NARCOTRÁFICO EN EL BANQUILLO

El Chapo: un juicio extraordinario de luces y sombras

Dibujno de uno de los interrogatorios durente el juicio a 'El Chapo'.

Dibujno de uno de los interrogatorios durente el juicio a 'El Chapo'. / periodico

Idoya Noain

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La unidad de la Guardia Nacional especializada en Armas de Destrucción Masiva no suele estar en la entrada del Tribunal Federal en Brooklyn, discretamente apostada en una sencilla mesa portátil de plástico antes del escáner y del arco detector de metales. Tampoco es frecuente ver en los edificios colindantes a francotiradores de la policía o ser olfateado por un perro de las unidades K-9 en la entrada de la sala 8D del ala sur, en cuyo acceso se debe pasar por otro escáner y otro arco.

Para las artistas acostumbradas a realizar con sus tizas y carboncillos ilustraciones en juzgados donde solo magistrados, abogados y personal de seguridad o de la corte pueden entrar dispositivos electrónicos es infrecuente tener que recibir el aprobado del juez a sus dibujos o realizarlos teniendo que asegurarse de que algunos protagonistas sean irreconocibles. No a todos los jurados los mueven escoltados entre sus casas y el tribunal agentes del cuerpo federal de los Marshals, ni cada lunes se cierra al tráfico el puente de Brooklyn mientras un convoy asegurado por tierra, agua y aire traslada al juzgado a un preso desde la celda de máxima seguridad en Manhattan, y lo mismo los jueves cuando lo retornan.

Durante el pasado mes y medio, sin embargo, en una esquina de Nueva York lo extraordinario ha sido rutina y volverá a serlo el 3 de enero. Ese día se reinicia tras el receso navideño el juicio a Joaquín Archivaldo Guzmán Loera, El Chapo, señalado como responsable desde finales de los 80 y durante un cuarto de siglo del cartel de Sinaloa. Y la extremada seguridad en el juicio de un hombre que protagonizó dos sonadas fugas de cárceles mexicanas y según EEUU acumuló en su aventura criminal 14.000 millones de dólares no es lo único abrumador en el proceso.

Más que de kilos de cocaína se habla de toneladas. Los dólares se cuentan por cientos de miles, por millones, por cientos de millones. La violencia brota a borbotones en relatos de asesinatos o intentos de asesinato con macabros detalles. El mapa de la droga que se dibuja entre Colombia y EEUU vía México se recorre en coches con dobles fondos, camiones con cocaína escondida en latas de jalapeñostúneles que son obras de arte de ingeniería, trenes, aviones, barcos y hasta submarinos. Y mientras se arroja luz sobre el mundo de El Chapo, a quien se apodaba también “el Rápido” por la velocidad a la que movía la droga o ‘el Arquitecto’ por los ingenios que ideó para moverla, las sombras llegan hasta lo más alto del poder.

Una apuesta arriesgada

La inmensa mayoría de narcotraficantes extraditados a Estados Unidos decide cooperar con el Gobierno con esperanza de reducir sus condenas. El Chapo, a los 61 años, ha preferido jugar otra carta. En el tribunal que preside con celo supremo el juez Brian Cogan, ante un jurado racialmente diverso de siete mujeres y cinco hombres, con otras cuatro mujeres y dos hombres siguiendo también a los procedimientos como potenciales suplentes, Guzmán se ha declarado "no culpable" de los 17 cargos que se le imputan y que trata de probar un equipo de 11 fiscales.

Es una apuesta claramente arriesgada. En las primeras semanas de un juicio que se calcula que durará tres o cuatro meses, aunque está yendo más rápido de lo anticipado, los testimonios de antiguos colaboradores que sí han apostado por cooperar para acortar sus sentencias y algunas pruebas han sacado a la luz un retrato exhaustivo y demoledor de sus actividades criminales y sus excesos.

