CRISIS POLÍTICA EN ASIA

Una estación de tren que resume el drama hongkonés

La quinta protesta se dirige a línea de alta velocidad que une la isla con el continente

G79 Fuxing bullet train, the first high-speed train service from Beijing West station to Hong Kong West Kowloon, leaves Beijing

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Adrián Foncillas

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Era la quinta manifestación en menos de un mes y la primera tras la toma y saqueo del Parlamento. Mediría la deriva violenta de un movimiento que se reclama pacífico y el entusiasmo tras un calendario extenuante. Sobre lo primero no hay dudas: la protesta transcurrió sin más incidencias que los litúrgicos insultos a la policía. Sobre lo segundo caben interpretaciones opuestas: los 230.000 o 56.000 asistentes, según se atienda a los organizadores o el Gobierno, son lejanos a la reciente cota de dos millones pero sugieren mucho brío prodemocrático aún.

Las protestas en Hong Kong son ya un género en sí mismo. Las camisetas negras, los paraguas, los muros cubiertos de pegatinas con proclamas, la eficiente cadena de suministros, las gritos a favor de la democracia y en contra de Pekín y el gobierno regional, las banderas británicas que buscan más el cabreo chino que el agradecimiento a un país que nada hizo por llevarle la democracia… El elemento innovador fue el objetivo: por primera vez no se dirigía la protesta a las autoridades locales sino a los chinos del interior y al Partido Comunista.

Temas censurados

La marcha discurrió por la península de Kowloon, salpicada por las tiendas que frecuentan los turistas chinos, y concluyó en la estación de tren de alta velocidad que une la isla con el continente. La finalidad era informar a los compatriotas de todo lo que su Gobierno les censura: los desmanes cometidos sobre la etnia musulmán uigur en la provincia occidental de Xinjiang, las últimas revueltas en la ciudad de Wuhan contra una planta incineradora contaminante, su pliego de cargos contra Pekín por el intervencionismo en cuestiones locales… El mandarín sustituyó al cantonés en los cánticos y las pancartas para asegurar la claridad del mensaje. Manifestantes y turistas coincidieron en la marcha sin que los primeros supieran siempre cómo reaccionar a ese baño de realidad.

La estrategia subraya las diferencias entre Hong Kong y el interior y la voluntad popular de que ahí sigan. La isla es un oasis de libertad en China que se ha levantado contra el proyecto de la ley de extradición y otras iniciativas inquietantes. Lily, trabajadora social, nació en el continente y lleva 13 años en la excolonia. “Al principio no noté grandes diferencias en la vida diaria. Pero a partir del 2008 aumentó la censura en China. Entiendo que los hongkoneses luchen para defender su singularidad”, señala frente a la estación de Kowloon Oeste.

El Caballo de Troya

El tren compendia el drama hongkonés. La línea, inaugurada el pasado año, es inatacable desde la perspectiva económica. Integra finalmente al rutilante pulmón financiero chino en la mayor red de alta velocidad del mundo y estimula las sinergias entre la isla y el interior.

Pero muchos lo ven como un moderno caballo de Troya que limará su autonomía. En el centro de la polémica están los controles de pasaportes en esa elefantiásica y futurista estación en el centro de la excolonia. Hasta ahí ha desplazado Pekín a varios cientos de funcionarios y policías para complementar los trámites en lo que supone su primer ejercicio de competencias en suelo hongkonés. También pueden practicar detenciones cumpliendo la ley del interior por acciones que permite la hongkonesa y trasladar a los sospechosos al continente.

Incremento de turistas

El tren aumentará el caudal de turistas del interior, que hoy alcanza los 20 millones en una isla con 7,5 millones de habitantes. En los intestinos de su estructura abundan las tiendas con leche en polvo y otros productos demandados en el continente. Su presencia es tan necesaria para la salud económica de la isla como incómoda para una población educada en el formalismo británico. “Son demasiados y carecen de modales. Gritan, se saltan las colas y orinan en cualquier parte”, explica Ryan, financiero de 25 años. El tren también agudiza las percepciones: los chinos del interior son despreciados en la isla como nuevos ricos asilvestrados, mientras los hongkoneses son para los continentales unos pijos presuntuosos que les miran por encima del hombro.