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Los venezolanos que viven en viviendas chavistas temen perderlas si cae Maduro

La Gran Misión Vivienda puesta en marcha por Chávez en el 2011 ha dotado de pisos a centenares de miles de familias pobres, aunque los críticos aseguran que el programa ha sido un nido de corrupción

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Abel Gilbert

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La torre se llama Atahualpa, posiblemente en homenaje al último soberano inca, y es uno de los apartamentos de la Gran Misión Vivienda (GMVV) que el chavismo construyó en la avenida Libertador de Caracas. Falta una letra “A” y ese signo de descuido o deterioro es para Jorge un mal augurio: todo se puede venir abajo, los sueños cumplidos de la casa propia y el mismo Gobierno que, por primera vez, dice, se ha fijado en los pobres. Los edificios populares ocupan desde hace años la misma avenida donde se levantan varios estudios de arquitectura y otros pisos mejor diseñados.

En medio de los estremecimientos que Jorge, empleado público, chavista convencido, siente debajo de sus zapatos, el presidente “obrero”, como se llama a sí mismo Nicolás Maduro, entregó días atrás el apartamento 2,5 millones de la Gran Misión Vivienda iniciada en el 2011 con Hugo Chávez. “Qué cosa tan buena que el hito haya caído en Lagunillas, estado Zulia”, dijo entonces Maduro. A lo largo del 2018 se beneficiaron 500.000 familias de estas contrucciones. Como si la realidad se lo permitiera y el horizonte invitara a más promesas, Maduro afirmó que se proponía otorgar este año una cantidad equivalente de pisos. “¡Juntos podemos lograrlo!”. El chavismo quiere darle a la Gran Misión Vivienda rango constitucional.

La GMVV es uno de los estandartes del Gobierno incluso en estas horas en las que la oposición le dicta su extremaunción. El Sindicato Único de la Construcción de Caracas desconfía sin embargo de los números oficiales, entre otras razones por el desplome de la actividad del sector. “Se trata de un número que no se puede auditar. Además, las obras son asignadas sin una licitación transparente”, ha señalado el dirigente sindical Octavio Campos. La Cámara Venezolana de la Construcción cree, por su parte, que la GMVV ha servido para dilapidar los recursos públicos: costaron en total 78.000 millones de dólares más (68.515 millones de euros), unos 83.000 dólares por unidad (73.000 euros), cuando debía haberse gastado un poco más de la mitad.

Nevera medio vacía

Anubys desconoce esas controversias. Tuvo su casa propia hace cinco años en el Parque Central, muy cerca del teleférico que conduce a San Agustín, uno de los barrios históricos de Caracas. Un cartel dice: “296 viviendas dignas. Socialismo del buen vivir”. Los edificios no pueden escapar al lenguaje del Estado. El edificio mira a la avenida Bolívar, allí donde el chavismo quiso mostrarle al mundo el fin de semana pasado con una manifestación que la fuerza social de Maduro está intacta a pesar de las privaciones y las amenazas internas y externas. Anubys participó de la marcha, repitió las consignas, levantó el puño y hasta se dio el lujo de menear la cadera al ritmo de una canción empalagosa que repetía todo el tiempo “Nico, Nico”, por el nombre de Maduro. Pero cuando volvió sobre sus pasos, y antes de apoltronarse en su casa de tres ambientes y con la nevera semi vacía, se preguntó si el acto de masas del sábado sería el último de su vida.

La casa de Tamir se encuentra a mitad de camino entre Caracas ciudad y Guarenas. La urbanización Santa Cruz fue entregada en el 2016 por el mismo Maduro y muestra signos de que falta completarla. Sobre una de las paredes hay estampado una imagen de estilo soviético. En vez de los perfiles de Marx, Engels, Lenin y Stalin, son Chávez y su albacea Maduro los que miran hacia un futuro que se supone venturoso. Pero Tamir, empleada del Ministerio de Salud, no está tan segura. “La realidad es la realidad”, dice. Espera el autobús junto a su hija. Ya pasó una hora y sigue bajo el sol. Su hija amamanta a un niño de un año. Es domingo y ellas están apuradas para ir a la iglesia. “Vamos a presentar al bebé ante Dios”, explica la hija, que estudia medicina. “Estoy asustada”, dice la madre. “Expectante”, corrige la hija.

Las urbanizaciones son esencialmente chavistas, pero las discusiones sobre lo que ocurre permean sus paredes e incluso llegan hasta los espacios comunes. Tamir no se atreve a participar de algunos encuentros entre vecinos. “Tenemos miedo de perder la casa”, dice y explica que la propiedad social no es definitiva. Se trata de una vivienda asignada. El temor es inhibitorio. “Nos guardamos la bronca y la incertidumbre, como muchos”, señala. Antes de subirse al autobús cuenta que todas las noches, antes de dormirse, pide paz, y aunque es domingo y tiene una asignatura pendiente en la iglesia Visión Carismática, no sabe si allá en lo alto escuchan sus ruegos.