AHORA PERSEGUIDA

China planta cara a las barrigas indecorosas

Varias ciudades imponen sanciones a las personas que muestren su abdomen desnudo para combatir la canícula

Tres chinos, alguno sin camiseta, siguen los juegos olímpicos a través de la televisión de un bar

Tres chinos, alguno sin camiseta, siguen los juegos olímpicos a través de la televisión de un bar / SIMON BRUTY

Adrián Foncillas

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Es un movimiento reflejo: aprieta la canícula y muchos chinos levantan su camiseta. Un observador entrenado puede calcular la temperatura por la superficie expuesta del torso, si la camiseta se anuda sobre el ombligo o alcanza cimas sobaqueras. Las impúdicas barrigas integran la cotidianidad estival aquí. El fenómeno ha sido bautizado como “Beijing bikini” solo porque en la capital abundan los turistas y extranjeros, pero tiene alcance nacional. Y China le ha declarado la guerra por atentar contra la estética y el refinamiento que se espera de la segunda economía global e inminente primera.

Las autoridades de Jinan, ciudad oriental de nueve millones de habitantes, han prohibido en un comunicado las “costumbres incívicas que afectan gravemente su imagen”. Habla de escupir, descalzarse, saltarse las colas o tirar basura pero enfatiza lo que en China se conoce como “bang ye”. Los infractores serán reprendidos, especialmente si sus lorzas en gloriosa plenitud son vistas en áreas concurridas como parques, plazas, autobuses, zonas turísticas y de negocios.

Cada día son más escasos los semidesnudos públicos, ha añadido un funcionario, pero “aún hay incidentes que afectan a los sentimientos de la gente y la imagen de la ciudad”. “El civismo urbano nos incumbe a todos”, ha aclarado en la prensa local. La ciudad ha involucrado a varios departamentos, organizaciones vecinales y medios de comunicación. El diario 'Jinan Daily' ya se ha sumado con entusiasmo. La moralina comunista remata un reportaje reciente que descubre a decenas de desobedientes vecinos: “Quizá piensen que refrescarse en la calle no es un problema pero ignoran que es una falta de respeto. En público no pierdas tu imagen civilizada”.

Multas de 200 yuanes (26 euros)

Otras ciudades como Tianjin o Shenyang comparten los desvelos y han impuesto multas de 200 yuanes (26 euros). La lucha contra los torsos desnudos es cíclica. Los voluntarios peinaban la capital en vísperas de los Juegos Olímpicos de 2008 y regalaban camisetas de “Pekín civilizado”.

La costumbre remite, pero menos por las llamadas al recato que por la transformación urbanística. El “Beijing bikini” es ubicuo en los hutongs, esos ovillos de callejuelas estrechas y casas bajas por donde ha transpirado la capital durante siglos. Ahí se sacan tres sillas y una mesa plegable para cenar en la calle, se pasea en pijama, se saluda, ríe, escupe, grita y se invita al extranjero a un té. Son la última trinchera de la jovial, caótica y desacomplejada espontaneidad china. La piqueta los ha esquilmado en los últimos años y empujado a sus vecinos hacia impersonales edificios de los suburbios donde imperan los occidentales corsés del qué dirán. Wang disfruta del fresco en los aledaños de la Torre del Tambor, el corazón histórico pequinés, con una cerveza en una mano y un cigarro en la otra. No se cubrirá ese estómago protuberante por más funcionarios que se lo ordenen. “Mi padre y mi abuelo ya lo hacían. Incluso las mujeres lo hacían hace años. El Gobierno tiene asuntos más importantes de los que preocuparse. Los precios en el supermercado no paran de subir y no he oído nada sobre ello”, señala.

Debate en las redes

Las medidas han generado el previsible debate en las redes. Algunos las apoyan como el inexorable tránsito hacia la modernidad mientras los conservacionistas diversifican sus argumentos. El medioambiente, señala un internauta: “Levantarse la camiseta genera menos emisiones que el aire acondicionado”. La salud: la medicina tradicional china sienta que la exposición del abdomen estimula la circulación del “chi” o energía de los órganos internos. Y, por supuesto, los usos: los hutongs son un ecosistema de puertas abiertas y difuminadas fronteras entre lo privado y lo público. El vecino, pues, no exige más formalidades que un miembro familiar.

Los hutongs han pagado la factura de la nueva China. Unos han sucumbido a la piqueta y otros han sido remozados con viviendas confortables en pleno centro de precio prohibitivo. Muchos han sido ocupados por nuevos ricos y profesionales liberales. Se han salvado los ladrillos y las estructuras centenarias pero la atmósfera remite. Ahí aún resisten algunas barrigas rebeldes como estandartes del viejo Pekín que se desvanece.

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