medida polémica

Macron: ochenta kilómetros de impopularidad

La medida que rebaja la velocidad máxima en las carreteras secundarias de Francia de 90 a 80 ha generado fuertes crítica, sobre todo en el mundo rural

francia baja velocidad en carreteras secundarias

francia baja velocidad en carreteras secundarias / periodico

Eva Cantón

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Aparentemente anodina, la decisión del Gobierno francés de reducir de 90 a 80 kilómetros por hora la velocidad permitida en las redes secundarias tiene en pie de guerra a medio Hexágono. Hasta el punto de que va camino de convertirse en la medida más impopular del Ejecutivo de Edouard Philippe. Pero el primer ministro aguanta el tipo sin ceder un ápice a las críticas y la defiende con tenacidad para disminuir el número de fallecidos en carretera.

“Hay que reconocer que no me hará muy popular. Pero con 300 o 400 muertos menos, se puede vivir con la impopularidad”, dijo este viernes mientras asistía a un simulacro de accidente automovilístico en un centro de formación de bomberos en Seine Saint Denis. El jefe del Ejecutivo asume su caída en los sondeos sin pestañear –el último, elaborado por Harris para BFMTV, indica que sólo el 40% de la opinión pública aprueba su gestión- y atribuye la rebelión a un rasgo típico del carácter francés: la facilidad de sus conciudadanos para alcanzar altas cotas de exasperación.

Sin embargo, la bronca también hace aflorar un conflicto larvado entre dos visiones antagónicas de Francia que lleva gestándose durante años entre el campo y la ciudad, entre las élites urbanas y los habitantes de la periferia. Es una rebelión contra lo que se decide en las altas esferas de un Estado centralista sin consultar “a los de abajo”, una reacción anti jacobina.

Hay, además, diferencias de criterio sobre la cuestión ecológica. “La ciudad ya no quiere coches y promueve el transporte público o la bicicleta, pero cuando se vive lejos de las grandes ciudades el coche es imprescindible”, analiza en France Info el sociólogo Jean Marie Renouard.

Desde que el primer ministro anunció en enero la medida, que entra en vigor este domingo y afecta a unos 400.000 kilómetros de la red secundaria, el 40% del total de carreteras, se han multiplicado las manifestaciones de protesta en todo el país. Tres de cada cuatro franceses está en contra. Aunque eso es más bien una constante. Pasó lo mismo en 1973, cuando se impuso la obligación de llevar el cinturón de seguridad, y en el 2003 con la generalización de los radares automáticos.

“Los mensajes sobre la seguridad vial tropiezan con una paradoja entre la actividad individual y la colectiva. Es cierto que conducir deprisa genera satisfacción pero si se abolieran todas las limitaciones sería el caos, la gente tendría miedo y protestaría. Así que las reglas son necesarias y, al final, todo el mundo está de acuerdo en que las haya”, prosigue el sociólogo.

Ofensiva política

La ofensiva contra los 80 kilómetros ha traspasado las puertas de la Asamblea Nacional. Los conservadores de Los Republicanos la consideran “estúpida, tecnocrática y absurda” mientras el Frente Nacional acusa al Gobierno de “perseguir a los automovilistas”. Incluso dentro del Ejecutivo hay resistencias. El ministro del Interior, Gérard Collomb, dio la callada por respuesta cuando el pasado mayo se le preguntó su opinión. “Me pido el comodín”, dijo. Todo el mundo supo que estaba en contra. 

Emmanuel Macron ha intentado mantenerse al margen de la polvareda levantada por una propuesta que no figuraba en su programa electoral aunque, a la vista de la gresca, no le quedó más remedio que intervenir. El presidente se ha comprometido a evaluar su eficacia a mediados del 2020. Si las previsiones del primer ministro no se cumplen, se volverá a pisar el acelerador.

En 1972 morían cada año 18.000 personas en las carreteras francesas, una cifra que en 2017 fue de 3.700. “El coste humano sigue siendo considerable, pero como se dispersa en el espacio y en el tiempo, nuestros compatriotas casi no lo ven, o lo ven como una especie de fatalidad”, sostiene el perseverante primer ministro.