CRISIS VENEZOLANA

Amar y morir en Caracas

Gente hace cola en Caracas para coger el autobús.

Gente hace cola en Caracas para coger el autobús. / periodico

Abel Gilbert

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Nadie llama a la avenida de las Acacias de Caracas por su nombre. Se la conoce como la calle de los hoteles. Es el punto en el mapa de la ciudad donde se consuman las citas furtivas, los engaños o las horas que el amor súbito todavía resguarda entre los escombros de una economía en ruinas. Julia atiende el hotel Sur. Apenas ha recibido a una pareja. "Esto estaba lleno durante la semana". Pero la crisis también regula el instinto. 

Cuatro horas de sexo compartido en un establecimiento módico cuestan 5000 bolívares, es decir, casi un cuarto del salario mínimo. El precio de una noche se eleva a 8.500, y hay que pagar al contado, cuando el billete se ha convertido en una especie en extinción, o con tarjeta de débito.  No todo es cuestión de dinero. A Julia le han pagado con harina, arroz y el inhallable queso amarillo. "Si puedo, ayudo". En el intercambio entra el preservativo. Una caja cuesta tanto como una noche de pasión. A los recatados o sobrios, que solo se satisfacen con un condón, les alcanza con 2900 bolívares. Los que no tienen esas sumas y corren detrás del impulso ciego, suelen desconocer a qué se atienen.

A veces la distancia entre las habitaciones y los burdeles se reduce a un pasillo. La separación es ambigua. Lo aceptado y tolerado se disuelve en un mismo espacio que deja flamear la bandera patria. Una curiosa manera de entender el nacionalismo. El hotel Yare, el Fantasía o el Vox, acaso más costosos, también se someten a la lógica de la escasez y se encuentran semivacíos. "Esto era un matadero. Entrar, tirar y ya", dice con nostalgia  el dueño de otro albergue en el que se exhibe un cartel de autorización a vender bebidas alcohólicas.  

"Por la noche esta calle era candela por los robos, en especial a los turistas. Ahora, los ladrones están pelaos. No encuentran a quién asaltar", describe Ángela, encargada del hotel Gabial, con la aclaración de que, a pesar de estar rodeado de casas del placer pago o consentido, ese alojamiento es, sobre todo, familiar.

Fosas comunes o incineracion

Al igual que Eros, la muerte tampoco escapa a los imperativos que imprime a la vida lo que el Gobierno llama la guerra económica. Y no solamente porque la Caracas tiene el más alto índice de asesinatos en la región (23.047 en 2018). Los servicios funerarios bailan al compás de los tiempos de la debacle. La pertenencia social del difunto es clave: las familias de clase media y alta todavía son solventes. Los pobres no tienen otra alternativa que solicitar ayuda a las alcaldías o las gobernaciones para pagar el servicio. "El Estado, si te considera insolvente, puede asignar una funeraria y decidir el destino del cuerpo: fosa común o cremación", explica el empleado de una casa de sepelios en la calle Bogotá.

Las tarifas de Caracas son prohibitivas para las mayorías. El precio promedio del servicio, con un ataúd sencillo, de la consistencia de un cartón, oscila entre 400.000 y 500.000 bolívares, lo que equivale a 25 salarios mínimos. Pero, después, sobreviene para los deudos otro desafío. Pocos pueden pagar esa misma suma por una tumba en un cementerio privado. En las necrópolis municipales queda por lo general la alternativa de la fosa común o cremar el cuerpo.

La incineración puede afontar inconvenientes como la falta de gas. Si el difunto muere en un hotel de citas, como ha sucedido, o en su casa, debe retirarlo la institución médica o que un médico privado extienda el certificado de defunción. Eso cuesta 60.000 bolívares. Cuando no se tiene el dinero, el finado se queda en su cama hasta que lo vienen a buscar. En Venezuela hay que esperar para todo.