Se ha oído la propia voz de 'El Chapo' en grabaciones clandestinas negociando pagos por un envío de heroína a Chicago o discutiendo con un representante de la FARC por la baja calidad de la cocaína que le estaban entregando. Se han narrado episodios brutales de guerras con otros cárteles asesinatos ordenados por Guzmán por algo tan nimio como que le negaran un apretón de manos. Ha habido testimonios de intentos de venganza marcados por el sadismo. Y día tras día en el tribunal se constata lo que dijo hace unas semanas en su testimonio Juan Carlos Ramírez Abadía, Chupeta, un colombiano que dirigió el cartel Norte del Valle y logró meter 400 toneladas de cocaína en EEUU aliado con El Chapo: "Es imposible ser líder de un cartel sin violencia".

No han faltado tampoco los coloristas detalles de la vida de nuevo rico que llevó El Chapo, como los que dio Miguel Ángel Martínez Martínez, Tololoche o El Gordo, que hizo la conexión colombiana para él desde finales de los 80. "Casas en cada playa, ranchos en cada estado" incluyendo uno con zoo por el que los invitados se movían en trenecito, cuatro jetscorridos por encargo por los que se pagaban hasta medio millón de dólares, viajes a Macao o Las Vegas para jugar o una visita a una clínica de rejuvenecimiento en Suiza...

La corrupción, en la sombra

El celo del juez Cogan por mantener el juicio centrado en los cargos ha desarticulado parte de la estrategia de la defensa de El Chapo, un costoso equipo cuya factura se calcula que puede superar los cinco millones de dólares y que lideran Eduardo Balarezo, Jeffrey Lichtman y William Purpura, tres abogados con renombre y algunos éxitos sonados en el mundo del hampa como, en el caso de Lichtman, evitar que fuera a la cárcel el mafioso John Gotti Jr.

Pretenden dibujar a su cliente como un "segundón" en el mundo del narco que habría sido hecho cabeza de turco en una supuesta trama urdida por Ismael El Mayo Zambada, actual líder del cartel de Sinaloa, y por agentes de narcóticos estadounidenses y líderes mexicanos corruptos. Y aunque el jurado ha escuchado en los testimonios información sobre esa corrupción, incluyendo pagos de millones de dólares a dos exaltos cargos mexicanos mencionados con nombre propio, las descripciones de una red de colaboración policial sin la que el cartel no habría podido operar, o las negociaciones que el cartel de Sinaloa abrió con directivos de la empresa pública Petróleos Mexicanos para transportar cocaína en sus barcos, el juez impidió que oyeran la acusación de que un presidente mexicano cobró seis millones de dólares.

Asistir a las sesiones del juicio, no obstante, hace desaconsejable dar de antemano totalmente por perdida la estrategia para intentar evitar a su cliente la cadena perpetua, por más que las pruebas en contra de El Chapo sean contundentes. Los fiscales hacen interrogatorios metódicos y muy formales pero también a menudo, según se ve en caras y gestos de jurados, tediosos. La pasada semana, sin ir más lejos, el juez les recriminó: "a veces les miro y me pregunto si están tan concentrados como deben".

Los abogados del Chapo, en cambio, son enérgicos, se mueven por la sala, y hacen imposible no estar atento mientras tratan de desarticular la credibilidad de los testigos. Lo mismo proyectan una foto de 150 personas sacada aleatoriamente de Google para enseñar al jurado a cuánta gente mató según confesión propia uno de ellos que, cuando interrogan a otro que reconoció que consumía cuatro gramos al día durante 15 años, abren un sobrecito de edulcorante para enseñar gráficamente de qué se está hablando.

Hay, además, algo que se hace difícil no plantearse durante este juicio. En este preciso momento, en EEUU, alguien está esnifando una raya de cocaína, chutándose heroína, fumando marihuana o tomando metanfetaminas y hay grandes posibilidades de que sus drogas hayan llegado desde México por esa frontera que Donald Trump trata de hacer impenetrable para seres humanos pero que sigue siendo un coladero de sustancias prohibidas. La droga, movida con la imprescindible connivencia de algunos en el poder, sigue moviéndose. No ha cesado la violencia vinculada a su tráfico. Por más que El Chapo esté en el banquillo.

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Un asunto de familia