LA POLÍTICA ESTADOUNIDENSE
Washington
Trump y su partido tienen una relación basada tan solo en el interés mutuo por el poder
Joan Cañete Bayle
Subdirector de EL PERIÓDICO.
Periodista y escritor. Transición digital y audiencias. Entre otros trabajos, ha sido corresponsal en Jerusalén y Washington DC. Autor de las novelas 'Expediente Bagdad' (junto a Eugenio García Gascón) y 'Parte de la Felicidad que Traes', y del ensayo sobre el conflicto palestino-israelí 'Muros, bosques, tumbas: Un periodista en Jerusalén'
JOAN CAÑETE BAYLE
Hay un error que, por mucho que los corresponsales y los analistas se empeñen, suele repetirse cuando se habla de la política estadounidense: el juego de mayorías entre el Congreso y el presidente no es como el europeo. A un presidente republicano, digamos que Donald Trump, sin duda le beneficia tener un Congreso con una mayoría republicana, pero no es una autopista sin peajes como en las democracias europeas. El sistema de checks and balance, los diferentes periodos electorales (legislaturas de dos años en la Cámara de Representantes, de seis, y sin renovarse al mismo tiempo, en el Senado), y el carácter local de la política estadounidense (los congresistas representan y rinden cuentas a distritos y estados) hacen que el voto nunca caiga automáticamente según las líneas partidistas. De ahí la importancia de que un presidente y su equipo tengan un profundo conocimiento de cómo funciona Washington.
Ni Trump ni su equipo lo tienen. Y, además, hacen temeraria gala de ello. La incapacidad del presidente para derrocar <i>obamacare </i>(aprobada, aunque fuera descafeinada, por un presidente demócrata con mayorías republicana en el Congreso) es una prueba de su incapacidad política. Pero no solo de ello. Trump fue el candidato outsider del Partido Republicano que se hizo, contra pronóstico, con la candidatura primero y la presidencia después. La suya es una relación de interés: Trump aprovecha su plataforma y los republicanos alcanzaron con él contra todo pronóstico cotas de poder que jamás soñaron. Pero ni el presidente controla el partido ni la formación tiene influencia sobre el presidente. Su relación continuará mientras les beneficie, ni un minuto más.
Pero el interés no basta para aprobar una ley impopular (lo que pone en peligro reelecciones) ni para unificar a un partido Republicano con demasiadas almas. Ante la firmeza opositora demócrata, Trump solo sacará su agenda si aprende a tratar a su propio partido con las armas de lo que dice detestar: Washington. Pero para ello hace falta hacer política, no solo tuitear.
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