LAS RELACIONES ENTRE MOSCÚ Y LA UE
La tensión entre Rusia y Occidente acentúa el aislamiento de Kaliningrado
Marc Marginedas
Periodista
Premio 'Cirilo Rodríguez' al mejor corresponsal en el extranjero (2013), Premi Nacional de Comunicació (2013) y Premio Luka Brajnovic de Periodismo (2019). Autor de 'Periodismo en el campo de batalla: 15 años tras el rastro de la yihad'. Protagonista del documental 'Regreso a Raqqa' (2022)
MARC MARGINEDAS / KALININGRADO
Para los habitantes de Kaliningrado, enclave ruso entre Lituania y Polonia, de tamaño similar a la provincia de Toledo y herencia de la vasta modificación de fronteras en Europa oriental tras la guerra mundial, es casi inevitable albergar recurrentes sentimientos de claustrofobia, producto de residir en una diminuta región separada de “Bolshaya Rossiya” (la Gran Rusia) por dos países extranjeros.
En Kaliningrado no es posible recorrer grandes distancias sin darse de bruces con alguna frontera. Un trecho similar al existente entre Barcelona y Mataró separa a la capital del linde sur, que limita, no solo con territorio polaco, sino con la UE y el espacio Schengen.
La opción de viajar a la patria grande también presenta complicaciones, sobre todo en temporada alta. Los precios de los vuelos a Moscú se disparan en verano, alcanzando los 30.000 rublos, (unos 500 euros) y dejando como sola opción un tren para el que se requiere documentación especial, ya que atraviesa territorio comunitario.
El tradicional aislamiento que ha sufrido Kaliningrado desde la desmembración de la URSS, que desgajó a la región del resto de la Federación Rusa, ha regresado a la actualidad debido a las crecientes tensiones entre Occidente y el Kremlin.
El enclave ha conseguido sobrevivir al colapso soviético atrayendo, con ventajas fiscales, a numerosas empresas de sectores tan variados como la alimentación, la radioelectrónica, la automoción o la farmacéutica. Pero la complicada logística, que obliga a las compañias a enviar su producción a Rusia, su mercado natural, atravesando la UE, dificulta ahora el panorama.
Según coinciden dirigentes locales, empresarios y periodistas, Kaliningrado tiene que adecuarse a la situación de vivir rodeado de vecinos con los que el Kremlin mantiene, cuando menos, relaciones tirantes. "Ha llegado un nuevo tiempo; ya nada será como antes", constata a EL PERIÓDICO Mijaíl Gorodskov, exministro de Economía del Gobierno regional.
PUENTE MARÍTIMO DE CARGA CON SAN PETERSBURGO
La principal reivindicación de Gorodskov a Moscú es el establecimiento de un puente marítimo de carga a través del mar Báltico, que una al puerto local de Baltiisk con San Petersburgo, denominado Baltiiski Express y con capacidad para transportar entre 200 y 300 TEU (unidad de carga).
Se trata de buscar métodos alternativos al tránsito terrestre por territorio comunitario para reducir la dependencia logística de la UE. "Antes no había necesidad; todo iba bien", explica Gorodskov. Algunos empresarios como Serguéi Lotarevich, director de una compañía pesquera, se han quejado ya de restricciones: "En verano, mis camiones fueron retenidos en la frontera lituana a raíz de unas declaraciones" del presidente Vladímir Putin. Vitali Sbistov, de la empresa farmacéutica Infamed, es menos alarmista y cree que solo se cerrarán las fronteras al comercio "en caso de guerra".
El tráfico de personas también se ha resentido. La exención de visado que aplicaba Varsovia a los kaliningradenses desde el 2012 ha sido suprimida, obligando a los locales a cumplimentar con los engorrosos trámites de un visado Schengen si quieren ir de compras al país vecino y reduciendo el movimiento transfronterizo "en un 30%", constata Aleksándr Vlásov, propietario de 'Zapadnaya Pressa', hólding de prensa escrita y radio.
EL CORREDOR DE DANZING
Ironías de la Historia. Entre la primera y la segunda guerra mundial, la región, denominada Prusia Oriental, formaba parte de Alemania, pero, al igual que en la actualidad, estaba separado del resto del país por una lengua de tierra bajo soberanía polaca, conocida como el corredor de Danzig. Las disputas entonces entre Varsovia y el régimen nazi sobre el tránsito entre las dos Alemanias jugaron un papel decisivo en el estallido de la conflagración mundial, en 1939.
Toda la población autóctona alemana fue deportada tras la llegada del Ejército soviético en 1945, conviertiendo a Kaliningrado en un curioso lugar habitado por rusos, en un paisaje y unos pueblos de arquitectura germánica que nada tienen que ver, urbanísticamente hablando, con la Gran Rusia. "Soy kaliningradense de tercera generación", recuerda Denis Kolotovkin.
Moscú ha desplegado aquí, en plena retaguardia de la OTAN, baterías de misiles Iskander, capaces de portar ojivas nucleares, y ha reforzado sus despliegues marítimo y terrestre. Las instalaciones militares rusas se encuentran en territorio inaccesible para periodistas y civiles, quienes no parecen inquietarse ante la creciente militarización del lugar. "No los he visto, pero sé que los misiles están aquí", explica un kaliningradense.
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